sábado, 29 de agosto de 2015

REPÚBLICA DE CROMAÑÓN


           30 de diciembre de 2004, diez y cuarenta minutos de la noche, barrio de Once, centro de Buenos Aires. El infierno convertido en boliche. Caos, gritos, muerte, y después muchas mentiras, muchos escurrir el bulto, y al final la búsqueda de culpables. Búsqueda que se queda en una nube negra de negligencia y falta de justicia. Aclarando, la tragedia del boliche República de Cromañón fue nuestro Alcalá 20. Un triste remate de año para un año que no fue bueno, tanto el 2004 bonaerense, como el 1983 madrileño.

            Cuando fui conociendo en profundidad la historia de lo ocurrido en el boliche República de Cromañón-una recién abierta sala de fiesta y recitales del centro de la ciudad-, no pude dejar de recordar la tragedia de Madrid-también sumando irresponsables recuerda a la cercana del Madrid Arena-, una de las peores de la capital, ochenta y un muertos,  sin duda la peor tras los atentados del 11-M. La de Buenos Aires fue también una de las peores de su historia, tal vez la peor-lo que sumando el accidente ferroviario de Once del año 2012, hace que éste barrio sea el que ha acogido las tragedias más recientes y traumáticas del país-, ciento noventa y cuatro muertos. Solo quince de ellos eran mayores de treinta años, y muchos de ellos lo eran menores de dieciocho. Incluso la noche se llevó a un niño de tan solo seis años, que estaba allí acompañando a su padre, uno de los encargados de la seguridad del local.

            Esa noche, ya en plenas vacaciones de navidad, con el verano austral en su pleno apogeo, las calles y los locales de Buenos Aires estaban con el cartel de completo. Pero si había un local de la zona que esa noche tenía el aforo más que completo, era el boliche República de Cromañón, en él esa noche se iba a llevar a cabo el recital del grupo de rock nacional Callejeros.


 No llevaban más de unos minutos de concierto cuando alguien, un descerebrado, decidió encender una bengala o un producto de pirotecnia similar, todo ello en un local cerrado y que multiplicaba por cuatro el aforo permitido. En seguida el aparato prendió una tela de plástico negro que se encontraba cerca del escenario, la tela altamente inflamable ardió en segundos, cuando el fuego terminó de devorarla se pasó a la guata y a la espuma de poliuretano que recubrían el local. El resto fue cuestión de segundos, interminables segundos.

Murales en recuerdo de las victimas sobre la estación de ferrocarril del Once. Próxima a donde se encontraba el boliche.

           En seguida todo se cubrió de humo negro y los primeros intoxicados comenzaron a caer al suelo. Otros intentaron salir del local por las puertas principales del mismo, una huida entorpecida por numerosas vallas que no deberían estar allí, además, la salida de emergencia que debería estar expedita se encontraba cerrada con candados y alambres, a pesar de que la luz marcaba que estaba en perfecto estado de uso. La huida de las futuras víctimas también se vio cercenada por una escalera que no debería estar allí-los planos del local no la reflejaban y se encontraba en el centro del garito-, algo similar ocurrió con un mostrador que entorpeció la evacuación.

            Pero ni con mucho estos fueron los únicos fallos en la seguridad del local. El humo que a la postre acabaría con tantas vidas, debería haber desaparecido del local de forma inmediata por las ventanas superiores del mismo, y mediante los extractores colocados en la terraza del boliche, al menos así debería de haber sido. Lo cierto es que las ventanas superiores se habían tapiado, y los extractores no existían, pues alguien había decidió colocar varias canchas de fútbol en la parte superior del local, lo que hizo que el humo rápidamente ocupara todo el boliche. Los quince extintores colocados por en el interior de la sala de poco sirvieron, pues diez de ellos se encontraban inutilizados. Por si fuera poco, las personas contratadas esa noche para llevar a cabo los primeros auxilios en el caso de que fueran necesario-y vaya si lo fueron esa noche-, no fueron capaces de hacer nada, pues no tenían ninguna preparación para llevarlos a cabo, el encargado del local había decidido contratar gente sin preparación para cubrir el expediente y ahorrarse dinero.

Parte del santuario donde se recuerda a las víctimas. Las zapatillas que allí cuelgan son las que se encontraron amontonadas los bomberos al entrar en el local. Son el símbolo de la tragedia de Cromañón.

          Muchos de los jóvenes que ese día ocuparon el boliche fallecieron, pero muchos más fueron heridos graves-más de mil cuatrocientos-, y una gran parte aún siguen sufriendo los síntomas tanto físicos como psíquicos de la tragedia, incluidos suicidios y tentativas debido a graves depresiones.
          
           La tragedia trajo muchos cambios en las leyes de locales y boliches, concienció a la población de lo peligroso de no respetar las leyes en los lugares donde se juntan muchas personas, y además hizo que la legislación sobre normas de seguridad se volviera más dura e intransigente con las faltas-aunque esto como en tantos lugares solo sirvió los primeros años, siendo hoy de nuevo bastante laxos-. Por su parte los juicios buscando a los verdaderos culpables siguen hoy en día. Entre otros se ha acusado a los músicos del grupo, la empresa a nombre de quien estaba el local, el supuesto dueño y un largo etcétera. Hasta hoy el único que se vio salpicado y debió abandonar su puesto fue el por entonces legislador de la ciudad; Aníbal Ibarra, al que todas la miradas apuntaron en un primer momento, algo que no le ha servido de cortapisa para presentarse este mismo año a las elecciones para ocupar el puesto que debió dejar por su poco cuidado en las leyes de seguridad. Por suerte se candidatura fue desechada por el pueblo en la primera ronda.

