Las palabras serendipia o serendipistismo son una de
esas rarezas que te vas encontrando a lo largo de la vida. Serendipia no se usa
en España, casi nunca, y habrá quién asegure que su uso se puede contemplar
como una falta lingüística, una patada al diccionario hablando en plata. Pues
el diccionario de la Real Academia de la Lengua Española no la recoge, ni
siquiera en su última edición. Tampoco lo hace el diccionario Panhispánico de
dudas. Cierto es que la academia viene discutiendo el tema de la idoneidad, o
no, de palabra desde el ya lejano año 2012, barruntando si debe o no entrar en
la siguiente edición de su diccionario. Lo cierto es que a día de hoy no sé
cómo van las negociaciones de los grupos de trabajo de la real organización,
pues las cosas de palacio, aunque sea en el palacio de las letras, van
despacio.
Serendipia es un neologismo que deriva de la palabra
inglesa serendepity, procedente de un
cuento que data de 1754 llamado Los tres
príncipes de Serendip, creado por Horace Walpole. Pero a pesar de su
origen, o tal vez por eso, la palabra de marras se usa muchísimo en el mundo
latinoamericano. Es muy normal encontrársela en novelas, incluso aparece en ensayos
y libros de historia que la usan de forma normal. Aceptada. Tal vez sea porque
el español de Latinoamérica está vivo, fluye entre fronteras y evoluciona de
una manera que tal vez el castellano de España no hace.
Aunque en España la usemos poco, si es conocida, aunque
sea tan solo de vez en cuando. Es una palabra que me parece preciosa al pronunciarla
y sobre todo al aplicarla en su acepción completa: Hallazgo, o descubrimiento afortunado
e inesperado que se produce cuando se está buscando otra cosa distinta. Es
decir, a diferencia del azar detrás de la serendipia está el trabajo.
Hasta
uno de los buques insignia de la literatura patria española la usaba en sus
creaciones. No recuerdo en que libro de Francisco Ayala la encontré por primera
vez, pero ahí está para la posteridad. El granadino pasó varias temporadas de
su vida en Buenos Aires. Tal vez, casi seguro, después de leerla en alguna de
sus obras la añadí a mi diccionario propio, y solo ahora comprendo a la
perfección la necesidad de su uso.
La serendipia suele traducirse al castellano “de
España”, como chiripa. Es decir, por un descubriendo casual. Lo cual es un
típico error, pues la chiripa y la serendipia no tienen mucho que ver. La
chiripa es eso, ir por la calle y encontrarte de casualidad la resolución de un
problema, de una duda o la solución al hambre errante, porque ante tus narices
pase volando un billete de cien pesos. Pero detrás de
la serendipia hay mucho más.
Placa
en honor al escritor español Francisco Ayala, en el edificio Calmer. Calle
Defensa, 441. San Telmo.
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El sentido real de la serendipia es la del hallazgo
afortunado e inesperado, pero no por casualidad, sino cuando se está buscando
otra cosa. Es decir, cuando se está trabajando en algo concreto, y no paseando
la calle mirando las palomas. Hablando claro, la chiripa le puede tocar a
cualquiera, la serendipia solo se alía con quien la busca mediante el trabajo y
el esfuerzo. Por ejemplo, Umberto Eco dice que el descubrimiento de América por
Colón fue el más claro ejemplo de serendipia histórica, pues él buscaba las
Indias y se topó con las Américas. Otro ejemplo es el del Principio de
Arquímedes, que lo descubrió después de trabajar durante mucho tiempo en otros temas
científicos, encontrándose con éste mientras tomaba un baño. Ya saben lo de
¡Eureka!...y tal.
En la literatura y en el estudio histórico también
ocurre. Un ejemplo es el de la novela Los
Viajes de Gulliver de 1796, donde se habla que Marte tiene dos lunas. Algo que
a la larga resultó ser cierto. Pero esto no se descubriría hasta 1877. Otro
caso es cuando Morgan Robertson imaginó en 1914, dentro su novela Más allá del Espectro, unas máquinas
voladores japonesas bombardeando territorio norteamericano. Algo que ocurrió
realmente en Pearl Harbor veintisiete años después. Hasta que no lo lees en la
obra, no te das cuenta de lo parecido de la descripción de Robertson con lo
ocurrido aquel día de 1941.
Recordaba todo esto el otro día mientras tomaba un café en
la avenida de las Heras, justo a la espalda de la Biblioteca Nacional de la
República Argentina. Fue durante un momento de descanso de la investigación que
llevo a cabo allí. Buscando datos de varios diputados suplentes del antiguo
virreinato de La Plata, di entre la embarullada caja de legajos con unas cartas
de la época. Unas cartas que casi resultaban más interesantes y morbosas que la
información oficial que tenía entre mis manos. Este testimonio me robó la
atención por completo, llegando a pedir copias de los documentos que se podían
reproducir y copiando a mano el resto de páginas que no podían duplicarse. Era
una información que en este momento no me servirá de mucho, pero que en un
futuro no muy lejano, espero me de alguna satisfacción. Siento no poder darles
más información, pero todo llegará a su tiempo. Solo puedo adelantarles que ese
día me tome un café con serendipia, uno de los mejores que se pueden tomar en
la ciudad.
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