martes, 31 de marzo de 2015

SANTERÍA


            Cuando oímos la palabra santería solemos imaginarnos un lugar oscuro, con olor a extraños inciensos de aroma dulzón que se introducen por las fosas nasales y se clava en el interior de la cabeza a la altura del entrecejo. Un olor que no se moverá de allí en unas horas, y que posiblemente te levante un dolor de cabeza de mil demonios. Un local pertrechado de patas de conejo, muñecos de vudú africanos o de las Antillas occidentales, y bolas de cristal. Con una tipa o un tipo vestido de forma excéntrica y colorida, sentado en una mesa camilla al final de la oscura sala, con algún gato receloso rondando por la estancia.

            Un lugar un tanto peliculero donde se dan consuelo y consejos. No me costaría mucho imaginar a un detective de la Inglaterra victoriana, o del final del siglo XIX español, rondando por su interior. Amenazante. Buscando por todos los medios intimidar al dueño, arrancar una confesión o una pista clave para resolver un asesinato. Mientras, en la puerta, en medio de una calle apartada, en el centro de la ciudad de turno, en una vía húmeda, empedrada y oscura, espera vigilante un ayudante del detective con bombín y reloj de bolsillo. Recortando su silueta al resplandor amarillento de una farola de gas, fumando tabaco de liar, o esnifando rapé para matar el tiempo.

            Pero en Buenos Aires lo que se oculta tras los misteriosos carteles que anuncian el negocio de santería, es diferente. Pues se acerca bastante más a nuestras tiendas de productos religiosos, de tallas, rosarios y postales bendecidas. Incluso hacen la labor de las viejas cererías que en Europa apenas existan. Unos negocios que con la llegada de la electricidad se fueron cerrando. Resistiendo unas cuantas que hacen las delicias de los que amamos esos viejos negocios, que nos llevan a otros tiempos al asomarnos por su puerta de madera. Como la joya del carrer Corders, de Barcelona, que cuando abrió sus puertas se llamaba carrer Nou de Sant Cugat. O la de Lisboa, sobre la rua do Loreto, y que seguramente sea la tienda más antigua del Bairro Alto de Lisboa. Quizás de toda la ciudad, y que cada vez que visito la capital lusa observó con satisfacción que se mantiene en pie, abriendo su puerta de madera, anaqueles dorados y cristal esmerilado. 


              Estas santerías porteñas no son ciertamente negocios muy proclives a las grandes ventas, ni hay colas para requerir los servicios que allí se ofrecen. Pero siguen abiertas. Tampoco hay muchos de ellas por la ciudad. Calculo que una media docena, la mayor parte en las zona este de la capital. Por ello, se reparten equitativamente los clientes. Lo cierto es que son locales amplios la mayoría, y con solera. Con mostradores de madera maciza, y mobiliario de los de antes, valioso, bonito y elegante. La decoración es de otra vida. Al igual que la de las cererías de Barcelona y de Lisboa, que al entrar te trasportan a otras épocas. Solo por eso vale la pena asomarse de vez en cuando a su interior, más allá de idearios y creencias.

lunes, 30 de marzo de 2015

SIFONES Y FILETEADOS


            Lo cierto es que la feria no lleva muchos años celebrándose. Quiero decir, demasiados. No es tan antigua como creía en un principio, pues tan solo se lleva celebrando desde el año 1970. Eso sí sin faltar ningún domingo a su cita, y siendo cada vez más grande, pues lo que se conoció en su día como Feria de cosas viejas y antigüedades de San Pedro Telmo, que se circunscribía solo a la plaza Dorrego, ha ido creciendo. Haciéndose en la actualidad con una parte importante de la calle Humberto Primo, y con casi toda la calle Defensa hasta las cercanías de la plaza de Mayo. Dejando la antigua plaza para las antigüedades y el resto para los artistas, los productos típicos, las artesanías indígenas y los recuerdos turísticos, repletos de imágenes de Mafalda y bailarines de tango.

            Poco se podría imaginar el arquitecto José María Peña este futuro cuando lo  propuso. Mucho menos pensaría que el mercado se convertiría no solo en uno de los puntos principales del barrio, sino en una atracción turística de gran calado. Además esa feria, convertiría al barrio en el centro cultural de la ciudad. Comenzarían a poblarse los edificios de pintores, músicos o escritores, que trasladaron a esas calles sus domicilios y estudios. Al mismo tiempo, las vitrinas de las tiendas iban abriendo paso a los productos de anticuarios, creando galerías enteras de piezas únicas. Hoy la fisonomía del barrio ha cambiado bastante, sobre todo en la calle Defensa, pues entre las tiendas de anticuarios, de los barcitos de toda la vida, se van abriendo tiendas de reconocidos diseñadores. Junto a las parrillas y lugares de pizza, van metiendo la cabeza grandes cadenas de comida rápida y de alimentos gourmet. Por suerte, aún sigue en pie el viejo mercado de abasto del barrio.

            Pero a pesar de ello hay un placer único que es llegar a sus calles estrechas, repletas de puestos donde ya empiezan a asomar las mesas y sillas de los restaurantes nocturnos. Cuando el sol comienza a ocultarse por la zona de Constitución, recortándose sobre él las torres neogóticas de la iglesia de la plaza principal del barrio, al oeste de la ciudad. Ese momento en que los tenderos ambulantes comienzan a levantar los sifones antiguos de vidrio coloreados de sus puestos. Colocándolos tranquilamente en cajas acolchadas, mientras los artesanos de fileteados argentinos soplan las últimas chapas recién pintadas antes de irse a casa. Justo en el mismo instante que comienza a sonar al fondo la primera milonga de la noche.


