domingo, 31 de mayo de 2015

LOS FORZOSOS DE ALMAGRO


            Corría 1907, aún no existía el barrio porteño de Boedo que se separaría de Almagro en 1972, cuando en un descampado entre las calles México y Treinta y Tres un grupo de chavales comenzaban a correr detrás de la pelota. Tenían una media de catorce años y se autodenominaban Los Forzosos de Almagro. Por aquel entonces, había junto al secarral que hacía las veces de cancha un oratorio dirigido por un escolapio llamado Lorenzo Massa. Éste al ver las malas condiciones del campo de juego de los chavales se acercó y les propuso un trato: si ellos accedían a recibir catequesis en la parroquia él les montaría una cancha de fútbol en condiciones en el jardín de la iglesia, que en realidad era otro descampado, pero vallado y libre de escombros y cascotes. Los chavales aceptaron sin dudarlo.

            Lo primero que hicieron a instancias del párroco fue cambiar el nombre del equipo, pues el de Forzosos resultaba bastante chocante para unos chicos tan jóvenes. A pesar de que el padre Lorenzo se negó en un primer instante, los chicos le convencieron para que el club llevara su nombre en honor de su fundador, y ya de paso en homenaje a la batalla de San Lorenzo, ocurrida entre las tropas realistas y las patriotas rioplantenses en 1813. El nombre final que resultó de la discusión fue el de Club Atlético San Lorenzo de Almagro, pues por aquel entonces aún no se había producido la escisión de Almagro, naciendo el canchero y tanguero barrio de Boedo. 

            No hay que pasar por alto que Almagro es un barrio tradicionalmente católico y la influencia de la iglesia era, y es, muy fuerte entre sus habitantes. De ahí que la acción del padre Lorenzo Massa no resulta algo tan extraño, pues los chicos jugaban alrededor de las parroquias. Aunque claro, ésta de San Antonio quedaría como la  más conocida por la importancia que tomó con el tiempo el equipo que acogió. Sería el mismo Lorenzo Massa el que se haría con las primera equitaciones para los chicos, quiso la casualidad que estas fueran rayadas verticalmente de los colores blaugranas, y con pantalones de color blanco. La misma que hoy caracteriza al equipo de Boedo. Por supuesto el escolapio Massa fue el mayor seguidor de aquel equipo hasta su muerte.

            El plantel quedó inscrito por vez primera en el campeonato amateur argentino en 1915, poco tiempo pasaría para que ganaran los primeros títulos, se harían con tres casi consecutivos: los de 1923, 1924 y 1927. En 1930 se fundará finalmente el campeonato profesional argentino, donde participarían los cinco grandes del fútbol argento: Boca, River, Independiente, Racing y por supuesto San Lorenzo. Tendrían que pasar tres temporadas del recién estrenado campeonato oficial para que los de Boedo se proclamaran campeones, siendo subcampeón en los otros anteriores tras Boca Juniors y River Plate. Será en esa década de los años treinta del siglo pasado cuando reciba el sobrenombre de “El Ciclón”, pues con su fantástico juego en la cancha daban la impresión de volar por el campo arrasando a sus rivales. Por supuesto el nombre caló hondo en la afición, pues entraba en contra posición con el nombre de su máximo rival: el vecino Huracán. Evidentemente en esos años los tangos sobre los héroes del barrio se multiplicaron, cantándose por las pulperías y barcitos cercanos a la cancha tras los encuentros. Su cancha creada en 1916 se convirtió en un templo, la denominaron Gasómetro, por su parecido con los viejos contenedores de gas licuado que se repartían por la ciudad. Un campo construido totalmente en madera y que no acabó nunca de construirse de forma completa. Lo denominaban el Wembley porteño, y tenía capacidad para 75. 000 personas. 

Imagen del viejo Gasómetro, sobre avenida La Plata entre Inclán y Las Casas.
            En esa década de los años treinta, concretamente en los finales, se suman al equipo bonaerense cuatro jugadores que llegaron directamente desde España. Pertenecían a la selección de Euskadi, y tras el fin de la Guerra Civil española tuvieron que salir del país. Esos cuatro hombres eran Zubieta, Emilín, Iraragorri y Lángara. Estos vascos dieron a San Lorenzo lo que le faltaba para convertirse en un equipo grande, con garra y arrestos para vencer a cualquiera. Un equipo que comenzaría en ese momento a cambiar la visión del fútbol que se tenía en España, convirtiéndose en ídolos de masas en su país después de hacer una gira navideña en la temporada 1946/47. En esta gira disputaron once partidos entre España y Portugal y solo perdieron uno, el del 25 de diciembre en el Metropolitano contra el Real Madrid, y tras haberse pasado el equipo toda la noche de farra por la capital. Incluso jugaron un par de partidos contra la selección española, metiéndole al combinado nacional siete en el campo de Les Corts de Barcelona, y otros seis en el Metropolitano de Madrid, y eso que para estos encuentros dejaron que Isidro Lángara ─la ya por entonces estrella del equipo argentino─ formara con la selección nacional. Mostraron una forma de jugar diferente, el balón corría por el suelo, casi estaban prohibidos los balones colgados y el juego aéreo. Sería el galdacanés Ángel Zubieta quien pronunciara por primera vez la frase que más tarde haría famosa Alfredo Di Stefano: “la bola al pasto che”. Pero en aquella época ya había en España un tipo que jugaba con esa mentalidad, la del balón al suelo y el toque milimétrico, militaba en las filas del Athletic Club de Bilbao, donde era duramente criticado por no dar pelotazos y no correr como el resto, este tipo extraño era José Luis Panizo. Tras la gira navideña y ver jugar al San Lorenzo, se dieron cuenta que todas aquellas estrellas jugaban como Panizo. Desde ese día nadie más volvió a criticar al vasco por su forma de comportarse en el campo. 

