viernes, 8 de mayo de 2015

AMANECER SOBRE RIACHUELO


            El reloj digital móvil se intercalaba entre la fecha y los grados centígrados en un lento deslizar digital. Rojo sobre negro. Marcado como un anuncio intermitente en la parte alta de la puerta del vagón casi vacío en el primer viaje de la mañana. Marcaba prácticamente las siete treinta.

            El tren general Roca abandonaba la capital federal y se internaba en la provincia, a punto de pasar por el partido de Avellaneda, cruzaba sobre Riachuelo. El brazo del río de la Plata que se interna en los barrios del este de la ciudad, llevando a los cancheros barrios de La Boca, Barracas, Nueva Pompeya y Villa Soldati la humedad, el olor a agua dulce mezclada con mar, y el sonido del croar de ranas de otras épocas, como si en vez de en mitad de una de las grandes urbes del mundo, nos encontráramos en un tranquilo campo.  

            El cielo en claroscuro veneciano, comenzaba a dejar paso al clarear del día, las nubes empedradas que anunciaban futura lluvia sobre la ciudad, se reflejaban impávidas y desdeñosas sobre las turbias y poco limpias aguas del Riachuelo. Unas pequeñas barcas de recreo se alineaban en un mini puerto flotante del lado de la provincia. Parecía un paisaje tenebroso de otro siglo, nada se movía en él salvo el viento frío del amanecer otoñal. En el interior del tren los pocos pasajeros dormitaban o repasaban documentos y apuntes, últimas ojeadas antes de una presentación comercial o de someterse a un examen parcial.

            El tren se interna en la ciudad que da nombre al partido geográfico entre las dos enormes canchas de Independiente y Racing, una azul y otra roja. Ambas compartiendo colores blancos, menos prominentes pero significativos en los sentimientos y las pasiones de muchos argentinos. Yo vuelvo mi mirada al interior, hacia el libro de relatos abierto sobre la bandeja plegable. A veces , pienso, madrugar no es tan mezquino.

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