domingo, 1 de marzo de 2015

BENNY GOODMAN EN LA RECOLETA


Me presento en Corrientes una mañana de sábado tras comer en la pizzería Banchero, cruzo la avenida y comienzo a avanzar por Talcahuano hasta su final, cuando en un pequeño recodo cambia de nombre y se convierte en Guido. Sigo por ella hasta que desemboca en el parque que se abre frente al cementerio de Recoleta. Subo entre las cafeterías y el parque buscando la sombrea del enorme ficus sujetado de forma mítica por un forzudo legendario y quimérico, justo al lado de donde una pareja baila tango al sombrero.

            Es fin de semana y el buen tiempo acompaña, el sol no golpea muy fuerte se nota ya que pronto llegará el otoño del marzo argentino. Me inmiscuyo entre el gentío que comienza a juntarse un poco más allá del café La Biela. Los primeros puestos de madera y rafia se levantan entre los caminos circulares que rodean y cruzan el parque de la plaza de Francia. En un primer plano aparecen los puestos de los artistas, los dibujantes, los paisajistas y los caricaturistas. Un poco más allá, pasados los primeros quioscos de panchos y de jugos naturales, aparecen los puntos de souvenirs. El mercado de la plaza de Francia es un hervidero desde primera hora de la mañana que se alargará más allá de las seis de la tarde de todos los sábados y domingos del año

            Turistas y lugareños pasean entre sus puestos. Dejándolos atrás visitan el museo de bellas artes, o del Centro Cultural del barrio de Recoleta. Tal vez entren a visitar la iglesia levantada en honor a la virgen del Pilar, donde una gran réplica de la patrona del país, la virgen de Luján, les saluda. Mientras, a sus pies, una pareja se dedica a vender postales y llaveros con la figura de la talla sagrada.

            Pocos pasos más allá, en una portada de tres arcos blancos, dos de ellos semi cegados por una reja, se abre la entrada al cementerio de Recoleta, el camposanto del barrio y uno de los más importantes de la ciudad. De los más conocidos y visitados, donde se visita la última morada de muchos héroes nacionales y de sus familiares. Allí se cuentan historia extrañas que se reflejan como un espejo roto en las esculturas del último viaje. Verdaderas obras de arte en un museo al aire libre. Una leyenda de las más manidas y repetidas a los turistas es la del perro que murió de pena en Buenos Aires, justo en el mismo instante que su dueña, una niña, fallecía en extrañas y violentas circunstancias en Suiza. Un poco más allá aparece una de las estrellas del lugar, una tumba plagada de placas y agradecimientos que guarda en su interior al masón y político Domingo Sarmiento: presidente de la República Argentina. Muy querido y recordado por sus paisanos. Tanto que lo llevan en su cartera en forma de billete de cincuenta pesos.

            Pero sin duda hay una tumba más visitada que las demás. Se sitúa en un pasaje estrecho, sombrío, donde apenas pueden entrar cuatro personas juntas sin que choquen entre sí. En el mausoleo, del mismo tamaño que los laterales, sin nada extraño o extraordinario salvo por ciertas placas doradas que se han ido colocando allí con el paso del tiempo. En la parte alta, sobre la puerta que da paso al mausoleo, se puede leer; Familia Duarte. La tumba acoge, evidentemente, a la nombrada familia, y entre ellos a su más ilustre representante: Eva Duarte de Perón. Evita. O más bien su momia, que tras una larga transición de viajes y vejaciones hoy descansa ahí. Y ahí es homenajeada a diario por sus paisanos, o por gente que pasa a diario y que recuerda muchas de sus hazañas, muchas de las acciones de ayuda a países y personas que lo pasaron mal en un momento de la historia. Como el ocurrió a los gaditanos de 1947 que se vieron sorprendidos por una explosión salvaje de un polvorín de la armada, silenciado por el gobierno franquista. El dictador no llegó allí pero si lo hizo el barco cargado de comida que desde la Argentina mandó Evita Perón, intentando paliar un poco los males de aquella población sureña y abandonada. Una zona donde el hambre se había hecho fuerte y sonaba a metal hueco en el interior del estómago de sus habitantes. El tema de amor y odio sobre ella, y todo lo que la rodeaba, es una discusión enquistada y recurrente en el país donde la política se vive con pasión y radicalismo. Pero si algo he aprendido es que en la vida de los adultos, a diferencia de los cuentos infantiles, ni nadie es tan bueno ni tan malo. Nada es tan negro ni tan blanco. La escala de grises es amplia y cambiante, siendo imprescindible saber moverse por ella para no pecar de mojigato ni de cerril. 

            Al salir del cementerio escucho a un grupo de música que interpreta temas de swing y jazz de los años treinta y cuarenta. Me resulta familiar uno de ellos, es un tema de Benny Goodman. Sin darme cuenta, voy silbando la canción en cuestión mientras avanzo hacía la zona soportalada que se abre al estilo de centro comercial al aire libre, buscando un lugar donde sirven una cerveza artesanal dorada y fría a la sombra de los árboles centenarios. 

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