El lugar a día de hoy sigue siendo terrible, el local se derribó en parte, pues quedó prácticamente arrasado tras el infierno terrenal de aquel 30 de diciembre, donde se alcanzaron los cuatrocientos grados centígrados. Ese predio y parte de la vereda se ha convertido en un santuario en recuerdo de los muertos, pidiendo justicia para su memoria y sus familias. Los murales pintados por familiares, amigos y artistas locales han ocupado todas las paredes de los edificios cercanos, los nombres de los fallecidos lo ocupan todo, sus fotos en blanco y negro aparecen en mitad del lugar, y también en muchos de los quioscos de prensa de la plaza del Once, en el centro del barrio de Balvanera. Pero si hay una cosa que señala el lugar, y que te encoge el estómago son las zapatillas deportivas que cuelgan en racimos, son decenas de ellas, sostenidas de diferentes cuerdas que cruzan la pequeña plaza homenaje. Esas zapatillas son de los muertos y heridos de ese día, fue lo primero que se encontraron los bomberos cuando entraron en el local después de la tragedia.

Portada dedicada a los fallecidos en la tragedia de Cromañón por la publicación Rolling Stone


viernes, 28 de agosto de 2015

EL SABLE DEL GENERAL


            El paseo fue asunto de estado, las críticas y las alabanzas no se hicieron esperar, los partidarios de una y de otra idea no tardaron en lanzarse discursos encendidos y exabruptos en las tertulias televisivas y en los cafés. El asunto del traslado del sable del general San Martín desde su actual lugar de reposo, en el Regimiento de Infantería de Patricios en Palermo, a su nueva sala del Museo Histórico Nacional en San Telmo, alborotó más los ánimos de unos y de otros, marcando de nuevo la frontera del conmigo o contra a mí. Una situación social y política muy marcada en la Argentina y que parece un fiel reflejo de lo que también se hace en España. Lo malo se pega rápido y fueron muchos siglos de sangre mezclada.

            El caso es que dio igual que unos se quejaran, que se negaran al cambio de ubicación del mayor símbolo del prócer libertario de América Latina, pues el sable corvo del general San Martín después de muchos viajes, robos, desapariciones, acusaciones y alguna que otra restauración, llegó a la vitrina central de una nueva sala del museo, preparada solo para acogerle a él.

            Los problemas políticos, las pseudoideologías que todo lo embarran y las cabezonerías periodísticas, convirtieron lo que se suponía un día de fiesta en un continuo despilfarro de acusaciones y de teorías conspiranóicas de novela de ciencia ficción. Aderezado todo al final del recorrido, ya en el parque Lezama, por los palmeros gubernamentales. Un Sin Dios, que diría el bueno de José Luis Cuerda. 


          Recuerdo haber visto la primera parte del recorrido del traslado del sable por la televisión pública mientras tomaba el primer café de la mañana-era fin de semana-. El coche militar donde se exhibía el sable avanzaba despacio por la avenida del Libertador, rodeado de pomposos caballos y miembros de la infantería del regimiento de Patricios. Los atisbo parando junto a la Torre de los Ingleses, al lado de Retiro, para en la plaza San Martín rendir honor a los caídos en la guerra de las Malvinas-es curioso como en el país se rinde honor a los caídos en esa guerra, mientras no se escucha ni se atiende a los veteranos de la misma, que llevan meses acampados en la plaza de Mayo-, para después seguir avanzando por Leandro N. Alem hasta la catedral. Fue en ese momento, cuando el sable era desanclado del coche militar para entrar a rendir tributo a su antiguo dueño, el cual descansa en una de las capillas laterales de la catedral metropolitana de Buenos Aires, cuando apagué el televisor y decidí salir a la calle. Crucé avenida 9 de Julio y dejando atrás la avenida de Mayo, callejeé por Monserrat y San Telmo llegar a la parte baja de la avenida de la Independencia, esquina con paseo Colón.

            La afluencia no era masiva como supongo se había esperado en un primer momento, que fuera un día de fiesta cercano a un fin de semana no ayudaba a que los bonaerenses acudieran, pues muchos se encontraban fuera de la ciudad. Además, el cortejo se había trasladado de día para evitar la lluvia del sábado sin apenas haberse anunciado dicho cambio. Unos hacían fotos, otros aplaudían, la mayor parte miraba sin más. Recuerdo a unos bomberos casi a la altura del comienzo de La Boca, venían en su camión y al ver pasar el cortejo se bajaron y solemnemente se cuadraron ante la espada curva, pero poco más. El desfile siguió hasta el parque Lezama donde finalizaría con la llegada del sable a su nuevo hogar. Allí como digo le recibió la presidenta y un nutrido grupo de palmeros con banderas de diferentes partidos, algo que siempre me produce desazón y disgusto. Los héroes deberían ser de todos y no de unos pocos. Nunca me han gustado los que se envuelven en banderas o se parapetan detrás de símbolos históricos para hacer política, me parecen arrogantes y peligrosos. Tanto en Argentina como en España siempre he pensado que algunas fiestas, algunos actos debería ser solo del pueblo, nada más. 

Tumba del general San Martín en el catedral de Buenos Aires.

          Tal vez por eso, en este caso estoy de acuerdo con los que dicen que el sable debe estar en el Museo Histórico Nacional, porque es del pueblo. Y un sable histórico como ese, no debería estar en ningún otro sitio que en un museo histórico público, junto al resto de sables de héroes y próceres de la reciente historia argentina. No me sentí a gusto cuando lo visité por primera vez dentro del regimiento en activo del ejército argentino, no me gustan los cuarteles-salvo cuando son exclusivamente museos-, y por eso creo que las piezas históricas deben conservarse en los museos. Eso sí, con un sistema de seguridad superior al que el Museo Histórico Nacional de Buenos Aires tenía hasta hace poco, para evitar así nuevos robos, que lo cortés no quita lo valiente. 


jueves, 27 de agosto de 2015

DESAPARECIDOS


               Los desaparecidos de la última dictadura militar argentina son un tema bastante recurrente en novelas y películas, he visto y leído bastantes durante estos meses, pero a mí me ha costado enfrentarme al tema, no porque no crea que es importante, sino exactamente por lo contrario. Me daba miedo enfrentarme a ello de una forma inocua, soluble, cuando creo que en realidad el asunto es mucho más farragoso que la mirada que se le da actualmente. Como una herida cicatrizada por fuera, pero que siguen sangrantes y doliendo en el interior de propios y extraños.