            La visita navideña de San Lorenzo de Almagro no solo cambiaría la forma técnica de ver y practicar el fútbol en España, sino que también trajo cambios estéticos en los uniformes e indumentarias. Comenzaron a utilizarse las camisetas elásticas que usaban los porteños, las calzas encogieron, algunas se realizaron en terciopelo como la que utilizaban Los Cuervos, y las medias dejaron de ser de lana para ajustarse a las piernas. Incluso las botas pesadas, con los tacos remachados de mala manera, que destrozaban las plantas de los pies de los deportistas, se tornaron en ligeros botines de tafilete con los tacos bien ajustados a la planta. 
           Pero la gran época de San Lorenzo pasó, los futbolistas se diluyeron en otros equipos y el de Almagro cayó en una profunda crisis, perdió su encanto y su modernidad en el juego. Pasó de ser el equipo al que todos intentaban imitar, a ser uno más de la liga Argentina, uno que ni siquiera conseguía hacerse con un título por menor que fuera. A pesar de la mala época aún le quedaría mucho más por perder a Los Cuervos de Almagro, en realidad casi lo perderían todo. Aun así, en 1959 todo parecía enderezarse un poco, y consiguen levantar el trofeo del torneo nacional con el ídolo Sanfilipo marcando 31 goles. Era la época de Martina, Ferro, Carrillo, Facundo, García, Boggio… 

Exterior del Estadio Pedro Bidegain (Nuevo Gasómetro) en el barrio de Bajo Flores de la comuna 7 de Buenos Aires.
            En el año 1968 volvería la nueva época dorada de los Cuervos, que en este momento recibirían el apodo de Los Matadores, porque mataban literalmente a sus rivales en el terreno de juego. Ese año fue la primera, y única vez, que un equipo se hacía con el título nacional sin haber perdido un solo partido en la temporada. Su máximo goleador ese año fue “Lobo” Fischer, que finalizó la temporada con trece goles, pero también estaban Bittice, Rosl, Calics, Cocco o Veglio entre otros. El equipo comenzaría esta edad dorado jugando en Almagro, siendo el equipo señera del nuevo barrio de Boedo, y todo ello sin moverse de su ubicación original, y la acabará en 1975 cayendo en la desgracia y el olvido. Entre estos años levantó cuatro títulos nacionales: el Metropolitano en 1968 y 1972 y el Nacional en 1972 y 1974.

            partir de 1975 aparecieron los primeros contratiempos en la institución, problemas económicos y malas  decisiones administrativas llevaron al club al borde de la ruina. El 24 de marzo de 1976 con el golpe de estado cívico-militar que produciría el gobierno de facto encabezado por Videla, comenzaría a fraguarse la persecución a los directivos, jugadores y aficionados de los Gauchos de Boedo. En 1979 Osvaldo Cacciatore, uno de los militares de la fuerza aérea Argentina que había participado en 1955 en el intento de golpe de estado que acabó con el bombardeo de la Plaza de Mayo y que gobernó la ciudad de Buenos Aires durante la mayor parte de última dictadura militar, puso su vista sobre el club. Ofreció al presidente del San Lorenzo de Almagro ochocientos mil dólares por todos los terrenos de las instalaciones deportivas del club en el barrio de Boedo. Evidentemente él era la única autoridad en la ciudad, y la oferta se hizo sin posibilidad de ser rechazada. En ese momento El Ciclón blaugrana se quedó sin instalaciones y sin campo. Poco o nada le importó al militar que el equipo no tuviera a donde ir. Solo un mes después, el brigadier Cacciatore, vendió los mismos terrenos a la compañía francesa Carrefour por el equivalente a nueve millones de euros. 
El último partido que se disfrutó en el Wembley porteño fue un San Lorenzo-Boca Juniors, que finalizó con empate a cero. El viejo gasómetro sería derruido en el año 1981. Hoy allí se levanta un supermercado de la compañía gala. Estas desgracias económicas y sociales les valió a los de Boedo el nuevo apodo de Los Camboyanos, después de que su lateral izquierdo, el uruguayo Luis Malvárez dijera: Somos como los Camboyanos, estamos solos y no damos nada por perdido. En clara referencia a los camboyanos que en ese momento se encontraban metidos en una guerra civil cruenta, la cual haría mundialmente famosos por su sadismo y violencia a los Jemeres Rojos dirigidos por Pol Pot. 
San Lorenzo comenzó a jugar de prestado en todas y cada una de las canchas de la ciudad, sobre todo en las de Vélez, Atlanta y el vecino y mayor rival deportivo: Huracán. En 1981 tras varias temporadas salvándose en los últimos partidos descendió a la B, siendo el primer equipo de los cinco grandes en hacerlo. Dos años después haría lo mismo Racing de Avellaneda, en el año 2011 River Plate y en 2013 Independiente de Avellaneda descenderían también a la B, coincidiendo con los 30 años de los primeros descensos de los clásicos. A día de hoy, Boca Juniors es el único de los cinco grandes que fundaron la competición oficial que no ha descendido a la segunda categoría, y que posiblemente ya nuca lo haga, al menos si se sigue manteniendo el extraño campeonato de treinta equipos.

Interior del Estadio Pedro Bidegain (Nuevo Gasómetro).
            San Lorenzo de Almagro comenzaría esa temporada en la B jugando como local en el estadio del Club Ferro Carril oeste, junto a la estación de ferrocarril del barrio de Caballito contra el Gimnastica de La Plata. Su último partido como local en la segunda sería en El Fortín, el campo de Vélez del barrio de Liniers, donde venció por la mínima a El Porvenir. Se proclamó campeón de la segunda división y volvía a la categoría reina un año después, dejando grandes hitos en la B, como por ejemplo el de haber vendido más boletos para ver sus partidos en la B que cualquier equipo de la A en esa temporada, o el de superar el record ─que aún mantiene hoy─ de movilizar más seguidores jugando como local. Fue en El Monumental de River, en un partido contra Tigre: 75.000 seguidores en su interior y otros 10.000 en el exterior que no pudieron acceder al campo de los de la franja roja. Y todo ello sin contar con una sede fija.

            En el año 1995 y bajo la dirección de “Bambino” Veira volvería a la élite de los títulos, y se proclamaría vencedor del torneo Clausura frente a Rosario Central en el campo de Los Canallas. Comenzaba así una nueva época que traería un título cada seis años a los aficionados de los Carasucias.  En 2001 y 2007 repetiría título con Manuel Pellegrini y Ramón Díaz respectivamente, y en el 2013 vencerían en el tronero Inicial con Juan Antonio Pizzi, que en mitad de las celebraciones volaría para fichar como técnico del Valencia en España. 
La locura llegaría con el siglo XXI a Bajo Flores, en la intercesión que hacen los barrios de Nueva Pompeya y Villa Soldati, el lugar donde se levanta desde 1993 la cancha Pedro Bidegain, conocida como nuevo Gasómetro. En la primera década de este siglo, no solo llegó de nuevo el reconociendo mundial sobre San Lorenzo de Almagro tras proclamarse vendedor de la Copa Libertadores en 2014, y subcampeón del mundo en el Mundialito de clubes disputado en Marruecos el mismo año, tras caer en la final contra el Real Madrid. Sino que también llegó otra alegría tal vez más importante para el socio y seguidor blaugrana: la posibilidad de recuperar su vieja casa, de regresar a Boedo y volver a construir una nueva cancha, un nuevo Gasómetro en los terrenos donde nació el originario de madera. Pues tras mucho luchar, el 15 de noviembre de 2013, se aprobó la ley de Restitución Histórica por la que se intentará subsanar los atropellos realizados por la dictadura, y el club recibirá sus viejos terrenos. Se cree que la casa de los Gauchos de Boedo volverá a abrir sus puertas siendo la cancha más moderna y mejor acondicionada de Argentina en el año 2018. Los Cuervos vuelven a anidar en Boedo, de donde nunca debieron salir. 