             Por suerte, una vez que pasa la feria del domingo la zona vuelve más o menos a la tranquilidad del barrio. Retornan a brillar los viejos aparadores y los muebles de otro siglo, en las puertas de los anticuarios de siempre. La gente vuelve a compartir cafés y cerveza en las terrazas de los lugares añejos, como las del Británico, la de Dorrego o la del Hipopótamo ya casi en el parque de Lezama, uno de mis lugares preferidos de la ciudad, al borde del nacimiento del barrio arrabalero de La Boca. Más allá de la antigua casa de los Ezeiza y de la Pulpería Quilapan, donde las calles vuelven a ser adoquinadas como hace un siglo, donde las casas bajas se convierten en habituales, y donde sin querer te metes de lleno en el ambiente de tascas, lunfardo y tanguerías.

domingo, 29 de marzo de 2015

CASI TODO EL CINE DEL MUNDO


Rodríguez Peña con Corrientes. Ahí. A ambos lados de la vereda derecha, según dejas a tu espalda el obelisco y te diriges hacía Balvanera. Allí prácticamente enfrentadas en lo geográfico, y en la actividad empresarial, abren sus puertas dos establecimientos idénticos,  que ofrecen ingentes cantidades de piezas del séptimo arte. 

Como supondrán el nombre de la tienda es un tanto mentiroso, pues evidentemente no ofrecen todo el cine del mundo. El establecimiento de enfrente tampoco lo hace, a pesar de que lo anuncien ampliamente en su escaparate, aclarando bajo ello, a modo de titular más extenso, que lo hacen desde los  inicios de este arte hasta nuestros días. Posiblemente podrían ofrecerlo, no lo dudo. Pero lo diminuto de los locales así lo impide. 

Lo cierto es que en su interior es mucho más fácil encontrar cine clásico, o cine de autor, que cine actual. Lo cual tampoco está nada mal. En seguida salen a tu paso ejemplos del principio de este arte, como Metropolis de Fritz Lang, El Acorazado Potemkim, de Eisenstein, o El nacimiento de una Nación de Griffith, reconocida por ser la primera película de cine mudo que utiliza las nuevas técnicas cinematográficas. Grabación denostada en su argumento por mostrar en él claramente el racismo más rancio de Norteamérica, utilizando el filme como un canto al heroísmo del Ku Klux Klan.  Moviendo un poco estas primeras caratulas en blanco y negro encuentro, como si nada, las obras magnificas de Alfred Hitchcock. Geniales. También las primeras películas de Charlot. Imprescindibles, por críticas y lucidas. Las estanterías superiores, albergan a Los Intocables de Eliot Ness, por ejemplo. También mucho cine de terror, un tanto de serie B, películas de cine negro americano y de cine polar francés. Largometrajes, muy anteriores a la época en la que François Truffaut aprendió lo que era un travelling. 

Hay una gran sección de cine italiano: Pasolini, Fellini, de Sica, Bertolucci… Me acerco a ella, mientras un tipo mayor, de unos ochenta años, muy delgado, con la frente despejada y un tanto encorvado, demanda la ayuda de la dependienta para dar con una película de Mastroianni. Una grabación en donde comenta, parece ser, actuaba una prima suya. Una mujer que ahora tiene 90 años y vive en California, y que tiene la mente tan perdida como aquella película, y ni tan siquiera recuerda el título de su aparición más importante en la gran pantalla. 

Sin duda, pienso, los tanos de la ciudad son buenos clientes, pues su cine es la parte más poblada de la tienda. Aunque tampoco está mal nutrida la zona de cine español. La historia de los pueblos, su inmigración, sus idas y venidas se marcan en el carácter de la ciudad, en cada esquina. Incluso en sus tiendas de películas. Por ello me encuentro con la filmografía completa de Berlanga, Buñuel o Carlos Saura, entre otros muchos. Por supuesto no podía faltar Almodóvar. Incluso rebuscando un poco más allá, entre películas de Ingrid Bergman y Al Pacino, me topé con una edición bastante moderna de la vieja cinta de Ladislao Vajda, titulada Marcelino, pan y vino. Que el local, curiosamente engloba dentro del género drama religioso.
No sé si las películas que se venden aquí en formato digital cumplirían todas las normas de venta en Europa, al menos de venta al público en un negocio con todos los permisos y papeles en orden, pues las caratulas no son las originales de las productoras. Digamos que son bastante cercanas a los trabajos manuales. Tampoco sus precios son elevados, apenas superan los sesenta pesos, lo cual me hace sospechar que son algo truchas, o falsificaciones. Pero en una ciudad donde se venden las copias piratas de los grandes estrenos actuales, enfundadas en plásticos y fotocopias en blanco y negro, en los quioscos de prensa a la puerta de los cines, no me parece nada extraño lo que allí se ofrece, y estos establecimientos de posibles falsificaciones de “alta” calidad llaman menos la atención. 

sábado, 28 de marzo de 2015

WHIPALA


            Desde hace bastante tiempo hondea en la esquina de la avenida 9 de Julio con la de Mayo, en el centro neurálgico de la ciudad  Buenos Aires. Es de enorme tamaño, de mayor amplitud que una sábana de cama matrimonial. Se sustenta de una de las farolas y de uno de los innumerables semáforos de la avenida que divide en dos la parte baja de la ciudad rioplatense. Un poco más allá, a unos metros, justo a los pies de donde se levanta la estatua en homenaje al Hidalgo más conocido de la Mancha, el caballero de la Triste Figura, aparece su campamento. En un primer momento solo eran unas pancartas, pero con el tiempo se ha ido ampliado y haciéndose más o menos grueso, fuerte.

            Justo tras la bandera que hondea al borde de la vereda hay dos mesas hechas de palés de aglomerado, donde se muestran y venden collares y pulseras realizadas a mano por miembros del grupo que protesta pacíficamente.