            Desde el primer momento que puse un pie en las calles argentinas, que charlé y observé comentarios y situaciones, me di cuenta de que los desaparecidos argentinos son los desaparecidos más presentes de la historia reciente de esta casa de putas que algunos aún nos empeñamos en denominar mundo. Una historia oscura en un país que lleva demasiado tiempo metido en la nube negra. Ciertamente me parece muy bien que estén presentes, que sirvan como piloto de alerta para que el asunto no se repita, una señal de bombardeo antiaéreo sonando en casa puerta, esquina o barrio, donde se colocan esas placas oficiosas y fabricadas por amigos y familiares de las víctimas-como ocurre también con las que hay en la avenida de Mayo, en recuerdo de los muertos durante las protestas por el corralito y la estafa de 2001-.

            Lo que no me gusta ya tanto-ni en Argentina ni en ningún lugar del mundo-, es que se usen los desaparecidos y su memoria para hacer política. Los muertos de una locura, sea dictadura, guerra, accidente o catástrofe deben de ser de todos, de todos los civilizados, coherentes y buenas personas que detestan las muertes injustas, claro. Lo contrario para mi es ensuciar su memoria, la de su familia y la de todos los que sufrieron en sus carnes la persecución, la prisión, la muerte y el exilio. De eso en España sabemos mucho, pues allí no vale con acabar con tu enemigo-no sabemos tener contrincantes o detractores, todos son enemigos mortales, otro síntoma más de que el mundo se va por el sumidero-. En la historia española se ha repetido el asunto, la persecución. No vale con hacer callar a tu enemigo, tienes que matarlo, esconder su cadáver, rapar y dar aceite de ricino a su mujer y exiliar a sus hijos. Solo así el exterminador queda tranquilo, aunque luego a alguno se le aparecen sus muertos cuando está a punto de morir y no sabe lo que le pasa, donde meterse. Justicia divina supongo. 


             Ese cainismo tan español que duele, se mezcla con los genes de algunos argentinos. Fueron muchos años de Imperio español para que no se les pegaran los dejes de maldad, envidia y soberbia de la madre patria. Y claro, al final todo este batiburrillo de genes explotó por el peor de los lados.

            El caso-que me voy del asunto principal-, es que la ciudad está plagada de estas placas de color terrosos, animadas cromáticamente por pedazos de azulejos que se intercalan con las letras de forma caseras, en color blanco, que dan forma al nombre del desaparecido, del militante y la fecha en que se convirtió en  humo-casi todos entre 1975 y 1977-. Un recuerdo necesario, higiénico para la conciencia histórica y moral. Otras similares, recuerdan donde estuvieron los centros clandestinos de detención y de tortura.

            Algo similar a lo que ocurre con las Madres y Abuelas de la Plaza de Mayo, un grupo de mujeres valientes, que se enfrentaron a los verdugos desde el interior de la madriguera de la serpiente, que se parapetaron ante la Junta Militar para llamarles asesinos cara al mundo, todo mucho antes del fin cantado de la Guerra de las Malvinas, y la conferencia de prensa absurda y doliente del bastardo Galtieri, que dejara claro que los militares usaron esa guerra para huir hacia adelante, intentando mantener un poder que hacía tiempo que había muerto, y que se dedicó a engañar a un país entero durante ese año, a sabiendas de que todo el que era enviado a esa guerra lo hacía para morir por una lucha perdida de ante mano,  una lucha que ningún miembro del gobierno militar quiso ganar. Estas protestas en la cueva del lobo, les valió a muchas llevar el mismo camino que sus hijos. Otras desaparecidas más, como se deben considerar a los muertos en esa guerra que bien sabían que iban a perder desde el primer momento todos los Galtieri del gobierno.

             Esas mujeres como digo, merecen todo el respeto de la gente de bien, de todos los que luchan por evitar una nueva masacre, y que si viviéramos en un mundo justo hace años que hubieran recibido el Nobel de la Paz. Más allá de que ahora de nuevo se use su lucha, su valentía, para hacer una política que nada tiene que ver con su lucha. Ellas se pusieron delante de cualquier sigla, de cualquier pancarta y lucharon cara a cara sin armas y de forma pacífica contra los verdugos, y ahora muchos se esconden detrás de ellas, de su símbolo y de sus muertos para sumar votos. 



miércoles, 26 de agosto de 2015

LA QUINTA DEL ÑATO


             Tardé en pasear en profundidad la viaja Chacra de los Colegiales, el lugar que hoy se conoce como cementerio de La Chacarita, y que es el camposanto más grande de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Solo es necesario mirar un mapa como el que yo tengo situado en la habitación que ocupo en el centro bonaerense para observar un enorme cuadrado-casi perfecto- de color blanco en mitad del mismo. En 1871 el lugar se convirtió en el cementerio de la ciudad, después de que un brote de fiebre amarilla obligara a dejar atrás durante un tiempo al de La Recoleta.

            El asunto llevó a crear esa enorme Quinta del Ñato, una acepción tomada del lunfardo, para definir con socarronería a los enterramientos criollos, que solían realizarse en sus propios territorios, lo que llevaba a que esa parte de la quinta fuera denominada como la del ñato, haciendo referencia a las calaveras, que por no tener nariz eran consideradas así; ñatas, o chatas. Al final se popularizó, incluso Julio Cortázar lo recoge en las páginas de Rayuela.

            Al poco de llegar a Buenos Aires y casi por casualidad aparecí allí, comí en una pequeña parrilla y me asomé para visitar rápidamente la tumba de Gardel, situada prácticamente a la entrada del enorme predio. Nada más, salí, llevaba prisa y decidí volver más tranquilamente otro día, pero la visita se fue dilatando y la llevé a cabo finalmente en mi última semana en la ciudad. Me sorprendió que no fuera lo que me esperaba, al menos en su totalidad. Suponía un cementerio histórico, total, como es el de Père Lachaise de París, o el de La Recoleta de la misma ciudad, pero no, solo la primera parte lo es, después, tras pocas cuadras te encuentras tumbas escavadas en la propia tierra, sin más decoración que una cruz decorada con flores y con detalles que gustaban al finado-varias remeras de equipos de la ciudad, imágenes, chapas recordatorios…-. Junto a esto, grandes galerías de nichos escavados en el suelo, y a los que se accede bajando por unas escaleras, entrando después en diferentes galerías. Un poco más lejos, aparecen de nuevo grandes construcciones, pero todas ellas comunales; para el ejército, la policía federal, la sociedad asturiana… Y de nuevo al fondo más nichos, al estilo tradicional. 