sábado, 30 de mayo de 2015

FRUICIÓN PORTEÑA


            Hoy en día ya no hay problemas para mantenerse informado de lo que ocurre en tu país, en tu comunidad, o incluso en tu ciudad por muy lejos que estés.  Internet lo ha facilitado todo en ese sentido. Cuando ocurre algo, rápidamente puedo leer la crónica al minuto solo encendiendo el ordenador. En esos momentos siempre vuelve a mi cabeza de forma recurrente la anécdota que alguna vez escuché ─o leí en alguna entrevista─ a Eduardo Mendoza. Cuando el escritor catalán vivía en Nueva York trabajando de traductor en la ONU, y para conseguir algún periódico español ─siempre atrasado─, tenía que ir hasta un pequeño quiosco de Times Square y esperar a ver si ese día había tenido suerte, y podía hacerse con un ejemplar de Diario 16, Pueblo o de La Vanguardia. 
Pero estos estos avances, útiles a todas luces, también han traído aparejados a la comodidad cosas más sucias y turbias. Las redes sociales lanzan miles de informaciones que en muchos casos son falsas, antiguas, no están confirmadas o sondeados con profesionalidad: en fin, que en vez de informar, desinforman. Lo mismo ocurre con las informaciones sesgadas o partidistas que se toman en la red con el mismo valor que la información de una agencia internacional, o de un periodista que llega a las fuentes y se juega la cara para dar una información veraz. La información verídica y real está ahí sin duda, pero entremezclada, embarullada entre la inquina que sienten algunos tipos y tipas contra una u otra persona, que son lanzadas a la red con intención de medrar y conseguir algún beneficio, o simplemente para vomitar su odio y resentimiento contra un mundo que no atisba a comprender, porque nunca le ha interesado hacerlo. 

Sihay algo diferente entre la información presentada en papel y la que se muestra en las redes sociales eso son los comentarios que hacen los supuestos lectores. Los que aparecen bajo en enlace, y que en la mayor parte de los casos son frases que se escriben sin leer con detenimiento la nota informativa, e incluso sin leer una sola palabra de ella. Además esa zona está atiborrada de personas maleducadas, que buscan el insulto fácil, el choche con el contrario y en muchas ocasiones utilizando una ortografía tan pésima que da dolor leerles. No son pocos los que solo buscan el morbo, la descalificación, entrar a pegarse navajazos inguinales cibernéticos con el vecino, en muchos casos sin dar la cara, usando seudónimos o perfiles falsos. Los valientes.

Acusan a unos y a otros, y preparan la hoguera y la pira inquisitorial a la vuelta de cada noticia. Los comentarios serios, serenos y sensatos de personas que leen las noticias, que se informan en varios medios y que saben con quien se juegan los cuartos, se embarran con tipos que lo único que buscas es volcar toda su frustración en las redes sociales. La coherencia y la educación se difuminan entre el vandalismo virtual. Entre el analfabetismo más basto. Como si de verdad pensaran que su sinrazón, sus insultos y su falta de educación y de cultura les hace ser mejor personas, o más populares en su grupo de amigos de red o de pandilla de barrio. Otros solo son radicales o trolls que buscan insultar al de la idea contraria, que solo es capaz de defender a un partido, a una ideología hasta los extremos más disparatados, sin pararse a pensar que tal vez al que debería exigir con esa indolente actitud la defensa de sus derechos, es al político o la partido que defiende con tanto ahínco sentado cómodamente en el sofá de su casa. Convirtiendo entre todos ellos las redes sociales en un monte Gólgota de pantalla liquida, donde se cree tener derecho a crucificar a cualquiera por sus ideas o gustos, sin pensar la repercusión que esa caza de brujas puede tener sobre ciertas personas, que reciben todo el odio de un grupo de kukuxklaneros de portátil y teléfono inteligente ─a veces lo único inteligente─. Destrozando con estas actitudes la verdadera intención con la que nacieron las redes sociales. Pero ya saben, el ser humano es así, cualquier cosa que le das ─que nos dan─, por buena que sea la destruimos en cuestión de tiempo. Y sino fíjense lo que estamos haciendo con el Planeta. 

            Por  eso a veces me llena de alegría bajar a tomar café a un barcito de mi barrio en Buenos Aires, y entre las viejas revistas dominicales y los periódicos del día del país, encontrarme algún dominical español, aunque sea atrasado, poder leer noticias y opiniones de escritores o intelectuales, sin que me salten los comentarios radicales, cainitas, intolerantes y vomitivos que atestan las redes sociales y las publicaciones digitales. 

viernes, 29 de mayo de 2015

CESTEROS


Vendedor ambulante de chipá en línea de ferrocarril Gral. Roca.
             Son unos personajes ruidosos, pero también necesarios en según qué momentos del día. Gritan ofreciendo y desmenuzando las cualidades fantásticas y extraordinarias de sus productos. Los suelo ver casi siempre en los mismos lugares, uno de ellos es la puerta de la facultad de humanidades de La Plata, donde realizo mi estancia de investigación. Se reparten entre las calles del nuevo campus, a las afueras de la ciudad, en la zona conocida como El Bosque. Un lugar con reciente y negra historia, la que llegó en la última parte del siglo pasado, cuando aparecieron los militares y desaparecieron los estudiantes. Muchos de ellos militantes y pertenecientes a la universidad de La Plata, la ciudad que más bajas sufrió durante la purga lasciva de los milicos. El asunto merece un aparte para él solo, que seguramente algún día trataremos, pues el nuevo campus se levanta en las parcelas que ocuparon los antiguos cuarteles, donde se llevaron a cabo las detenciones y las torturas sistematizadas.