       El Whipala es un estandarte conocido como símbolo del pueblo Aimara, un pueblo precolombino, originario de América del Sur, que se reparte por los actuales países de Perú, Bolivia, Chile y Argentina, aunque en realidad es un emblema general de todos los pueblos andinos. Los pueblos indígenas que durante tantos siglos han sido masacrados, perseguidos y expulsados de su tierra, pueblos que tras tantos problemas siguen luchando por su territorio. Y sobre todo luchando contra las empresas, como Monsanto, que están destruyendo las selvas del norte argentino, y del sur brasileño a base de plantaciones de soja transgénica.

            Es un símbolo curioso, colorido y cercano a la naturaleza. Por mucho que uno se empeñe -nos empeñemos- en destruirla, hay pueblos que siguen sintiendo verdadera devoción por la Pachamama. Sabiendo que lo verdaderamente importante es la tierra y no el dinero. Pues cuando se sequen los ríos y hayamos extinguido los animales, solo entonces nos daremos cuenta que no podremos comer billetes. Por ello, su bandera muestra en pequeños cuadrados los colores del arco iris que los pueblos andinos consideran el todo de la tierra. El rojo, la tierra (aka-pacha). El naranja, la sociedad. Con amarillo, energía y fuerza (ch´ama-pacha). El verde, las riquezas naturales de la flora y la fauna. El azul, como espacio cósmico e infinito (araxa-pacha). Y el violeta, la expresión social y poder comunitario. Todos ellos cruzados en diagonal por cuadros blancos (jaya-pacha), el tiempo y la dialéctica, el arte, el trabajo, y la reciprocidad entre los pueblos originarios y Gaia. 


La lucha está servida desde hace mucho tiempo, y las acusaciones vuelan de un lugar a otro. Los indígenas ─los pocos que quedan en el país─, denuncian que los gobiernos expropian sus tierras echándolos de sus pueblos y destruyendo sus aldeas. A la vez el gobierno, los acusa de no ser tan pacíficos como se muestran, y de querer el poder sobre tierras que han ocupado ilegalmente. La polémica está servida yo, como muchos, por más que leo y pregunto no encuentro el más simple atisbo de quien puede llevar, o no la razón. Posiblemente los dos, y también posiblemente ninguno. No sé a quién pertenecen las tierras por las que combaten, por las que se disparan y por las que muere gente. Casi siempre miembros de los pueblos originarios. Pero desde luego, tirando de historia y observando las barbaridades que estas tribus, o pueblos, han sufrido por culpa del “hombre blanco” a lo largo de los siglos, viendo lo que se está  haciendo con las selvas, con las reservas y los paraísos naturales para conseguir más y más dinero, me cuesta bastante, en ocasiones, hacer caso a según qué acusaciones, esgrimidas por los gobiernos poderoso a sueldo de las grandes empresas.


viernes, 27 de marzo de 2015

MARIPOSAS


             He de reconocer que es un rasgo de la ciudad que desde el primer día llamó mi atención. No sé si es normal en otras ciudades latinoamericanas, o si es una peculiaridad de Buenos Aires, pero sin duda es algo que en las ciudades de Europa no sucede. Mucho menos en las grandes urbes, llenas de contaminación, polución, y en ocasiones vacías de sentimientos.

            No me ha ocurrido ni una, ni dos veces, ni tampoco han aparecido sólo en las zonas de bosques, o en los grandes jardines. De hecho, la última vez que una mariposa revoloteo ante mí fue cerca de mi casa. Una calle estrecha donde el sol no abunda, a diferencia del olor a basura pasada y la contaminación de coches y colectivos. Donde el ruido se hace ensordecedor al paso de los viejos motores, retumbando entre las centenarias paredes. 

            Pero ellas siguen revoloteando, saliendo de entre la nada, pasando sus suaves y delicados colores por la ciudad. Incluso las he llegado a ver en el interior de algunos locales. No hace ni dos semanas que una de ellas se posó junto a uno de los viejos libros que ojeaba en una librería de San Telmo. Ella, paró su vuelo delicadamente, recogiendo sus alas y quedando tranquilamente entre la gente, sin inmutarse.

            En ocasiones he podido fotografiarlas tranquilamente. Recreándome y acercando el objetivo de la cámara a mi gusto, buscando diferentes posiciones y enfoques. Incluso en ocasiones ellas se mueven, se colocan, abren y cierran sus alas como posando para mis imágenes. No entiendo el porqué, pero en una ciudad tan mastodóntica y desordenada como es Buenos Aires, el poder caminar  por la calle, entrar en una vieja tienda o pasear por un parque, y poder sentarte a observar, o a fotografiar estos interesantes insectos, hace que la ciudad parezca menos invivible. 

            Me gustaría tener esta sensación más a menudo, pero en las grandes ciudades Europeas es imposible a no ser que te metas en una reserva natural, en un jardín botánico, o en algún lugar preparado para albergar diferentes especies de plantas e insectos. Por ello posiblemente, cada vez que una de estos animales frágiles se cruza en mi camino me quedo pensativo. Incluso como ocurrió esta tarde al cruzar una avenida céntrica, paré mis pasos, y durante un tiempo seguí con la mirada el devenir de una de ellas de color anaranjado. Hasta que su revolotear y el viento se la llevaron lejos. 

Al mismo tiempo que ella se alejaba pude sentir como las personas de mi entorno me miraban extrañadas, como si me hubiera vuelto loco de remate. No sé si por quedarme observando el batir de alas de la mariposa en sí, o por pararme en mitad de la calle estorbando la huida hacía donde nadie sabe de la mayor parte de los transeúntes. Los cuales, avanzan rápidamente por las veredas mirándose los zapatos, sin valorar la importancia de encontrar una especie tan bella como esta, en un lugar tan inhóspito-a veces-, como este.

jueves, 26 de marzo de 2015

VOLVER A EMPEZAR


            Vuelvo a caminar por Buenos Aires después de uno días fuera de la ciudad, y aún mis zapatillas están tiznadas del rojo terroso de las tierras boscosas del norte del país. Escarlata oscuro, casi del color sanguina de los campos selváticos de la zona norteña de Misiones. Justo donde la selva se divide en tres países, y donde se juntan los ríos Paraná e Iguazú.