Entrada monumental al cementerio bonaerense de La Chacarita.

            Realmente en muchos momentos parece que paseas por un campo, verde, amplio y sin ninguna indicación de que estés paseando por un cementerio del tamaño del de Chacarita, un lugar que aún sigue en funcionamiento, que sigue albergando cuerpos y almas, o cenizas, que salen del crematorio que se encuentra en el medio del recinto. Junto a él, apenas  unos metros, el punto que recuerda a las grandes figuras de la sociedad argentina en general y porteña en particular; Alfonsina Storni, Goyeneche, Troilo, Pugliese, o Quinquela Martín entre otros. Un lugar interesante de visitar, pero siempre con respeto, algo que creo no se consigue en La Recoleta, que más parece un tour turístico donde hacerse fotos, y gritar al cuñado de turno para que corra a hacerse una selfie con la tumba de tal o cual persona, sin recordar que el lugar y sus habitantes merece un mínimo de educación.

Tumba de Carlos Gardel. 


martes, 25 de agosto de 2015

LA CASA AMARILLA



             El predio está sobre la avenida almirante Brown, en el principio de La Boca, aunque está en ese punto en el que no se sabe si uno camina por La Boca, San Telmo, Constitución o Barracas. A un paso del parque Lezama, y prácticamente oculto desde la avenida por los puestos del mercado que ocupan toda la vereda, aparece un campo verde rematado por un palacio amarillo, una casa de época, perfectamente conservada y llamativa, entre la gran cantidad de construcciones que se acumulan unas sobre otras a si alrededor.

            En 1812, el almirante irlandés Guillermo Brown, uno de los que a la postre pasarían a la historia argentina como uno de los principales militares del siglo XIX, compró un predio al sur de Buenos Aires para instalar allí a su familia. El lugar amplio, pronto sería conocido en todo el barrio como la casa amarilla, y así pasaría a la historia.  

            Durante su dilatada existencia el predio de la casa amarilla ha ido cambiando de dueños y de uso. Por ella pasó uno de los primeros ferrocarriles que unía la estación central situada junto a la Casa Rosada con la Ensenada de Barragán, ese tramo después desaparecería para acabar en la actual Plaza Constitución, pero el lugar no dejó de utilizarse para amontonar los contenedores de mercaderías. También la compañía Shell lo utilizaría para montar allí varios de sus surtidores de combustible, e incluso una parte fue cedida al equipo del barrio; Boca Juniors. Incluso fue lugar de mercado de patatas y cebollas.


            En los años ochenta del siglo veinte, el lugar sirvió para levantar distintos bloques de viviendas para familias pobres, el predio cambió de manos, y esta vez, ya siendo propiedad del gobierno de la ciudad de Buenos Aires, y utilizando una gran parte para levantar construcciones útiles para la ciudad, como viviendas y un hospital, decidieron recuperar el centro del predio, el que da a la avenida almirante Brown, para rendir homenaje al militar que le da nombre a la calle, y que fue el primer dueño del lugar. En 1983, para la celebración del doscientos seis aniversario del nacimiento del héroe militar, se decidió construir una réplica de la casa levantada por Brown para dar cobijo a su familia. Hoy se puede visitar como homenaje a aquel hombre, y a una de las principales épocas de la historia del país. 

lunes, 24 de agosto de 2015

HORACIO FERRER


            Uruguayo, pero tan Argentino como el Obelisco. Horacio Ferrer vivió la mayor parte de su vida en Buenos Aires, aquí luchó por el tango y por su gran obra, conseguir la creación de la Academia Nacional del Tango en la avenida de Mayo, la única del mundo. La mejor.

            Falleció a finales del año pasado, pocos días antes de navidad, y sus compañeros y amigos raudos corrieron a llevarle a cabo todos los homenajes que se merecía. El tango se volcó en ensalzar su memoria, pero no solo en los pequeños salones de la academia-que ahora lleva su nombre- o de las milongas de la capital argentina, de la uruguaya y de la ciudad de Rosario. El triángulo del tango rioplatense. Pocos meses tras mi llegada, en una de las tardes que me dirigía a tomar café en el Tortoni, me topé con una nueva escultura homenaje en la vereda, era él, con su pose natural cuando entonaba el tango. Yo no tuve la ocasión de conocerle en persona, pero la instalación de sus escultura corrió por la ciudad como la pólvora, y todo el que llegó a verle actuar o lo trató en la calle corrieron a contemplarlo. La opinión popular en ese día fue que era igual que Horacio.

            Me gustó el detalle, me gusta verlo ahí, parado en mitad de la verdea, casi junto al cordón. Los días de jaleo, cuando la fila para entrar al Tortoni se vuelve espesa y larga, y los turistas casi dan la vuelta a la vereda, es casi imposible caminar por ese lado de la calle, pues es muy normal que mucha gente se pare junto a la escultura que está casi en la puerta de café-en el portal anterior está la Academia Nacional de Tango-, para fotografiare con el último gran ídolo del tango que se fue por problemas cardiacos.

            En su infancia en Montevideo, vivió en una familia que había tenido amistad con Federico García Lorca, Antonio Nervo, Rubén Darío y Alfonsina Storni. Por lo que el pequeño Horacio quiso ser lo que veían en casa. Pronto comenzó a tener relación con los grandes nombres del tango, como Troilo, Piazzola, Filiberto, Manzi, Goyeneche, Pugliese…y un largo etcétera.