            Como ya les digo estos vendedores ambulantes suelen ser gente joven, que se colocan entre las intersecciones de las facultades, siempre en la calle y a la vista de todos, tanto desde la calle como desde las ventanas de las aulas. Portan enormes cestos de mimbre, como hacían las antiguas vendedoras del Buenos Aires del siglo XIX. Entre trapos gruesos de colores vivos esconden sus productos para que mantengan el calor, la mayoría vende empanadas, bocadillos de milanesa o pebetes de salami ─salame dicen aquí─, y queso, panes rellenos de queso, jamón o verdura. Otros, sobre todo a primera hora de la mañana, ofrecen facturas y churros rellenos de dulce de leche o cubiertos de chocolate, algunos incluso las dos cosas. Se da la curiosidad que las universidades son bastante diferentes a las europeas, ya he contado lo politizadas que están, y lo normal de las intervenciones en mitad de las clases ─teniendo derecho ellos a hacerlo y tú obligación a permitírselo─, de grupos enalteciendo una idea o defendiendo una ideología. Pero también son diferentes en cuanto a la distribución de las cafeterías y las zonas de ocio. No son pequeños restaurantes como en el caso Europeo, no cuentan con cocinas ─al menos la mayoría─, solo con una barra para cafés e infusiones y un pequeño quiosco con bebidas frías, galletas dulces y saladas, y por supuesto chocolates y alfajores. En el campus de la Universidad Nacional de la Plata solo contamos con un edificio de comedor, un bloque anexo sin apenas ventadas, pintado de blanco como todos los edificios de la universidad, y colocado a varias cuadras de la zona de aulas y oficinas. Es por ello que estos vendedores ambulantes, pertrechados con cestas de mimbre y comida casera a buen precio, se vuelven necesarios cuando el hambre aprieta.


            El otro lugar donde son útiles y necesarios los cesteros, y donde se entremezclan vendedores de todo tipo de productos, de toda clase de catadura y jaez es el ferrocarril general Roca, que une la capital de la provincia de Buenos Aires con la Capital Federal. De nuevo ofrecen a gritos sus productos, que la gente sobre todo a la hora del almuerzo les quita de las manos, vaciando sus clásicas cestillas en cuestión de minutos. Algunos ni siquiera tienen que recorrer el tren completo para vender toda la mercancía. De nuevo empanadas y pan caliente, aunque aquí se introducen cambios, aparecen vendedores de tutucas ─maíz inflado azucarado al estilo de los famosos cereales de la rana rapera, pero mucho más naturales y sabrosos─, chocolates, turrones y sobre todo chipá, una especie de rosquilla enorme realizada a base de almidón de mandioca, queso duro, leche, huevos, manteca y sal. La palabra es un término que proviene de la lengua indígena guaraní. Un producto nacido en la frontera entre Paraguay, Argentina y Brasil ─allí se denomina pão de queijo─, cuyo consumo se ha hecho muy popular por todo el país como tentempié a mitad de la mañana, o como acompañante para el mate. 
            Estos cesteros que entre semana hacen su negocio con estudiantes y trabajadores, aparecen los fines de semana en los lugares de la ciudad donde se juntan la mayor parte de turistas. No es extraño ver caras conocidas, cuando los sábados o los domingos te das un paseo entre puestos y turistas de plaza de Francia, o por el mercado de San Telmo. Cada uno se busca la vida como buenamente puede, y éstos lo hacen ofreciendo productos típicos, baratos, y recién hechos.

jueves, 28 de mayo de 2015

LAS ESCUELAS DE BELGRANO


Manuel Belgrano fue un intelectual, economista, periodista, abogado y sobre todo político y militar. Un tipo inteligente e íntegro, así como uno de los idearios y realizadores de la revolución que el 25 de mayo de 1810. Quitó el trono bajo las posaderas holgazanas y absolutistas del virrey Cisneros en Buenos Aires. Convirtiéndose esta algarada en el punto de partida para la muerte de los antiguos territorios virreinales del Río de la Plata, y el nacimiento de las actuales Argentina, Paraguay, Uruguay y Bolivia. 
            Belgrano no solo fue un importante intelectual que estudió en España, pasando entre otros lugares por la universidad de Valladolid o de Salamanca, un criollo ilustrado en la península, que no tardaría en revolverle las asaduras al despotismo fernandino, también fue un hito y un enemigo temible en el campo de batalla. Siempre se dejó de medias tintas, y cuando vio que la guerra de la independencia caía del lado realista, tras perder los patriotas la transcendental batalla de Huaquí, fue enviado a poner orden. Allí se fue, pidiendo a mitad de camino permiso para crear una escarapela que diferenciara a sus soldados. 

            Se le concede la petición, y el asunto finaliza en la jura a una bandera azul celeste y blanca al cincuenta por ciento, cosida por una vecina de Rosario. Ese 27 de febrero de 1812 pasaría a la historia por ser la primera vez que unas tropas jurarían la futura bandera de Argentina. Por supuesto el gobierno central porteño y su director, un tal Rivadavia le agarró los machos al bueno de Manuel, diciéndole que se guardara el trapito y siguiera usando la enseña española: No me toque las pelotas Belgrano, no vaya a ser que nos salga el marrano mal capado, aparezca el maldito Fernando VII de las vacaciones francesas, y nos afeiten a ras de nuez por andarnos con divisas extrañas.  
            El caso es que a regañadientes, pero Belgrano se la envainó. Poniéndose acto seguido a remendar las tropas, que después de caer en la batalla anterior estaban hechas un guiñapo. El asunto pintaba mal, la mitad de los soldados con los que contaba habían caído muertos o enfermos, solo tenía seiscientos fusiles para mil hombres, y por si fuera poco después de hacer cuentas solo quedaban veinticinco balas para cada arma. Vaya chollo me he buscado tuvo que pensar ─y con razón─, Belgrano. Más si cabe cuando al llegar a Jujuy vio que la población estaba a punto de ser pasado a cuchillo por la cercanía de los realistas, mientras los oligarcas rioplatenses ya mantenían contactos con los enemigos para hacer negocios ─lo de siempre vamos─. Belgrano se puso serio y a los negociantes les dejó el asunto claro; o lo quemáis todo y os largáis con el pueblo a poneros a salvo ─dijo─, u os fusilo a todos ahora mismo por traición a la patria y me voy de aquí con el resto de justos de ésta Sodoma americana. Ante tal amenaza todos dijeron; si guana, faltaría más guana y pusieron pies en polvorosa buscando un lugar más cómodo. Esta fase pasaría a la historia como el éxodo Jujeño, y serviría para salvar la vida a toda la población del norte del país, algo que no era poca cosa según pintaba el asunto. 