            Salgo de nuevo a la calle de mi barrio, en mitad de Montserrat, a un par de cuadras de la avenida de Mayo y de la plaza del Congreso. Todo es normal hasta que salgo a 9 de Julio, hasta que llevo mis pasos a las inmediaciones Corrientes. Cuando de pronto me vuelven a caer encima las mismas sensaciones que sentí la primera vez que llegué a su altura, la primera vez que vi sus calles, que pasee sus veredas, y que me crucé con sus habitantes. Como si volviera a empezar a conocer la ciudad, pero con la curiosidad de entender los pormenores de la urbe. Sabiendo qué es lo típico en cada lugar, dónde encontrar revistas o libros. Dónde hacer mis compras, o dónde encontrar los teatros, los cines y las tiendas de elementos para llevar una vida normal. Una extraña sensación de vuelta a comenzar en una ciudad que se presenta nueva, pero que ya es conocida. Un lugar que ya será reconocido para siempre en mi subconsciente, a pesar de tener la sensación que volverá a sorprenderme de esta extraña manera cada vez que vuelve a ella. Sea con una diferencia de días o de años.

Vuelvo a pasear por las viejas librerías de segunda mano, descubriéndolas de nuevo pero sabiendo que me voy a encontrar en cada una de ellas, y pienso a la vez como voy a llevarme los libros que ya he comprado cuando vuelva a España. Observo al cruzar el último paso de cebra de la avenida 9 de Julio, a los camareros con horrorosos chalecos naranja y blancos de la cafetería República, pensando como siempre el mal gusto del que los eligió. Veo el cartel de: Hay ranas, del restaurante Arturito en la entrada a Corrientes, junto al obelisco, y como siempre pienso lo mismo: que algún día he de entrar a ver qué son. Piso su paseo de la fama de segunda división, no por los nombres que allí se exponen, sino por su mal estado en que se encuentra. Un pésimo cuidado que hace que ese lugar en vez de ser un punto para visitar, pase desapercibido a los ojos de todo el mundo. Donde las estrellas no solo son todas diferentes, de tamaños, color y forma, sino que además están pintadas, medio arrancadas,  no se lee en muchos casos el nombre de su propietario. Una desidia, que me hace pensar de una manera similar a otras ocasiones, creyendo que esto bien podía ser una metáfora de cómo el gobierno de la ciudad trata a sus artistas. 

Avanzo por Corrientes y veo las pizzas a caballo de Las Cuartetas, las tortas de Guerrín, las fainás de Banchero, las colas para entrar a Los Inmortales, los churros rellenos de dulce de leche de la Giralda, el olor a especias y a café recién molido del Gato Negro. Y me parecen nuevos a primera vista, aunque ya conozco su interior y los sabores que ofrecen. Me sorprenden como en su día los teatros a punto de abrir para la función de la noche, con chicos y chicas repartiendo volantes de promoción para que los transeúntes se animen a entrar a las pequeñas salas, donde se representa obras más independientes. Donde los actores no salen por la televisión, ni son conocidos. 

            Los vendedores ambulantes se pasean ofreciéndote sus gafas de sol y sus bolsos falsificados, o truchos que dicen aquí. El quiosco del vendedor de incienso y palo santo comienza a recoger su mercancía, y los vendedores de periódicos se afanan en atar con cuerda gruesa las ediciones sobrantes del día. Sigue sonando fuerte la música clásica en la disquería que casi hace esquina en Talcahuano. Y todo es tan nuevo, y a la vez tan reconocible, que me tiene absorto en el paseo.

            Es casi la hora de cenar, y de repente me acuerdo del sabor de las empanadas salteñas de La Americana y se me antoja un par. Su carne tiene un leve sabor picante, y aunque no son ni parecidas a las de la abuela de Julieta estas también cuentan en su interior con la suculenta sorpresa de una aceituna verde con hueso, que hace romper el sabor en tu boca, deshaciendo casi tus papilas gustativas al mezclar los diferentes ingredientes de su interior. Después salgo por la avenida Callao y aunque parece que lo hago por primera vez, conozco perfectamente por donde tengo que girar para volver  a salir casi a la altura de los cines Gaumont, donde como siempre están las colas de primera hora de la noche. Y sabiendo por donde voy perfectamente, me sorprendo como la primera vez, al ver la extraña arquitectura del Palacio Barolo, al enfilar de nuevo avenida de Mayo. Al dirigirme a mi casa. 

miércoles, 25 de marzo de 2015

LA BOTICA ILUSTRADA


             Es un día lluvioso en Buenos Aires, la primera lluvia del otoño bonaerense. Veo caer el agua desde mi balcón mientras escribo estas líneas, pensando en lo mucho que ha llovido desde que el negocio más antiguo de la ciudad abrió sus puertas. Allá por el siglo XVIII.

            Un día de 1785, el farmacéutico Francisco Salvio Marull abrió una botica en la esquina de Potosí con Santísima Trinidad. Hasta las calles han cambiado de nombre, pues ahora son Alsina con Bolívar, pero el negocio apenas ha mudado su forma en poco más de dos siglos, a pesar de haber sido derruido en una ocasión. Aquella tienda se conocía en toda la ciudad como La Botica, y en ella se vendían velas, estampitas, crucifijos, y lo que fue muy importante en aquella época: los primeros libros de la ciudad, que llegaban desde el Alto Perú. También fue la esquina, donde en 1801 se vendió por primera vez prensa en el Gran Buenos Aires.

