Buenos Aires, al igual que Argentina, no solo es carne,
tango y fútbol. Aunque por supuesto, también es carne, tango y fútbol. Solo hay
que pasearse por sus calles para darse cuenta de ello. Más allá de Florida, de
Caminito, de Corrientes digo, más allá de los turista y manido. Allí donde las
calles se convierten en estrechas vías, donde desaparecen los carteles
brillantes y los anuncios de neón, donde dejan de brindar las ofertas
culinarias para turistas, y donde desaparecen de los cristales impolutos de los
restaurantes aquella publicidad donde se asegura que se acepta el pago de las
minutas con dólares americanos o reales brasileños. Cultura, tradición,
folklore. La vida real de un país, más allá de los estereotipos. Ese es el
verdadero Buenos Aires.
Viajar y solo visitar esas zonas, es como viajar sin
libros del lugar al que vas. Los lleves encima físicamente, o los portes en el espíritu
después de haberlos leído a lo largo de tu vida. No me refiero a guías de
viaje, sino a lecturas sobre la ciudad, novelas de otras épocas que transcurren
por sus calles y que te ayudan a amueblar la ciudad que fue, y que tan poco
tiene que ver con la actual. A entender su idiosincrasia y el por qué sus
gentes son como son hoy.
Me refiero a las zonas que son un parque de atracciones
para turistas, una coto temático que existe en todas la ciudades, que funcionan
a modo de resort urbano y que nos aparta de la verdadera visión de la ciudad.
Todos saben de lo que hablo, todas las ciudades lo tienen y Buenos Aires no es
una excepción. Pero cuando te escapas de esas calles, de esos restaurantes, de
esas salas de fiestas concertadas ─gentifricadas las llaman ahora─ o de los tours
turísticos de todo incluido, puedes encontrarte lugares increíbles.
Los amantes del fútbol tal vez sean los que lo
tienen más complicado, pues acudir a los estadios locales para ver un partido
en la cancha es casi imposible para los turistas. No se puede acceder al
campeonato local sino eres socio, por seguridad. Aunque por supuesto, siempre
hay alguna excepción, aquí, como en cualquier lugar, con dinero se compra todo.
Sobre el Tango, los mejores lugares para verlo, para escucharlo, para sentirlo
de verdad está lejos del centro, en los barrios de arrabal, en la Balvanera de
Troilo y Gardel, en el Boedo más porteño, o en La Boca que pierde los colores
de Quinquela y la seguridad de Caminito.
En cuanto a las parrillas todo es mucho más
sencillo. Hay miles, e incluso las hay magnificas cerca de lugares turísticos.
Solo hay que saber buscar. Las parrillas a las que me refiero no son esas que
dan publicidad, o volantes como dicen aquí en las esquinas, no tienen nombres
rimbombantes. De hecho, las mejores ni siquiera tienen nombre, simplemente se
anuncian como parrilla. Con decenas de carteles de colores escritos a manos, en
gruesos trazos de rotulador indeleble que se reparten por el recinto, casi
siempre pequeño. En él, apenas unas pocas mesas y sillas destartaladas. Con los
dueños normalmente atendiendo, sin cocineros, ni camareros o mozos. Son
negocios familiares que tienen el regusto clásico de las parrillas de hace
siglos, cuando se hicieron famosas e imprescindibles en las zonas de Mataderos,
de Chacharita, o de San Telmo entre otras. Donde se juntaban los obreros para
comer algo rápido, bueno y barato antes de volver al laburo.
Me recuerdan a los tugurios de bocadillos de
Lisboa, donde los más sucios, los de más años y menos higiénicos, son los que
más clientela atesoraban, donde más sabor, y más calidad tenían los panados, las pescadas, las bifanas y
los pregos. Aquí ocurre lo mismo,
cuanto más destartalada está la parrilla, cuanto mayor pinta de desidia
arquitectónica o higiénica, mejor calidad tiene el producto y mejor mano tienen
el asador. Suelo visitar una en la calle Chacabuco en San Telmo, y otra en la
Calle Olleros, casi en frente de la puerta principal del cementerio de la Chacarita.
Allí como se suele decir, llevan si limpiar la parrilla desde que San Martín
cruzo los Andes. Pero que sin duda, o tal vez por ello mismo, ofrecen la mejor
carne de la ciudad, y a precios populares.
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