Hay muy pocas cosas que permanecen inamovibles
dentro de la conciencia y del día a día de las personas, te encuentres donde te
encuentres. Da igual que estés en las calles de tu ciudad, en la de cualquier
capital Europea. Aunque te vayas al norte de África, o al sur de América, allí
las hallas. Es algo que está dentro de la singularidad de un país, y de sus
habitantes.
Algunas peculiaridades no mudan en las costumbres de la
población por muchos años que pasen. Hay varias cosas más que ella por
supuesto, pero posiblemente ésta es la que más se repite. La ilusión en la lotería,
en los juegos de azar, en la lotería nacional, y en la lotería solidaria. Que
sería algo similar a la lotería de nuestra organización de ciegos. Aunque más
que la ilusión, lo que mueve a la gente a participar y a hacer colas para
sellar su boleto, es sin duda la necesidad. Como pasa en España, donde se juega
mucho. Y curiosamente, cuando mayor es la crisis, mayores son las colas para
intentar encontrarse con la esquiva suerte de los números y los resultados. En
Argentina también ocurre lo mismo.
Hay gente, por supuesto, que se engancha al juego,
que se vuelve un enfermo. Pero lo lógico es que la gente juegue por carencia, por
intentar conseguir un premio que les solucione la vida, a ellos y a sus hijos,
o familiares. Se juega por los sueños. Se dice que el hombre es diferente a los
animales porque piensa, yo diría que lo es también, o sobre todo, porque sueña,
y lo hace ante todo despierto. Cuanta más necesidad, cuanto peor está la
situación económica y laboral de un país más se juega a la lotería nacional, o
a la que sea. Buscando ese golpe de suerte que enderece tu existencia, que tape
los agujeros que deja en tu esencia los bocados de las deudas y de las malas
jugadas de la vida. Recuerdo al chico que se jugó sus últimos veinte euros en
un décimo de navidad en España, décimo que después le trajo el premio gordo a
él y a su mujer embarazada que habían dejado un día de comer por pagar aquella
lotería. Tal vez en ese caso la corazonada funcionó, pero normalmente ese
instinto se lo lleva el viento. Eso sí, siempre cargado de ilusión y de
esperanza.
En Argentina se levantan las administraciones de lotería
nacional por cada calle de la ciudad, con los premios anunciados en grandes
números, de negro sobre blanco en los escaparates, junto a la publicidad de los
demás servicios que ofrecen: Impresiones, recargas de tarjetas de celulares,
subte, o rapi pago. El rapi pago, es un mundo en sí mismo. Las
grandes colas, ante los ordenadores manejados rápidamente por empleados, que laburan sin levantar la mirada de la
pantalla, y de las supuestas facturas a pagar. Una tradición que no había visto
en ningún otro lugar pero que aquí funciona rápido y parece ser que bien.
Supongo que no será eventual que los porteños llenen
estos negocios, sobre todo cuando se presenta la oportunidad de ganar un premio
de gran envergadura. Por supuesto no es casualidad que sean los barrios obreros,
esos que reúnen a más personas que lo pasan mal para llegar la final del mes, los
que más tiendas de la ruleta de la suerte tengan por metro cuadrado, y los que
más juegan a esta ruleta del azar.
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