            Allí permaneció La Botica, hasta que en 1830 cambio de negocio y de nombre. Así pasó a ser una librería, que pronto se denominó La Librería del Colegio, pues se encontraba ─aún se encuentra─ junto al Colegio Nacional de Buenos Aires. En ese lugar, los estudiantes compraban la mayor parte de sus libros y material escolar. Este colegio se encontraba, o se encuentra dentro de la importante Manzana de las Luces, punto clave de la historia porteña, lo que hace que dicha parte del barrio de Montserrat sea desde hace muchos años el punto preeminente de la cultura y la política del país. Junto al Colegio Nacional y la librería, se encuentra también el viejo colegio jesuita de San Carlos, y allí estaba el desaparecido café de Marco. Éste, se situaba  frente a la vieja botica y por si tuviera poca importancia la zona, en el café de Marco era donde se juntaban los revolucionaros de 1810, que junto a otros importantes nombres de la historia y la política patria, tales como Bartolomé Mitre, Domingo Faustino Sarmiento, Nicolás Avellaneda, Juan Bautista Alberdi, Santiago de Estrada, Aristóbulo del Valle, entre otros muchos, también eran clientes asiduos de la vieja librería del Colegio.


            En 1926 el antiguo edificio bajo el cual estaba la librería fue derribado. Rápidamente se construyó un nuevo edificio residencial, de estilo ecléctico. Una construcción que en su inauguración rompía bastante con la estética clásica de la ciudad. Pero pronto se arregló todo, no sean ingenuos, pues no fue para bien, y a partir  de los años treinta del siglo pasado, las autoridades, junto a los empresarios y constructores, se dedicaron a destruir una gran parte de la antigua cara de la ciudad de Buenos Aires. Llevándose por delante una incontable cantidad de construcciones, palacios y edificios de otra época, del periodo de máximo esplendor de la capital del río de La Plata. Por suerte en el local y en el subsuelo de este viejo edificio, volvió a abrirse la librería del Colegio. 

            Durante el año 1994 la vieja librería pasaba un bache muy duro. Fue cuando Miguel Ávila, antiguo dueño de la librería Fray Moncho, la adquirió, cambiando su nombre por el de su apellido. Cambió también el fondo de la librería, pues se especializó en libros y revistas antiguas, ediciones de coleccionismo y rarezas históricas. Eso sí, manteniendo el estilo tradicional del local. Y así sigue hoy, con decenas de viejas estanterías quejumbrosas de madera, repletas de libros de todos los ámbitos, siendo evidentemente la mayor parte de historia, tanto patria como general. La colección amplia se expande en una balconada superior, donde se puede encontrar de todo: desde libros nuevos, hasta verdaderas joyas en papel, como la edición china de El Quijote de Cervantes, libros de primaria de hace cien años en perfecto estado, o el bando de Manuel de Sarratea de 1819, en el cual se especificaba las condiciones para que pudiera funcionar una pulpería. 

            Desde el año 2000 es considerado sitio de interés nacional, una placa en la puerta lo recuerda. También recuerdan su viejo nombre los azulejos pintados que se ven en el saliente en forma de balcón cerrado del segundo piso. El local es visitado por muchos turistas que compran menos de lo que deberían, tal vez por no conocer a fondo la historia del lugar, y lo importante que es colaborar en su mantenimiento. Ya sea llevándose algo de los anaqueles, o tomándose un café en su subsuelo, donde se abre desde hace muchos años el café de la librería Ávila, conocida en toda la ciudad como el Café Literario y que sin duda, viendo su escaso trabajo, no tardará en perderse.

martes, 24 de marzo de 2015

LA MOMIA EXPOLIADA DE EVITA

           

El cuerpo embalsamado de Evita Perón, junto al doctor Pedro Ara.
            Todas las dictaduras tienen muchas historias tétricas a sus espaldas, muchas de ellas escondidas bajo siete llaves y que comienzan a destaparse después de muchos años. Pero si hay una historia que pudiera servir para redactar una novela de carácter negro y oscuro, esa es la historia del cadáver momificado de Eva Duarte. Evita.

            Como saben, la mujer del general Perón, presidente de Argentina, fue muy querida por la población, pues a pesar del carácter un tanto autoritario de su marido, ella llevó a cabo una enorme labor en pos de los necesitados y de los obreros argentinos, lo cual le valió mucho cariño, incluso después de muerta. Toda la historia comienza cuando Evita se desmaya en enero de 1950, durante un acto del sindicato de taxistas. En esa época, Evita acababa de ser propuesta por el sindicato C.G.T como vicepresidenta del futuro gobierno nacional, junto a su marido el general Perón. Esto amenazaba con abrir una grieta dentro del peronismo, pues una buena parte de sus integrantes y militantes, no veían con buenos ojos que una mujer pudiera presentarse a un puesto político. No hay que olvidar que la primera vez que la mujer argentina tendrá derecho a votar, y a presentarse en unas elecciones, será en las de noviembre del año 1951. Pero ese cisma no fue a más, pues el último día de agosto de 1951, meses antes de las elecciones, Evita renuncia a presentarse. Poco tiempo antes había vuelto a desmayarse en la sede de su Fundación. Días después de ello, sus médicos le habían detectado un cáncer de útero que acabaría con su vida en menos de un año. Esas elecciones las ganaría el general Perón y ella votaría desde el hospital. Moriría el 26 de julio de 1952, con treinta y tres años.
           Rápidamente, su cuerpo fue embalsamado. Su momia, quedó perfecta gracias a la labor del doctor español Pedro Ara. Tras ser despedida con honores de presidente en el congreso, su cuerpo permaneció en la sede del sindicato C.G.T, para siempre. O eso creían al menos sus dirigentes y seguidores. Pero en 1955, los militares derrocan el gobierno democrático de Perón, y el dictador Pedro Eugenio Aramburu ordenó el secuestro de la momia de Evita. El encargo de esa macabra empresa recayó en el teniente coronel Carlos de Mooki Koening. Éste y sus hombres, se presentaron en la sede de la C.G.T, y sin aviso previo cargaron el cuerpo de la que fuera mujer del presidente derrocado en una camioneta militar. Sin órdenes específicas y sin saber qué hacer con ella, la pasearon por la ciudad en la camioneta, teniéndola durante semanas escondida en su interior, y teniendo aparcando el vehículo militar por diferentes calles de Buenos Aires. 