            Hace poco estuve en el interior de su última gran obra. En 1990 Ferrer se empeñó en dar a Buenos Aires una Academia Nacional del Tango, la primera del mundo, dotada de un museo con la historia del tango, con los instrumentos y objetos personales de los más grandes; resalta entre ellos, los sombreros de Gardel o el bandoneón de Troilo. Una biblioteca completa para que nunca se pierda la producción literaria del tango y una academia, donde académicos del ramo, se reunieran una vez por semana, para luchar y ampliar la difusión de su arte lo más lejos posible, tanto del país como del mundo.

            El día que visité la Academia, tuve de guía al secretario del lugar, también académico. El tipo cordial, orgulloso, nos contó varias anécdotas del lugar y de Horacio. Sobre todo, el asunto del nombre de las sillas de los académicos. En España por ejemplo, las sillas de los académicos de la lengua están bautizadas con las letras del alfabeto, tanto mayúsculas como minúsculas. En el caso de la Academia de Tango, las sillas están bautizadas con nombres de tango, no podía ser de otra manera. Los nombres se pusieron al azar, el académico llegaba a una urna y sacaba un papel con un nombre de tango, ese sería a partir de ese momento su silla, hasta la muerte. Ferrer, un galán a la antigua usanza, siempre bien vestido, educado y altivo, metió la mano y sacó el papel con el nombre de tango: Dandy. No podía haber sido de otra forma. 

domingo, 23 de agosto de 2015

FERIA DE MATADEROS

             Hay que salir de casa con ganas de llegar a ella, sobre todo si es como en mi caso, vives en el centro de Buenos Aires, al otro lado de la ciudad. Salir pronto de casa un domingo, para tomar un subte y un colectivo al menos, o dos o tres colectivos para que te lleve hasta la zona oeste de la ciudad, casi al borde de la provincia, al lado de la zona de La Matanza. Lugar de contrastes.


            Junto al parque Alberdi, que ya a primera hora muestra su propia feria, independiente a la de Mataderos, más enfocada al turismo y el folklore. El parque muestra una feria barrial, una feria para los niños y la gente del lugar, tiene un cierto toque añejo, parece como si los juegos, las barracas de tiro al muñeco, de manzanas con caramelo y pedazos de tartas caseras, acabaran de descolgarse de los recuerdo de la ciudad, como si de pronto al bajar del colectivo entraras en el túnel del tiempo, y salieras en los años setenta u ochenta. Al fondo del parque, varias personas van montando poco a poco, y mediante mantas extendidas en el suelo o la hierba, un mercado de esos de segunda mano, donde puedes encontrar desde ropa usada, a libros de segunda mano e incluso prótesis de piernas y brazos. Me recuerda mucho a los mercados de pulgas, que aparecen los fines de semana en el extrarradio de París, o a la feira da ladra lisboeta, que cada sábado y martes monta su particular museo de los horrores, y los recuerdos rotos, detrás del Panteón Nacional en Alfama. Supongo, que algo así sería el rastro madrileño de Cascorro, cuando era eso, el rastro, y no un mercadillo más, que es lo que es ahora, salvando de la quema algunas pequeñas galerías o puestos de antigüedades. 


            Más adelante, en la misma vereda de la calle Lisandro de la Torre, se levanta el antiguo cabildo del barrio, con su bella galería porticada o recova, pintada toda en un color rojo, rosáceo, muy parecido al que muestra a la otra punta de la ciudad la casa de gobierno. En el centro de la plaza y ante la escultura dedicada al Resero, allí donde nace la perpendicular calle Corrales, se levanta un escenario por el que van pasando diferentes grupos de folclore nacional, y del resto de los países colindantes con la Argentina. En esta ocasión, muchos grupos peruanos y bolivianos, pues se celebraba la fecha del Éxodo Jujeño.

            Alrededor del escenario muchos puestos de comida ambulantes, que ofrecen los productos típicos argentinos, más allá de la carne de ternera y del choripán; empanadas salteñas y jujeñas, locro criollo o tamales, regado todo por vino patero y sifón. Un poco más allá los dulces típicos, tortas, sopa paraguaya, flanes, facturas y mucho dulce de leche. Todo ello entre puestos de queso, encurtidos, palomitas y salames. Al girar la esquina de Corrales para volver al meollo del asunto, te espera el Bar Oviedo, el más antiguo del barrio, lleno de murales tangueros, una barra de madera vieja y bella, hundida en el centro por el paso de los años y los clientes, un paso que se puede observar casi en el espejo poco lucido  del fondo. Al final de la calle, casi a la altura de la cancha del barrio, donde juega de local Nuevo Chicago, comienza la demostración de unos gauchos de ciudad, que corren con el caballo llevando a cabo un juego similar al de las cintas. Tras observarlos un rato, vuelvo sobre mis paso, y por uno de los laterales de la recova rosácea entro en el museo del barrio, allí entre un batiburrillo de cosas; radios, gramófonos, animales disecados, carros de gauchos, uniformes de policía y carteles mostrando los cortes de la carne, me empapo del antes de aquel lugar. La historia del barrio, de sus mataderos y sus frigoríficos que dieron trabajo y esplendor a sus habitantes. Algo que se ha perdido, y que de no ser por el mercado dominical, hubiera dado con el barrio en el mayor de los olvidos. 


sábado, 22 de agosto de 2015

VILLA FREUD


            Escribió Manuel Vázquez Montalbán en su novela Quinteto en Buenos Aires: Nada más que en Buenos Aires podría haber una barrio de psicólogos, y lo llaman, cómo no, Villa Freud. Uno de los primeros pensamientos que tiene el bueno de Carvalho nada más aterrizar en Buenos Aires, en busca de un primo que había vuelto desde España para buscar a su hija robada durante la última dictadura argentina. Después se iría a buscar un buen restaurante en la costanera, para dar rienda suelta a su mejor cualidad después de la de descubrir entuertos; disfrutar gastronómicamente de la ciudad.

