Hay lugares que tienen un aura especial, que hasta
que no se visitan por primera vez no se es consciente de su atractivo. Pero una
vez que se visitan se sale convencido de que no será la última vez que la vida
llevará tus pasos a su alrededor. Tengo varios en mi vida, algunos son museos,
otros son casas extrañas llenas de piezas artísticas, palacios de aspecto
normal que en su interior esconden los mayores secretos de sociedades secretas,
lugares que te llevan descendiendo por una torre invertida al interior de la
tierra por estrechas grutas. Otros son cafés o restaurantes, también hay librerías
y viejos edificios abandonados que en su día fueron un núcleo importante de la
historia. Otros muchos son espacios que ahora no muestran nada salvo abandono y
avance de la naturaleza, pero que en su día vivieron hechos magníficos y
trágicos de nuestra historia. Desde ayer he añadido a la lista uno nuevo, el
antiguo hospital de inmigrantes del viejo Puerto Madero de Buenos Aires.
El lugar tiene una marca histórica profunda, una
impronta en cada una de sus salas y de sus paredes que pocos lugares en la
ciudad conservan. El edificio es enorme, su arquitectura no es una maravilla
decorativa pero impresiona. La puerta que se encuentra en el centro del
edificio dando al patio era el antiguo comedor del lugar. Curiosamente hoy
sirve para albergar las oficinas de inmigración del gobierno de la república. A
diario se reúnen allí cientos de inmigrantes para solicitar los papeles del
país, intentando permanecer legalmente en el territorio el tiempo necesario
para mejorar sus prestaciones, y no incurrir en ningún delito. Yo mismo he
tenido que ir varias veces a formar en sus interminables colas.
El piso tercero del edificio aloja un pequeño museo
sobre la inmigración en general, y sobre los italianos y los españoles en
Argentina en particular. Es bastante agradable recorrerlo y ver cómo eran tratados
en un primer momento, como fueron evolucionando, difuminándose en el país y
siendo finalmente una parte muy importante de la comunidad, tanto en número
como en características sociales y culturales.
El resto del edifico sigue igual que en su momento,
con sus largos pasillos alicatados de azulejos blancos de arriba abajo, sus
salas de mesas y bancos corridos de obra, las duchas comunales y las grandes
piletas donde lavaban la ropa los habitantes transitorios. Los vapores llegaban
al puerto bonaerense después de muchos meses de viajes, con miles de personas hacinadas
en pequeños camarotes cargados con una maleta de cartón como todo equipaje, los
que tenían suerte, esperando encontrar una nueva vida en un continente que
nacía y donde aún habría sitio para ellos, y no como ocurría en la poblada y
explotada Europa. Esas mismas personas que más tarde volverán a cruzar el
Atlántico, perseguidos por los regímenes totalitarios de corte fascista que se
extendieron por el continente europeo en el siglo XX como una serpiente que fue
poniendo huevos envenenados, e inyectados en odio y sangre por el viejo
continente.
Allí pasaban los inmigrantes sus primeros días en el
nuevo continente. En su interior se les hacía los controles sanitarios mínimos
y se les registraban en las boletas de ingreso. Pedazos de cartón de color
rosa, escritas a máquina y que serían el primer proceso a llevar a cabo para
todos los recién llegados. Después de eso allí se les asesoraba sobre cómo
actuar para solicitar los documentos, y otros elementos necesarios para poder
vivir en regla con la ley. Tras alojarse allí los primeros días la mayoría pasaría
a la casa de algún familiar o amigo, o a las habitaciones compartidas en
conventillos de baja estofa de los barrios del sur de la ciudad. Allí permanecían
hasta que se hicieran con un trabajo y con un poco de suerte pudieran ir a un
departamento donde tendrían lo mínimo, pero que les bastaría para vivir. Unos,
buscando ahorrar y mandar lo sobrante a sus familias en España, y otros
buscando conseguir cuanto antes el dinero necesario para pagar el pasaje más
barato, en el trasatlántico o en vapor
de turno, para poder levarse junto a él al resto de su familia. Intentar
comenzar una vida nueva, prospera o al menos más fácil. En definitiva, hacer
las américas.
Boleta de entrada en Argentina de F. García Lorca. |
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