De ese modo permaneció el cuerpo vagando por la capital argentinas hasta que se decidió esconderla en la sede de los servicios de inteligencia del país- la SIE-. Fue entonces cuando el teniente coronel Mooki Koening se obsesionó con ella, y ordenó que la colocaran de pie en su despacho para mostrarla a sus visitas. Incluso en una fiesta que tuvo lugar allí, con militares de alta graduación, la momia sufrió varios golpes, que la aplastaron la nariz y partes de la cara, así como la pérdida de un dedo. Las malas lenguas acusaban al obsesionado teniente coronel de llegar a manosearla sexualmente. Lo que obligó al dictador Aramburu a destituirle fulminantemente. Ordenando a Héctor Cabanillas sepultar la momia de Evita clandestinamente..

Funeral de Evita Perón. Plaza del Congreso. Archivo Histórico Nacional.


             En ese momento, se pone a trabajar junto al teniente coronel y futuro dictador, Alejandro Agustín Lanusse y comienza la operación traslado. Entran en contacto con el sacerdote Francisco Rotger, que será el que ayudará al gobierno a encontrar la complicidad de la iglesia, y del superior general de la orden de los Paulinos, el padre Giovanni Penco. El cual, por su parte, buscaría la colaboración del propio Papa Pío XII.

            En abril de 1957 el barco Conté Biancaman arribaba al puerto de Génova, en su interior portaba el cuerpo momificado y expoliado de Evita Perón, bajo el nombre de María Maggi. Con ese nombre, fue enterrada en la tumba número 41 del campo 86 del cementerio mayor de Milán. Allí permanecería oculto a los ojos del mundo durante catorce años.

            Evidentemente, durante todo este tiempo sus seguidores, los militantes peronistas y el grupo de los Montoneros no dejaron de buscar el cuerpo. Llegando estos últimos a secuestrar al dictador Aramburu en 1970, exigiendo entre otras cosas la aparición del cuerpo de Eva Perón. Rápidamente Héctor Cabanillas se puso manos a la obra para devolver el cuerpo, pero no llegó a tiempo. Ese mismo año el dictador fue asesinado a manos de los Montoneros. Lo sustituyó en el puesto dictatorial el general Lanusse, que ordenó de inmediato llevar a cabo la operación retorno de la momia. La operación finalizó en 1971 con la entrega del cuerpo a su viudo el general Perón, que por entonces vivía exiliado en las inmediaciones de Puerta de Hierro en Madrid, con su ya nueva mujer Isabelita Perón.

            En 1974, ya con la vuelta del general Perón a Argentina, los Montoneros secuestraron el cuerpo del dictador Aramburu, para cambiarlo por el cuerpo de Evita. Muerto Perón su mujer Isabelita mandó repatriar la momia, y la ubicó en la quinta presidencial de Buenos Aires, hasta que en 1976, la nueva dictadura militar, volvió a llevarse la momia de Evita para esta vez entregársela a la familia Duarte. Estos la enterrarían en su mausoleo del cementerio de la Recoleta. Allí descansa definitivamente hoy, a ocho metros de profundidad dentro de una capsula de acero blindado, y cubierta por una enorme plancha de mármol.

lunes, 23 de marzo de 2015

EL BANDERÍN


            El nombre de la calle en donde se levanta la entrada del bar en chaflán ya es curioso. Evocador de otra época más señorial, más elegante, de frac de gala y vestidos cortos de lentejuelas. De tango puro. Calle de la Guardia Vieja. 

            La pieza antigua se abre a ambos lados, uno de ellos más corto que muere junto al mostrador oscuro. En él solo hay sitio para una mesa, abrazada por cuatro sillas cuadradas y enmarcada por un televisor donde evidentemente el rey es el fútbol. Ahora sabrán por qué. Al otro lado en una especie de largo pasillo se sitúan el resto de las sillas y de las mesas. Una decena más o menos, colocadas en paralelo a la elegante y añeja barra donde se amontonan vasos, copas, tazas, medialunas y aperitivos salados. Sobre ella distintos globos de luz pálida expanden su brillo sobre las viandas y la loza.

            No sabría decirles si es un lugar de café, de aperitivo, de comidas o de meriendas, porque todas se van entremezclando a lo largo de las horas del día. Puedes estar tomándote una cerveza con unos manís mientras en la mesa de al lado unos amigos se enfrentan a unos martinis o fernets, metiéndose entre pecho y espalda una típica picada porteña, y en la mesa del fondo un par de mujeres dan cuenta de unas cuantas facturas con un café una. En cuanto en tanto en la mesa más cercana a ellas, un joven se ve las caras con un bifé de ternera. Es un tótum revolútum gastronómico que en vez de verse raro se entremezcla en armonía y perfecta sintonía. 

            Todas las paredes del local están cubiertas, como si de una maraña de colores y formas se tratara,  de banderines de equipos de futbol. Son de todos los tamaños, colores y formas. Desde los típicos acabados en semicírculo, hasta los triangulares, incluso los hay redondos. Pertenecen a selecciones futbolísticas de medio mundo, y de equipos del otro medio. Desde Latinoamérica a Asía, pasando por África y por Europa. Con equipos de primea división y de todas las demás categorías. Sin importar fama o títulos.