            Parece broma, una ironía o un sarcasmo de los muchos que introduce Vázquez Montalbán en sus novelas de Carvalho. Pero en este caso, no es así, el lugar existe, aunque no es un barrio o villa oficial, no viene reflejada en el mapa-la mayor parte de villas, sobre todo las más pobres y extensas tampoco aparecen-. Villa Freud es en realidad una pequeña parte del barrio porteño de Palermo, ocupa menos de un quilómetro cuadrado, y su epicentro es la plaza Güemes, encuadrada o encajonada entre la calle Honduras, la avenida Scalabrini Ortiz, la avenida Santa Fe y la avenida Coronel Díaz, y rematada por la iglesia del viejo colegio de Guadalupe.

            Como imaginarán, que la zona lleve el nombre del padre del psicoanálisis no es producto del azar. Hoy ya no es para tanto, y el lugar es una plaza más del viejo Palermo, del Buenos Aires de Borges, ese Buenos Aires que yo personalmente no veo por ningún lado. Supongo que lo habrá devorado el nuevo tipo de vida que se ha instalado en la zona, norteamericanizándolo todo, con colores, carteles enormes y establecientes de comida rápida y café aguado. Pero ese lugar, esa plaza, un poco después de los años sesenta del siglo pasado y en adelante, la zona se convirtió en el lugar elegido por un enorme número de practicantes del oficio del psicoanálisis, y de la psicología. En aquellos años se tenía la idea de que Argentina había un psicólogo por cada seiscientos cincuenta habitantes, mientras que en Buenos Aires la cantidad era de uno por cada ciento veinte. Y claro, la gran mayoría estaban instalados en este quilómetro cuadrado de la ciudad.

            Además de ello, el barrio ayudaba a avivar la leyenda, pues comenzaron a abrir diferentes establecimientos que hacían referencia al psicoanálisis y al propio Freud. Llamando la atención sobre todos ellos, los cafés Sigi y Freud, decorados y ambientados con fotos, libros e imágenes del austriaco. En su interior, se llegaron a realizar sesiones grupales de terapia para psicoanalizar a los clientes de los cercanos gabinetes. Hoy los cafés han desaparecido, también los amantes del psicoanálisis se han ido diluyendo y muchos de los negocios fueron cerrando, y al final, han quedado los psicoanalistas que hay más o menos en cada barrio, tal vez alguno más. Lo que para la medía del país son más que suficientes.

viernes, 21 de agosto de 2015

SÁNDWICHES DE MIGA


             En Argentina en general y en Buenos Aires en particular, hay muchos tipos de bocadillos, prácticamente todo puede meterse entre dos pedazos de pan para comer rápido, o llevarlo por la calle. Desde luego hay unos más atípicos que otros, nadie se asombra si alguien come un choripán en una parrilla, o si sale de un café o una confitería con un pebete de salame y queso, o una milanesa con lechuga en la mano. Más extraño, desde luego, es ver a personas comiéndose bocadillos de ravioles, de muslo de pollo o de empanadas. Todos estos ejemplos no son inventados,  los he visto por la calle, y en los barcitos a los que he entrado en alguna ocasión, a  lo largo y ancho del Gran Buenos Aires.
            Pero hay uno de estos tentempiés, que pueden ser más típicos que los demás, que incluso hay canciones que las recogen, o que los nombran como algo típico y tradicional, cuando uno se junta con amigos o familia; los sándwiches de miga. No tienen nada que ver con los típicos sándwiches en triangulo, esos envasados que venden en todas las áreas de servicio de Europa, de los Estados Unidos y de buena parte de Latinoamérica. Ni siquiera la miga es similar a nuestro pan de molde, pues es mucho más fina, más delgada y sobre todo sin rastro de corteza.
            Suelen tener formas rectangulares y se venden por piezas o unidades. El relleno de los sándwiches de miga es todo un ceremonial, los hay que aseguran que pueden rellenarse de cualquier cosa, otros, más puritanos, se niegan a meter según qué productos en mitad de las final planchas de pan de miga. Lo cierto es que cada vez hay más variedad, ya no solo en el producto del interior, sino que incluso el pan de fuera va variando, pasando del blanco impoluto, a integral, negro, con cereales…y todo lo imaginable.
            Los sándwiches de miga son un producto muy consumido en ambos lados del río de La Plata, y los uruguayos los disfrutan tanto como los argentinos. Es un producto barato, que da la posibilidad de saborear varios alimentos en una misma comida, y que  los puedes encontrar recién hechos a cada hora. Sirven para merendar, para comer algo a media mañana, o para llevar a una quedada o una cena informal con amigos. Hay centenares de tiendas especializadas solo en venta de sándwiches de miga, más las confiterías, las panaderías e incluso alguna gran superficie que los oferta durante todo el día. Yo tengo predilección por una pequeña tienda cercana a casa, un lugar de un par de metros cuadrado más el obrador trasero, y regentado por una familia del barrio. Está en la calle Moreno, en el barrio de Monserrat, casi sobre la vieja calle Lima, ya incrustada en la mastodóntica avenida 9 de Julio, a los pies del antiguo Ministerio de Obras Públicas, donde Eva Perón observa la ciudad en todo su esplendor. El local está pintado de blanco impoluto, con la cámara que hace las veces de mostrador atestado de diferentes tipos de estos sándwiches, tienen tantos tipos que aún no he sido capaz de probarlos todos. Pero sin duda tengo mis preferidos, los que siempre entran en el lote, y a los que cada vez sumo alguno nuevo, alguno de esos que los puristas ven con malos ojos; con palmito, ananás, aceitunas, morrón, mariscos, sardinas o choclo.

jueves, 20 de agosto de 2015

LA VENGANZA DEL KAVANAGH


Cuando uno camina por la estrecha calle San Martín se encuentra con una importante basílica, una construcción que pasa desapercibida desde cualquier otro punto de la ciudad, sobre todo si se intenta ver desde la amplia zona verde de la cercana plaza San Martín. Esta iglesia, lleva el nombre de basílica del Santísimo Sacramento, y como todo en el viejo Buenos Aires cuenta con una curiosa histórica detrás, la cual explica el porqué de su práctica desaparición en el panorama visual de la zona.