La batalla de Salta. Obra de Aristene Papi.
            Al poco de refugiarse en un lugar seguro, en las inmediaciones de Tucumán ─a unos doscientos cincuenta quilómetros del punto de partida─, llegó la orden desde Buenos Aires para que Belgrano abandone el grupo y baje a la franja Oriental ─actual Uruguay─, para meterle pólvora a Artigas y sus muchachos. Belgrano se niega y se queda en Tucumán, donde el 24 de septiembre de 1812 se enfrentará por primera vez a las tropas realistas. El resultado; le cayó la del pulpo a los defensores del Imperio Español y su líder, el capitán Tristán, como gran héroe que era en vez de dar la cara, salió huyendo. Belgrano, dice que de eso nada, y va detrás de él y de sus chicos. Da finalmente con ellos casi cinco meses después, el 20 de febrero de 1813 en Salta. Y allí, sin contemplaciones se los vuelve a pasar por la piedra, infringiendo quinientas bajas mortales al bando del huidizo capitán realista. Lo que a la larga sería un punto clave en el dominio final del territorio.

            aquí llego a lo que venía, permítanme un minuto. Por las victorias de Tucumán y Salta, Belgrano recibe como premio cuarenta mil pesos ─una barbaridad se mire por donde se mire─. Pero él como buen patriota ─de los de verdad, no de los de boquilla que tanto abunda ahora─, dice que no quiere saber nada del dinero, que él defiende su tierra y sus ideas. Pide que ese dinero se utilice para crear cuatro escuelas públicas, éstas se construirían en cuatro diferentes puntos del país, coincidiendo con los territorios más pobres y que más estaban sufriendo las campañas militares. Mientras él y sus tropas, volvían al Alto Perú para seguir con la lucha.

            No se sorprenderán si les digo que el dinero de Belgrano se perdió durante décadas, cayendo en el lugar posiblemente más oscuro y tenebroso del país, y que aún hoy sigue existiendo: la deuda pública de la provincia de Buenos Aires.

            La primera escuela que se creó fue al de Santiago del Estero en el año 1822, casi diez años después de la cesión del dinero, pero el colegio cerró sus puertas para siempre en 1826. La escuela de Tarija fue inaugura por Juan Perón y Evita, ciento treinta y siete años después, y no contentos con eso aún tardaron treinta y siete años más en finalizar las obras y abrirla. La tercera, la de Tucumán se construyó durante el gobierno de Carlos Menen ─entre 1989 y 1999─, y pasó a la historia por la extraña desaparición de trescientos mil pesos del fondo para su construcción. Finalmente la escuela de Jujuy se terminó en el año 2004, ciento noventa y un años después de que Belgrano pusiera el dinero para la construcción. 

            Como ven, en todos lugares cuecen habas y hay garbanzos negros. Lo de la corrupción, el robo significativo y continuado de fondos públicos para educación y sanidad se viene dando desde lejos. Pero ya no es solo que los gobernantes robaran el dinero de un héroe nacional, dinero que había cedido para algo tan filantrópico como la construcción de escuelas en zonas desfavorecidas. Sino que además de hacer las cosas tarde se hacen mal, pues si contamos los intereses acumulados por los cuatrocientos mil pesos durante estos casi doscientos años, se podrían haber construido centenares de escuelas a lo largo y ancho de todo el país.



miércoles, 27 de mayo de 2015

LAS ESQUINAS DE BOEDO


            Si hay algo que caracteriza al barrio porteño de Boedo son las esquinas, o más bien los chaflanes que albergan negocios añejos, cafés históricos, heladerías y confiterías clásicas.

            Boedo no es un barrio clásico de la ciudad de Buenos Aires, no lo es al menos como barrio, aunque sus calles si sean lugares históricos, clásicos, con sabor a tango, a poesía y a fútbol. El gran San Lorenzo de Almagro está presente de forma constante en el ambiente, incluso por encima del sentimiento del otro equipo de la zona: el Huracán.  Fue en el año 1972 cuando desde la avenida Independencia hacía el este, acabando en la avenida Caseros, nació un barrio independiente, produciéndose una escisión del barrio original que lo albergaba: el de Almagro. El nuevo barrio se vertebra desde las avenidas San Juan y la principal del barrio: la avenida Boedo, que al igual que el barrio recibe el nombre de Mariano Joaquín Boedo, diputado salteño, y vicepresidente durante el Congreso de Tucumán que se realizó desde 1816 a 1820, donde se declaró la independencia de la nación argentina y se sancionó la primera constitución del país. 

            Boedo nació como un barrio proletario, lo sigue siendo, pero tuvo un punto álgido cuando entre sus calles y sus cafés nació un conjunto de intelectuales y escritores denominado grupo literario Boedo, del que formaban parte entre otros: Leónidas Barletta, los hermanos González Tuñón o Gustavo Riccio. Representantes de la literatura social, critica y acusadora que se desarrolló en torno a las viejas casas bajas, de los molinos harineros y de las pulperías. Y que en los años veinte del siglo pasado rivalizaba en el intelecto, al grupo literario Florida, encabezado por Jorge Luis Borges. 
            Pero ya hemos dicho que si por algo es conocida la zona es por sus características esquinas. La primera de ellas en la esquina con San Juan y Boedo, allí se abre un café enorme, de madera y olor a cultura, decorado con decenas de partituras de tangos y fotos en blanco y negro de tangueros y bandoneonistas. En su día se abrió allí el café del Aeroplano, el Nippon y el Canadian. En la actualidad el café y la esquina recibe el nombre de Homero Manzi, escritor de letras de tango como “Che”, “Sur” o “Bandoneón”, así como una veintena de guiones de películas cinematográficas. La figura de Manzi es una de las principales causas por la que, no hace mucho, la avenida Boedo ha sido nombrada por el gobierno de la ciudad como Avenida del Tango, una denominación que también recibe la mundialmente conocida avenida Corrientes. 

Un poco más hacía el oeste de la avenida se encuentra el café Margot, un café típico porteño, decorado con fileteados y sifones de colores pitado a mano. Un barcito de barrio con aires de grandeza, mesas de madera y suelo enlosado ajedrezado, y famoso por su sidra, sus picadas y sus sangúches de pavita, característica que comparte con su vecina Confitería de Trianón. Aunque los originales, los de la receta secreta son los de éste último.