             El día es caluroso y el local no cuenta con aire acondicionado, ni siquiera con un ventilador de pie o de techo, pero las viejas ventanas de madera, un tanto destartalada que dan a la calle Billingurt, dejan entrar un frescor agradable. La sensación es más propia tal vez de un pueblo que de una gran urbe como es Buenos Aires, pero es una sensación más que maravillosa. Estas ventanas permanecen medio abiertas bajo las sombras de las acacias plantadas en la vereda, cuyas estrechas ramas casi se internan por las rendijas de las persianas. Unas acacias que con toda seguridad llevan allí mucho más tiempo que el café y que los banderines.
            No he ido nunca allí a tomar una cerveza en día de partido pero, ciertamente y con toda seguridad, es uno de los mejores sitios para disfrutar del juego canchero. Sea entre equipos locales, entre dos selecciones o equipos de la otra punta del mundo. Desde luego no iba a desentonar con el local. 

domingo, 22 de marzo de 2015

SERENDIPIA PORTEÑA


             Las palabras serendipia o serendipistismo son una de esas rarezas que te vas encontrando a lo largo de la vida. Serendipia no se usa en España, casi nunca, y habrá quién asegure que su uso se puede contemplar como una falta lingüística, una patada al diccionario hablando en plata. Pues el diccionario de la Real Academia de la Lengua Española no la recoge, ni siquiera en su última edición. Tampoco lo hace el diccionario Panhispánico de dudas. Cierto es que la academia viene discutiendo el tema de la idoneidad, o no, de palabra desde el ya lejano año 2012, barruntando si debe o no entrar en la siguiente edición de su diccionario. Lo cierto es que a día de hoy no sé cómo van las negociaciones de los grupos de trabajo de la real organización, pues las cosas de palacio, aunque sea en el palacio de las letras, van despacio.
            Serendipia es un neologismo que deriva de la palabra inglesa serendepity, procedente de un cuento que data de 1754 llamado Los tres príncipes de Serendip, creado por Horace Walpole. Pero a pesar de su origen, o tal vez por eso, la palabra de marras se usa muchísimo en el mundo latinoamericano. Es muy normal encontrársela en novelas, incluso aparece en ensayos y libros de historia que la usan de forma normal. Aceptada. Tal vez sea porque el español de Latinoamérica está vivo, fluye entre fronteras y evoluciona de una manera que tal vez el castellano de España no hace.

            Aunque en España la usemos poco, si es conocida, aunque sea tan solo de vez en cuando. Es una palabra que me parece preciosa al pronunciarla y sobre todo al aplicarla en su acepción completa: Hallazgo, o descubrimiento afortunado e inesperado que se produce cuando se está buscando otra cosa distinta. Es decir, a diferencia del azar detrás de la serendipia está el trabajo.

Hasta uno de los buques insignia de la literatura patria española la usaba en sus creaciones. No recuerdo en que libro de Francisco Ayala la encontré por primera vez, pero ahí está para la posteridad. El granadino pasó varias temporadas de su vida en Buenos Aires. Tal vez, casi seguro, después de leerla en alguna de sus obras la añadí a mi diccionario propio, y solo ahora comprendo a la perfección la necesidad de su uso. 

            La serendipia suele traducirse al castellano “de España”, como chiripa. Es decir, por un descubriendo casual. Lo cual es un típico error, pues la chiripa y la serendipia no tienen mucho que ver. La chiripa es eso, ir por la calle y encontrarte de casualidad la resolución de un problema, de una duda o la solución al hambre errante, porque ante tus narices pase volando un billete de cien pesos. Pero detrás de la serendipia hay mucho más.

Placa en honor al escritor español Francisco Ayala, en el edificio Calmer. Calle Defensa, 441. San Telmo.
           El sentido real de la serendipia es la del hallazgo afortunado e inesperado, pero no por casualidad, sino cuando se está buscando otra cosa. Es decir, cuando se está trabajando en algo concreto, y no paseando la calle mirando las palomas. Hablando claro, la chiripa le puede tocar a cualquiera, la serendipia solo se alía con quien la busca mediante el trabajo y el esfuerzo. Por ejemplo, Umberto Eco dice que el descubrimiento de América por Colón fue el más claro ejemplo de serendipia histórica, pues él buscaba las Indias y se topó con las Américas. Otro ejemplo es el del Principio de Arquímedes, que lo descubrió después de trabajar durante mucho tiempo en otros temas científicos, encontrándose con éste mientras tomaba un baño. Ya saben lo de ¡Eureka!...y tal.

            En la literatura y en el estudio histórico también ocurre. Un ejemplo es el de la novela Los Viajes de Gulliver de 1796, donde se habla que Marte tiene dos lunas. Algo que a la larga resultó ser cierto. Pero esto no se descubriría hasta 1877. Otro caso es cuando Morgan Robertson imaginó en 1914, dentro su novela Más allá del Espectro, unas máquinas voladores japonesas bombardeando territorio norteamericano. Algo que ocurrió realmente en Pearl Harbor veintisiete años después. Hasta que no lo lees en la obra, no te das cuenta de lo parecido de la descripción de Robertson con lo ocurrido aquel día de 1941.

