miércoles, 20 de mayo de 2015

LA EXTORSIÓN DE LOS TRAPITOS


          Los encuentras con solo echar un solo vistazo a cualquiera de las grandes avenidas de la ciudad, todos comparten gestos y formas. Pasean por el delgado pedazo de asfalto que separa la zona donde se sitúan los coches detenidos, y el de los carriles por donde circulan a toda velocidad los colectivos y los utilitarios. En una mano acumulan y juguetean con los billetes de pesos doblados entre los dedos, en la otra portan un trapito de color llamativo envuelto en el puño. Lo agitan epilépticamente cuando se queda un espacio de aparcamiento libre, y no paran hasta que es ocupado por otro usuario previo pago.

            Por supuesto los trapitos se colocan en lugares donde el aparcamiento es gratuito, o debería serlo. Su tasa es general, entre semana nunca menos de cincuenta pesos, los fines de semana pueden llegar hasta los cien o los ciento cincuenta, su “trabajo” consiste en ayudarte a aparcar el coche y en cuidártelo. Es decir, en no destrozártelo si pagas religiosamente. Un impuesto revolucionario en toda regla. No hay que olvidar que los usuarios de coches pagan sus impuestos para poder estacionar en las zonas libres, y con la extorsión de los trapitos se ven obligados a pagar dos veces por lo mismo. Me pregunto, si a la hora de asfaltar las calles el gobierno de la ciudad pedirá también a estos aparcacoches furtivos que colaboren con los impuestos de su tarea en mejorar su lugar de trabajo. Algo que si solicitan a los que pagan sus impuestos legales y también los ilegales.  

Los trapitos tienen que tener cuidado, nunca se fían de nadie. Por un lado los mejores lugares, las mejores calles o las más cercanas a puntos estratégicos de la ciudad; la Plaza Italia, La Rural, el zoológico, o las canchas de fútbol están vigilados por mafias. Pero también hay zonas liberadas que perteneces a trapitos libres, los cuales defienden su lugar de actividad mediante trompadas y enfierrados que dicen aquí. Es decir, a tiros si fuese necesario.

            Pero no todos son iguales, ya les digo. Los hay a sueldo de una mafia, que después de un par de lustros empleados en la extorsión de los conductores están muy ramificados y son demasiado sofisticados. Las mesnadas de trapitos de las mafias son barras bravas de los clubes de la ciudad, tipos peligrosos que no dudan en amenazar para cobrar la tasa a los conductores. Otro van por libre, y deben tener cuidado con estos barras que incluso van armados. Tampoco se libran de la presión policial, no sólo porque les pillen haciendo algo a todas luces ilegal y les retiren lo ganado. Sino porque suelen pedirles una parte de lo cobrado para hacer la vista gorda, como que no ven su actitud ilegal para con los ciudadanos porteños. Ya saben una extorsión tapa a otra. 
Hay quien asegura que los aparcacoches de la zona exclusiva de Palermo Hollywood ─donde se acercan las estrellas patrias a los boliches y discotecas─, esos que van pertrechados con chaleco reflectante, están colocados allí por la policía federal o por la metropolita. Siendo imposible cobrar el impuesto revolucionario sino es con su consentimiento tácito de las fuerzas de orden. Algunos trapitos, incluso los acusan de demandarles los datos y el número de documento de identidad si no quieren ser expulsados de la zona por la fuerza o detenidos. Algo que sería ─que es─, un escándalo de mafias, trapicheos y corrupción policial, pero que sin embargo es lo más normal en la ciudad. Tanto es así que hasta los vecinos deben pagar la extorsión de los trapitos. Lo peor es que los propios vecinos en vez de hacer fuerza y presionar a las autoridades, denuncian a los nuevos trapitos de la zona por no fiarse de ellos y preferir a los de toda la vida, los “controlados” por la policía. 

            Las denuncias por estas extorsiones aceptadas a la fuerza, cuando un tipo extraño y mal encarado se aproxima para pedirte dinero –una suma concreta─, y amenaza con destrozarte el coche si no accedes a sus peticiones, se han ido desinflando. Hace unos años eran elevadas, pero han ido descendiendo de forma alarmante. Evidentemente no porque la actividad haya disminuido, sino porque la gente harta de denunciar y no recibir ningún tipo de ayuda o solución, ha decidido dejar de hacerlo. Bastante es ya perder el dinero, como para además perder el tiempo esperando en una de las colas interminables que se generan ante cualquier mostrador, o caja registradora del país.

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