           En la intersección de Boedo con Carlos Clavo nace la esquina de Osvaldo Pugliese, dedicada a éste amante de los barcitos y confiterías de la zona. Músico nacido en Villa Crespo, que pasó a la historia de la ciudad no sólo como uno de los máximos exponentes del arte patrio, sino que además en el campo de la política se le conoció como una de las personas más comprometidas con la sociedad que le tocó vivir, lo cual le llevó a la cárcel durante el gobierno de Perón primero, y durante el gobierno militar de facto de 1955, denominado Revolución Libertadora, después. Al salir de prisión e incorporarse de nuevo a su orquesta, la cual no dejó de tocar ningún día en su honor, se convirtió en uno de los mayores y más queridos animadores del Club Atlético Palermo, pues en sus gradas se daban cita todos los opositores a la políticas oficiales del gobierno.

            Otra esquina llamativa es la que se forma entre Boedo y San Ignacio, allí durante años se colocó una tribuna artesanal donde se daban cita las voces más importantes del partido socialista, mostrando sus ideas y arengando a los trabajadores del barrio. Esa esquina hoy se dedica a Francisco Reyes, un escultor de origen almeriense, pero que desde su juventud se vinculó a las calles de esta parte del barrio de Almagro, y después al barrio de Boedo.

            Hay muchas más esquinas en la avenida Boedo, y en otras partes del barrio que resultan llamativas, interesantes y a veces absorbentes, pero nada mejor que pasearlas para descubrirlas, y para enterarse de sus múltiples curiosidades charlando con los habitantes del barrio desde antes de que fuera barrio, desde antes de que Boedo fuera Boedo.


martes, 26 de mayo de 2015

PROTESTAS, PAROS Y HEDONISMO


            Es el día a día de la ciudad de Buenos Aires: las marchas y las protestas contra algo, contra alguien, o a favor de algo o de alguien. Podría decir que son casi diarias, e incluso que hay jornadas donde son varias, las que llenan las calles de la ciudad de gente buscando sus derechos o defendiendo sus intereses.

            Si alguien me preguntara que es lo más típico para hacer en Buenos Aires más allá de lo típicamente turístico, le contestaría sin pensarlo, que sería meterse sin comerlo ni beberlo en mitad de una manifestación o una protesta. Por suerte, la mayoría de ellas son pacíficas y solo buscan hacer ruido, hacerse notar, y conseguir hacer valer sus premisas.

            Además en Argentina es año de elecciones, de todas: ayuntamientos, gobernadores, intendentes, terminando con las presidenciales. Lo que hace que el país sea un polvorín, cada día se presenta una candidatura y cada día la inflación es más alta, el peso vale menos y los impuestos son más altos e injustos. Lo que hace que se planteen paros generales en diferentes sectores como el transporte, los bancos o los judiciales cada pocas semanas. No es raro pasar por las oficinas del gobierno, o de las sedes judiciales, y encontrar carteles pidiendo mejoras laborales y justicia para los trabajadores.

            Me dicen que aquí es lo normal, que la política está muy metida en la sociedad, que las protestas son tan normales como respirar, y que da igual gobierne quien gobierne. La culpa la tienen unos u otros, dependiendo el  pie con el que cojee el que te lo cuente, como siempre y como en cualquier país del globo, lo normal por otro lado. Pero sin duda, y eso me lo he planteado siempre, es que algo funciona mal, o no funciona directamente, cuando sea quien sea el que gobierne tiene las calles llenas de gente protestando por su forma de actuar, por su forma de gobernar o de subir los impuestos. Porque a lo mejor el problema no es que la culpa sea de unos o de otros, sino de todos. Tal vez escuchando, tomando nota y preguntado, simplemente eso, interesándose y escuchando a todos los ciudadanos y a los partidos que forman el gobierno a todos los niveles. Escuchar y respetar, algo tan sencillo y tan difícil en una sociedad donde el síndrome hedonista se apodera de los supuestos líderes con aires de grandeza, y estos a su vez gobierna ciudades, provincias y países como si éstos les pertenecieran a ellos, y no a las personas que lo habitan y lo mantienen con su esfuerzo e impuestos. Una forma incorrecta de ver el poder aquí y en la mayor parte de los lugares del mundo.  

lunes, 25 de mayo de 2015

25 DE MAYO


El día 25 de mayo se celebra en Buenos Aires el doscientos cinco aniversario de la revolución que el mismo día del año 1810 puso las cartas sobre la mesa. Fue ese día cuando aún sin saberlo, y quedando muchos años de luchas, guerras, enfrentamientos y traiciones, se ponía la primera piedra de los que serían los futuros países de Argentina, Uruguay, Paraguay y Bolivia. 

            La historia un poco resumida es la siguiente: después de la expulsión de los ingleses que habían invadido la ciudad en 1806 y 1807, el virrey Sobremonte, un cobarde que huyó con el tesoro de la ciudad en vez de defenderla, es sustituido sin contar con el gobierno de la península por Santiago de Liniers, un militar argentino de origen francés que dirigió la reorganización de las tropas y las batallas de defensa de la ciudad. Creando así el primer regimiento patrio: el de Patricios, que nació de la unión de un cuerpo de milicianos y soldados profesionales. Entre 1809 y 1810 se llevaron a cabo reuniones secretas entre grupos patrióticos que buscaban un cambio en el gobierno de la ciudad, después de sentirse abandonados por el gobierno de la metrópoli. Las principales tuvieron lugar en la jabonería de Vieytes, hoy desaparecida: tanto el local como la calle donde se encontraba cayeron bajo la piqueta que sirvió para crear la avenida de 9 de Julio en 1936. 

El día 20 de mayo, llega a Buenos Aires la noticia de que la Junta Suprema Central de Sevilla ─el gobierno que ostentaba la soberanía en España tras la entrada en el país de las tropas de Napoleón, las abdicaciones de los reyes y la coronación de José Bonaparte─, había sido disuelta el 31 de enero de 1810.  El virrey rioplatense Cisneros ─que había sustituido a Liniers─, intenta que la noticia no se haga pública, pero los conspiradores y partidarios de la independencia, Manuel Belgrano y Juan José Castelli, se encargaron de difundirla por toda la ciudad. La noche del 20 de mayo una turba se dirigió a la casa del virrey Cisneros exigiendo la convocatoria de un cabildo abierto: querían que la soberanía de la nación recayera en el pueblo. El día 21 de mayo de 1810 se convoca el cabildo cerrado, en el que el virrey da su permiso para la convocatoria del cabildo abierto del día 22 de mayo. 
El cabildo bonaerense del 22 mayo de 1810 se reúne a las 9 de la mañana, después de todo un día de discursos y discusiones, se realizó la votación general a última hora del día, que por mayoría decide que el virrey dimita, dejando el mando y el poder en manos del cabildo de forma provisional hasta que se elija un gobierno definitivo.