            Recordaba todo esto el otro día mientras tomaba un café en la avenida de las Heras, justo a la espalda de la Biblioteca Nacional de la República Argentina. Fue durante un momento de descanso de la investigación que llevo a cabo allí. Buscando datos de varios diputados suplentes del antiguo virreinato de La Plata, di entre la embarullada caja de legajos con unas cartas de la época. Unas cartas que casi resultaban más interesantes y morbosas que la información oficial que tenía entre mis manos. Este testimonio me robó la atención por completo, llegando a pedir copias de los documentos que se podían reproducir y copiando a mano el resto de páginas que no podían duplicarse. Era una información que en este momento no me servirá de mucho, pero que en un futuro no muy lejano, espero me de alguna satisfacción. Siento no poder darles más información, pero todo llegará a su tiempo. Solo puedo adelantarles que ese día me tome un café con serendipia, uno de los mejores que se pueden tomar en la ciudad.

sábado, 21 de marzo de 2015

LA NOCHE DE LOS BASTONES LARGOS



La historia reciente de Argentina ─entiéndanme reciente como desde la segunda mitad del siglo XX hasta nuestros días─ está llena de complots políticos, golpes de estado y gobiernos de facto. Con rocambolescas historias como batallas entre militares del mismo destacamento en parques de la ciudad, bombardeos del centro de Buenos Aires por militares que querían acabar con un gobierno democrático y desaparecidos que se tragó el río de la Plata. Pero me perdonará usted querido lector si estás historias las dejamos para otro día, ya habrá tiempo para ello. Se lo prometo. Hoy quería centrarme en un capítulo muy significativo, y aterrador, que trajo como consecuencia el atraso en investigación y educación del que en aquel entonces era el país latinoamericano más avanzado y más prometedor.

            Nos encontramos en el día 28 de junio del año 1966. Ese día, el militar Juan Carlos Onagía se había convertido en Presidente de la República Argentina tras derrocar al presidente Arturo Umberto Illia mediante un golpe militar orquestado por él y encabezado por los titulares de las tres fuerzas armadas nacionales. Prácticamente un mes después, el 29 de julio de 1966, se produce uno de los hechos más luctuosos de los primeros días de la dictadura denominada por los propios militares como Revolución Argentina. Los rectores y el decano de la Universidad de Buenos Aires reciben el ultimátum de plegarse a las exigencias del gobierno de facto y eliminar la autonomía universitaria, así como el cogobierno tripartito independiente de la misma y que formaban estudiantes, docentes y graduados. También con ese ultimátum se pedía la desaparición de la libertad de cátedra en las aulas. Una libertad docente alcanzada en los primeros movimientos estudiantiles aparecidos en la ciudad argentina de Córdoba en el año 1918. Añadiendo además, por si esto era poco, que los estudiantes y profesores deberían obedecer a rajatabla las órdenes de los rectores, y éstos las del decano. Quedando por supuesto el decano y sus indicaciones en manos del Ministerio de Educación y por ende en las del dictador Onganía.
            Inmediatamente el decano y los rectores se reúnen en la facultad de Ciencias Exactas, físicas y naturales de la Universidad de Buenos Aires, sita en el céntrico edificio de las Manzanas de las Luces. Ipso facto deciden no aceptar las órdenes del gobierno militar y cierran las puertas quedándose encerrados de forma pacífica en el interior de la facultad, esperando allí la llegada del cuerpo de infantería de la policía federal argentina. 
             Al enterarse Onganía de la negativa de los encerrados en la Mazana de las Luces, ordena que todos los que allí se encontraban fueran duramente reprimidos, sin importar su posición. Los federales reventaron las puertas de la universidad, lanzando bombas de humo e introduciéndose en el lugar con las pistolas en la mano. El primero que se encaminó hacia ellos pidiendo explicaciones por esa tropelía fue el mundialmente famoso investigador Rolando García, que era el decano de la Universidad de Buenos Aires en ese momento ─fallecido hace un par de años en México─. Como toda respuesta recibió un golpe con un largo bastón que le abrió la cabeza, tirándolo al suelo. Aun así, volvió a levantarse, y con su propia sangre derramándose sobre su cara, volvió a reclamar explicaciones, recibiendo de nuevo otro golpe con las largas porras que portaban los policías federales.
        Esa Esa noche fueron detenidas cuatrocientas personas entre profesores, investigadores, estudiantes y trabajadores. Pero antes de ser detenidos, fueron apaleados en el interior del patio de la universidad. Incluso a su salida fueron maltratados por las fuerzas del orden, que les esperaban a ambos lados de la puerta para apalearlos a gusto con los bastones largos hasta que se cansaron. Lo explica muy bien en una carta remitida al diario The New York Times el profesor Warren A. Ambrose ─profesor de matemáticas de la Universidad de Buenos Aires y del Massachussets Institute of Technology─.
         …Fuimos apaleados ferozmente y cruelmente al pasar los detenidos de dos en dos entre la policía federal que colocados a diez pies entre sí, para pegarnos con palos y culatas de rifles; y que nos pateaban rudamente e cualquier parte del cuerpo que pudieran alcanzar. Manteniéndonos con suficiente distancia a los unos de los otros para que cada policía pudiera pegar tan brutalmente como le fuera posible…
            Tras ello, todos los detenidos fueron llevados a la comisaria del sector correspondiente en camiones. Allí tras más palizas, los profesores fueron puestos en libertad esa madrugada sin ninguna explicación. Los estudiantes siguieron retenidos. Mientras esto ocurría, la policía federal destruía laboratorios y quemaba bibliotecas universitarias. Incluso destruyeron en el Instituto de Cálculo Exacto de Buenos Aires a Clementina: la primera computadora de América Latina. Con todo lo que este acto significa.
            En los días posteriores se llevó a cabo la depuración universitaria más cruel y grave hasta la época ─por desgracia los milicos en 1976 los superarían con creces─. Todos los investigadores y profesores que no eran adeptos al régimen perdieron su trabajo y fueron perseguidos. Centenares de investigadores y profesores abandonaron la Argentina para llevar a cabo sus descubrimientos y prometedoras carreras en otros países de América Latina, Europa o en Estados Unidos. La Universidad de Buenos Aires en particular, y la Argentina en general, fue desmantelada y arruinada en los siguientes días, lo que haría retroceder al país a pasos agigantados. Pero como ya hemos dicho, esto solo fue el principio de una cadena de desgraciados y sangrientos momentos que casi llegan hasta nuestros días.