Vayamos primero a la basílica, que fue creada como una iglesia particular, en la que podrían casarse las parejas pertenecientes a las familias de la alta alcurnia porteña, mientras que la cripta serviría como monumental sepulcro de la familia Castellanos de Anchorena, una familia de alto linaje histórico y de importante abolengo Patricio, que vivía justo en frente de la Basilia, al otro lado de la plaza San Martín. La Basílica se construyó con un estilo a medio camino entre el neorrománico y el neogótico. Los arquitectos franceses que la construyeron-Coulomb y Chauvet-, se inspiraron en la catedral de Angouleme. El edifico es rematado con cinco torres, tres en la parte delantera y dos más sobre el ábside, el interior cuenta con tres naves revestidas de granito azul, mayólicas venecianas, mármol rojo de Verona y mármoles de Carrara, y se utilizó plata y oro para decorar el  altar mayor. Se consagró en 1916, mientras se hacía sonar la Quinta Sinfonia de Widor en su órgano de cinco mil tubos. Ese mismo año el papa Benedicto XV la declaró basílica menor. Era-es- una obra maravillosa, que iba a rematarse con la construcción en el solar delantero de la nueva mansión de la familia.

En los años treinta, uno de los hijos de la familia Castellanos de Anchorena, comenzó a mantener una relación con una joven llamada Corina Kavanagh, que no era de estirpe burguesa, sino que pertenecía a lo que podríamos llamar nuevos ricos argentinos. Es muy probable que la familia de la chica tuviese más dinero que los del novio, pero la madre del chico, Mercedes Castellanos de Anchorena, no vio con buenos ojos esa relación, que según ella no era entre personas de la misma clase, y decidió que pondría fin a la misma de inmediato. Evidentemente lo consiguió.

 Corina jamás se lo perdonó, comenzando a planear desde ese mismo momento, la que sería una dolorosa y calculada venganza contra la que debería haber sido su suegra. Aprovechó que la familia Castellanos de Anchorena estaba de viaje en el extranjero, para hacerse por la vía rápida con el solar que ellos tanto ansiaban. Ofreció el doble del dinero convenido con la familia a los dueños del predio, que por aquel entonces pertenecía al hotel Plaza. Los propietarios no se lo pensaron dos veces, aceptaron de inmediato.
 

Corina encargó al estudio de arquitectos Sánchez, Lagos y de La Torre-el más famoso de la época-, la realización de un rascacielos en el solar que acaba de comprar. El edifico se construyó rápidamente, tan solo demoró catorce meses entre los años 1934 y 1936.  El estilo elegido fue racionalista con toques de art decó, y su característica forma escalonada no solo fue dada por el diseño, sino que se usó para conseguir salvar el veto que marcaba el código de edificación implantado en la época. El edificio cuenta con treinta y tres pisos, ciento cinco departamentos de lujo totalmente diferentes entre sí, piscina, doce ascensores, cinco entradas y cinco escaleras independientes y locales en la parte baja, además de ostentar el privilegio de haber sido el primer edifico del país que contó con aire acondicionado central. Por si fuera poco, cuando se inauguró en 1936, el Kavanagh, era el edificio más alto de toda América Latina.

Pero sobre todo Corina Kavanagh, tras la construcción del edifico bautizado con su apellido, consiguió lo que buscaba desde el principio con su venganza; ocultar desde el mayor número de lugares posibles, la vista sobre la basílica creada por Mercedes Castellanos de Anchorena, y que hasta ese momento era la envidia de toda la alta sociedad bonaerense.  Corina con su maniobra, no solo consiguió dar al traste con el sueño de la familia Castellanos de Anchorea de juntar su casa y su basílica, sino que además con su nuevo edifico, robó totalmente la vista que éstos tenían de ella desde las ventanas de su palacio, al otro lado de plaza San Martín. Pero la venganza aún tenía un punto más, pues si los Castellanos de Anchorena querían ver la fachada completa de su basílica, solo les quedaba la posibilidad de visitar un punto de la plaza; la estrecha calle que se había dejado entre el edifico Kavanagh y la construcción colindante, calle que fue bautizada con el nombre de Corina Kavanagh. Desde luego la señora Castellanos de Anchorena, debió de arrepentirse mucho de haber dado al traste con la relación de hijo y aquella chica. La venganza siempre se sirve fría, pero a veces se vale de formas muy bellas para llevarla a cabo.
 

 

miércoles, 19 de agosto de 2015

LA CATEDRAL PAGANA DE BUENOS AIRES

 

           En Buenos Aires solo hay un edifico neogótico, pero desde luego es un edificio que tiene historia más que de sobra, para rellenar el vacío que este estilo arquitectónico tiene en la ciudad. Y eso que nunca llegó a terminarse de construir. El edifico, cuenta con muchas leyendas urbanas que tienen que ver con su construcción y con su autor. Pero como buenas leyendas, son solo eso, mentiras que se van pasando de generación en generación y que a veces pasan al papel.

            La primera de ellas, es la que dice que su construcción originaria era una iglesia, esta teoría incluso es recogida por algunas guías turísticas. Lo cierto es que la idea fue desde el primer momento, que el edifico diera cobijo a la nueva universidad de derecho de la capital porteña. Se decidió que se construiría en la avenida de las Heras, muy cerca de la avenida Pueyrredón, en pleno barrio de La Recoleta. En 1908, la obra salió a concurso, y el proyecto que se eligió fue un modelo contemporáneo. Aunque pronto se desestimó, y se convocó un nuevo concurso para buscar un edificio que imitara al estilo gótico, pues este estilo, serio y clásico, era según el consejo de la universidad el que mejor representaba el estudio del derecho. No tardaron en llegar las duras discusiones entre el arquitecto que había ganado el concurso, Arturo Prins, que defendía que construir un edifico imitando al gótico en un país moderno era indigno, además de carísimo, y los miembros de la universidad que seguían en sus trece. Evidentemente, el consejo de la universidad de derecho volvió a se salió con la suya, y  Artuto Prins, tuvo que viajar a estudiar el estilo gótico a Francia; Reims, Chartres, Chalón-sur-Saone… tras ello y ya de vuelta en Argentina,  volvió a ganar el nuevo concurso.