En días posteriores, y mediante unas turbias maniobras, se aprueba una Junta en la que el virrey figura como su presidente, el nombramiento trae descontento en la ciudad, y el grupo de conspiradores van a por el virrey. Consiguen que deje el cargo, y esa noche de nuevo el grupo de patriotas se reúnen y redactan un petitorio al nuevo cabildo, asegurando que por el nombramiento de manera turbia del virrey como director de la Junta se revoca su poder, y éste pasa al pueblo. Asumiendo la ciudadanía sus facultades el día 22 de mayo de 1810. 



El día 25 de mayo de 1810 el cabildo se reúne para aceptar la dimisión del virrey Cisneros como presidente de la Junta gubernativa, por si acaso, dos jóvenes pertenecientes al grupo que se reunía en la jabonería se encontraban en la plaza, colocados entre la gente y repartiendo escarapelas y elementos diferenciantes entre los suyos, para diferenciarse por si se hubiera que llevar a cabo una actuación violenta para hacer valer sus objetivos. Finalmente no fue necesario, pues el cabildo aceptó el documento que habían redactado los independentistas la noche anterior. Se crea en ese primer momento el primer gobierno propio de la ciudad de Buenos Aires, sin que le afecte el poder de la España peninsular y sin derramar una gota de sangre. 

Más tarde vendrían la Junta Grande, la Junta Conservadora, los Triunviratos, la logia Lautaro, la Asamblea del año XIII o el Congreso de Tucumán, pero eso es harina de otro costal y otras efemérides que espero pronto salgan a la luz en negro sobre blanco en un trabajo que estoy preparando para la Universidad Nacional de la Plata.  


           En estos días se celebra por todo lo grande la fiesta de la revolución, que junto al día 9 de Julio ─día de la independencia─, son las más importantes de la ciudad y del país. La plaza de Mayo muestra desde hace unos días un enorme escenario que se introduce directamente en la casa del gobierno argentino, donde habrá eventos políticos y musicales a lo largo de los próximos días. Por supuesto, el centro de la ciudad se corta al tráfico para montar ferias, mercados, festivales, demostraciones, desfiles militares actuales y otros con los trajes de 1810.  

            El punto culmen será el día 25 evidentemente, y todo lo importante se celebrará en torno a la plaza de Mayo, junto a la casa Rosada, la catedral metropolitana y el edificio del antiguo cabildo, donde se llevaron a cabo la mayor parte de los actos históricos narrados con anterioridad. Pero un día antes, el domingo 24 se celebrará un acto importante y que atraerá a mucha gente: el sable curvo del general San Martín recorrerá la ciudad desde el Regimiento de Granaderos a Caballo de Palermo, donde se ha mostrado durante las últimas décadas, bajo la vigilancia del regimiento creado por el héroe nacional para liberar la mayor parte del continente, tras ser robado en dos ocasiones. El lugar de acogida definitivo será el Museo de Historia Nacional, en el parque Lezama de San Telmo, donde el barrio hace frontera con La Boca y Barracas. Justo en el mismo lugar donde el sable del héroe patrio fue sustraído en las dos ocasiones. 


domingo, 24 de mayo de 2015

SETENTA AÑOS Y UN DÍA



           Cuando el 23 de mayo de 1936, es decir hace setenta años y un día, se inauguró el obelisco en el centro de Buenos Aires, nadie, ni siquiera su arquitecto, pensó que hoy fuera uno de los símbolos principales y más característicos de la ciudad. De hecho, muchos pensaban que no tardarían en demolerlo. Las críticas que sufrieron en su inauguración su arquitecto, el intendente de la ciudad y el presidente del país fueron de órdago. Tanto que hoy en día se siguen recordando.

            Colocar un obelisco de sesenta y siete metros de altura en el cruce de la avenida 9 de Julio, la Diagonal Norte y la avenida Corrientes fue tomado como un insulto para con la historia y la ciudadanía porteña. Sobre todo hacía Hipólito Yrigoyen, pues en el lugar ocupado por el considerado en la época horrendo esperpento, estaba proyectada una estatua en honor al ilustre y querido prócer rioplatense.

            La obra de construcción se llevó a cabo en tiempo record, solo cuatro semanas y ciento cincuenta obreros fueron necesarios para llevarlo a cabo. Cierto es que el trabajo se vio aligerado al ser sus cimientos absorbidos por las bóvedas de las líneas de subte C y D que pasan justo por debajo, y no fue necesario una obra de gran envergadura para instalarlos.

El obelisco en construcción. Año 1936.
             El lugar no era ni es una plaza cualquiera, hoy conocida como plaza de la República y punto clave de reunión de amigos, turistas, vendedores ambulantes y manifestaciones, fue el lugar original donde se ondeó y homenajeó por primera vez la bandera argentina en Buenos Aires: el 23 de agosto de 1812. En aquella época, en mitad de la plaza se levantaba la iglesia dedicada a San Nicolás de Bari, y el reconocimiento patrio se llevó a cabo en su torre. La iglesia desapareció, como decenas de cuadras con ilustres y magníficos edificios y construcciones de los siglos anteriores, cuando en 1912 se proyectó la creación de la enorme avenida 9 de Julio, cuyas obras no comenzaron hasta 1936. Aun hoy es considerada como una de las avenidas más anchas del mucho, con dieciséis carriles y cuatro zonas ajardinadas interiores que sirven para separar estas calzadas atestadas de coches y motos a cualquier hora del día. Además, en el centro se levanta una enorme dársena de colectivos en ambas direcciones, metrobus lo llaman, que cubre prácticamente la avenida y por donde circulan y tienen parada casi todos los colectivos que dan servicio en la urbe. Se da la casualidad, o más bien la causalidad de que justo en este punto, don Pedro de Mendoza primer fundador de la ciudad, juró apoyando su espada sobre un viejo y precario madero, la defensa de la villa en el año 1536. 



Inscripción en uno de los laterales del obelisco de 9 de Julio.