            La obra avanzó lentamente y en muchos periodos permanecieron totalmente paradas, pero con muchos esfuerzos, Arturo Prins consiguió construir el subsuelo, la planta baja, tres pisos con sus entrepisos, dos terrazas, un anfiteatro y cincuenta aulas. Pero el edifico no pudo rematarse por lo que ya había avisado el propio Prins con anterioridad, el edificio neogótico se había ventilado el presupuesto inicial mucho antes de que pudiera decirse que estaba rematado.

Grabado donde se muestra el resultado final de la construcción con la firma del arquitecto.
             Es en este preciso momento, cuando nace la segunda leyenda urbana alrededor del edificio, y sobre su arquitecto. Se suele contar que a mitad de la construcción, el arquitecto se dio cuenta de que había cometido un gravísimo error de cálculo, y que si seguía con su construcción el edifico se vendría abajo. Es entonces cuando deprimido por el fracaso de su obra culmen, el arquitecto Prins se encierra en su casa, para poco después quitarse la vida.

            Pero nada más lejos de la realidad, el arquitecto Arturo Prins había realizado un trabajo perfecto, y la base del edificio era férrea. Lo que realmente ocurrió fue que en 1926 se acabaron los fondos, y el edificio tuvo que dejarse a medias, como hoy se encuentra. Fue entonces cuando pasaron a hacer su trabajo los abogados, pues los contratantes se negaban a pagar los honorarios al arquitecto. El juicio duró veintidós años, desde 1940 hasta 1962. Cuando la justicia dio a razón al arquitecto, éste ya había fallecido, pero por causas de su avanzada edad.

            Finalmente la familia consiguió cobrar la deuda, la mitad concretamente.  A esta mermada indemnización, hubo que restar los intereses, los costes de la reclamación a la primera y segunda instancia, y los de la corte de justicia. Y por si fuera poco, había que contar con la alta inflación que había sufrido en esos años la moneda local. Al final lo que recibió la familia del arquitecto Prins por su trabajo, solo les dio para juntarse en torno a la mesa de un céntrico restaurante porteño y brindar por su memoria.

Hoy el edifico es ocupado por la universidad de arquitectura, pues durante los años de pleitos entre la facultad y el arquitecto, el edifico permaneció abandonado. Los estudiantes que se habían instalado en su interior, fueron trasladados años después a la nueva sede de la facultad, construida en estilo neoclásico en la avenida Figueroa Alcorta. Un edifico gemelo al que se levanta en la avenida Colón, el que en su día albergó la fundación Eva Perón, y que hoy es la universidad de ingeniería. Después de muchos años sin uso, el edifico fue recuperado y restaurado, y en su interior se instaló la facultad de arquitectura de la Universidad Buenos Aires.

 


martes, 18 de agosto de 2015

CABILDO

 

            La plaza de Mayo cuenta con una gran cantidad de edificios monumentales e históricos, una colección que se amplía en las cercanas avenidas, como Sáenz Peña, Julio. A. Roca, o la propia avenida de Mayo. Cierto es que la ciudad perdió un punto clave en su arquitectura y de su esplendor, cuando en mayo de 1884 se mandó derribar la recova que en su día dividía la plaza de la Victoria por la mitad, a la altura de las actuales calles Defensa y Reconquista, y cuyo lugar ocupa ahora la pirámide de Mayo.

            Allí estuvo en su día el primer edifico del teatro Colón, la vieja catedral metropolitana y el fuerte colonial. De todos estos edificios solo queda en pie uno, el Cabildo. Éste se construyó en 1580 durante el dominio español, cuando la zona pertenecía al que después sería el Virreinato del Perú, y mucho antes de que fuera creado el Virreinato del Río de la Plata. Allí se juntó la corporación municipal,  hasta que se decidió cambiarla de lugar de forma definitiva en 1821. Aunque en realidad fue construido en dos ocasiones, la primera en 1608, en el edifico que se designó para ello en 1580, y que tendría en su interior dos humildes salas. La segunda construcción se llevaría a cabo en 1711, y se haría para dar solidez a un edifico que cada vez iba tomando más importancia. En 1879 se remodeló totalmente, se le cambió la cara exterior totalmente, imprimiéndole un claro estilo italianizante, además en el centro se levantó una descomunal torre de tres pisos, torre que a pesar de darle un importante empaque a la construcción sería efímera.

            En 1889 se decide abrir la que a la larga sería la famosa avenida de Mayo, y cuando se buscó conectarla con la plaza de Mayo debieron derribar tres arcos de la galería del cabildo, pues impedía la conexión. El cabildo quedaba cojo de un lado, y bastante desfigurado, para intentar minimizar la mala imagen se desmonta la enorme torre. En 1931 se terminó con la asimetría del edifico, pues se abrió la diagonal Julio A. Roca, y de nuevo para poder enlazarla con la plaza se hicieron desaparecer otros tres arcos. Dejando al cabildo con los cinco actuales que muestra hoy en día.

 

            El Cabildo porteño, entró también en la historia del país por ser el primer monumento nacional que recibió una restauración de forma científica, con la que se intentó recuperar el antiguo edificio original, que tantos cambios y reformas había sufrido a lo largo de sus años. Se creó entonces una plaza en la parte trasera del Cabildo, en él se colocaron quioscos de libros antiguos-los que hoy están en la plaza de Tribunales-, que serían movidos de allí en 1960, durante la celebración del sesquicentenario de la revolución de Mayo, y la adecuación del patio imitando a las casas de la época colonial.

            Ese fue posiblemente el punto culmen en la importancia del edifico; mayo de 1810. Cuando los partidarios de la independencia de los territorios sobre el Imperio Español, se reúnen allí en varios cabildos abiertos para conseguir la dimisión del virrey Cisneros y la creación de la Primera Junta, para después de muchas luchas y problemas llegar a al independencia final en 1816. Su estructura colonial llama mucho la atención, no solo si se compara con el resto de edificios de la plaza, sino si se compara con cualquier edificio de la ciudad, pues él es el único que sigue existiendo desde el tiempo de la Colonia, el único que a pesar de las numerosas reconstrucciones y restauraciones ha llegado hasta nuestros días.