           El intendente de la ciudad Mariano de Vedia y Mitre, nombrado por el presidente Agustín Pedro Justo, firmó el decreto para cambiar la futura estatua del próvido Yrigoyen por un monumento más extraordinario, que recordara a las generaciones venideras el carácter fundamental de la efeméride suscita en la torre de la iglesia de San Nicolás. Para ello encargó la realización del obelisco al arquitecto Alberto Prebisch, uno de los grandes referentes argentinos del modernismo, y autor del teatro Grand Rex entre otras obras. Las obras estuvieron a cargo del consorcio alemán Siemens Bauunion - Grün & Bilfinger, de fuertes vínculos con el nazismo, y que eran los mismos que habían aprovisionado de vagones y locomotorasa la línea C del subte, construida por la empresa española del conde de Guadalhorte.
            El famoso Obelisco se inauguró como ya hemos dicho el 23 de mayo de 1936 y desde el primer día fue duramente criticado por los ciudadanos y algunos políticos de la ciudad. Más si cabe cuando en 1938, un día después de haberse llevado a cabo a sus pies un multitudinario acto público, con la presencia del presidente Ortiz, comenzaron a desprenderse las placas de piedra que revestían decorativamente el obelisco, destruyendo por completo las gradas donde horas antes se habían llevado a cabo los homenajes. Inmediatamente las placas se desmontaron por su peligrosidad y el obelisco se pintó de blanco, imitando el ornamento original, así permanecen hoy. Como ven, el arquitecto era el Calatrava de la época.
Estos percances, y el efecto óptico no convencían ni a propios ni a extraños, tanto fue así que en 1939 en el poder legislativo de la ciudad se llevó a cabo una votación para derruirlo. Votación en la que ganó el sí por veintitrés votos contra tres. Finalmente el obelisco se salvó por el veto utilizado por el intendente, contra la ordenanza aprobada por la mayoría. Cosas de la democracia.  

Operarios desmontando las placas ornamentales de la superficie del obelisco en 1938.
Con la llegada del obelisco, y la creación de la avenida 9 de Julio en 1936, Buenos Aires comenzó a ser sesgada por las macro construcciones. A estas obras se unieron al creación de las Diagonales que nacen en plaza de Mayo hacía el este y el oeste de la ciudad. Buenos Aires comenzó a perder patrimonio y tranquilidad. Tanto fue así, que en 1975 con el paso de los años y el obelisco ya aceptado por los ciudadanos más reticentes, éste se utilizó como cartel publicitario o informativo, para dar un tirón de orejas a los conciudadanos. Se colocó en la parte inferior del obelisco un anillo giratorio, donde se pedía encarecidamente a los habitantes de la nueva, cosmopolita y caótica ciudad que fueran cívicos. En él se podía leer: El silencio es salud, y Mantenga limpia Buenos Aires. Algo que por entonces comenzaba a convertirse en una necesidad, y que hoy en día es una utopía totalmente imposible de conseguir.

sábado, 23 de mayo de 2015

A LA FRANCESA


            Recuerdo una noche casi perdida entre las nieblas del tiempo a pesar de que transcurrió sólo hace tres años. Eran las cuatro de la madrugada de un viernes del mes de julio en París. Había acabado de trabajar, y junto a unos amigos había salido a disfrutar de la Noche en Blanco en la ciudad de la luz. Una fiesta de la cultura al aire libre; vimos un par de exposiciones de pintura y fotografía, una obra de teatro en Montmartre y una serie de cortos de animación en los jardines de Tuileries. Después de que la noche cultural acabara fuimos a frenar el calor estival en un pequeño bar de la Isla de San Luis, apenas tres metros cuadrados de taberna con cerveza bretona de barril. Un lugar tranquilo y agradable al que solíamos acudir a menudo, como si fuera nuestro cuartel general.

            Sobre las tres y media Jacques, el dueño, cerró la persiana metálica. Cuando acabamos nuestra consumición salimos en dirección a la plaza de Hôtel de Ville, desde allí avanzamos poco a poco por rue de Rivoli hacía nuestra casa, un poco más allá de donde se levantó en sus días la cárcel de la Bastilla. Al llegar a Saint Paul, casi a los pies del barrio judío del Marais vimos un bistró abierto, uno de esos pocos establecientes que permanecen activos toda la noche y no ofrecen comida rápida o recalentada. El hambre apretaba después de la larga noche y decimos entrar al local, era la típica brasserie parisina, decenas de mesas de madera y sillas del mismo material y color, con el asiento de rejilla tupida, luz amarillenta, tenue, y un camarero pululando por la sala con un enorme mandil hasta los tobillos, una camisa blanca y una corbata verde oscura a juego con el color predominante de la sala. Recuerdo que pedimos entrecot à point y varios pitcher de vino de Burdeos.

            Cuando ya habíamos acabado con las viandas y seguíamos dando cuenta del caldo francés, se nos acercó un tipo de alta edad, bien vestido, elegante y con su pelo plateado peinado y engominado hacía atrás. Pidió permiso para sentarse con nosotros, preguntándonos si éramos españoles. Le dijimos que no todos, pero que alguno había. Él era argentino, bonaerense. Llevaba prácticamente toda la vida en París, primero trabajando como diplomático en varias embajadas y consulados, después ya retirado, y sin familia, decidió quedarse allí para siempre.  Estuvimos hablando y tomando vino durante un par de horas más, casi estaba amaneciendo cuando salimos del restaurante y nos despedimos de Héctor. Esa noche hablamos mucho y de muchas cosas, pero hay una cosa que me quedó marcada, en un momento de la noche Héctor dijo que le encantaba París porque le recordaba mucho a Buenos Aires. No al actual, sino al de su niñez, apostilló. Lo decía con pena y resignación, se le notaba. Y añadió; si algún día vais por Buenos Aires os daréis cuenta de lo majestuoso que fue esa ciudad hace no mucho, cuando aún respiraba aires de grandeza y las construcciones limpias y completas daban un aire burgués y majestuoso a la capital del río de la Plata. Ahora todo ha cambiado ─decía─, no se cuidan los edificios, no se limpian, las calles son un caos y muchas construcciones del siglo XVIII y XIX han desaparecido.



             Recuerdo las frases de Héctor en aquella noche parisina cuando paseo por varios barrios de la ciudad de Buenos Aires. Me imagino como debió de ser San Telmo en sus buenos tiempos, antes de que llegara primero el abandono de las familias pudientes por la fiebre amarilla, y después la dejadez por parte de las autoridades locales y nacionales. Pasear por la zona de Retiro, por las lujosas avenidas de Recoleta, la zona de las embajadas en la avenida Alcorta o la parte más cercana a la Casa Rosada del paseo Colón, hace que me haga una ligera idea de la arquitectura de aquellos años, de su majestuosidad, de la forma de vida de la ciudad y de sus habitantes antes de que todo comenzara a cambiar en los años treinta del siglo XX. Y sí, me digo, Héctor tenía razón.