domingo, 23 de agosto de 2015

FERIA DE MATADEROS

             Hay que salir de casa con ganas de llegar a ella, sobre todo si es como en mi caso, vives en el centro de Buenos Aires, al otro lado de la ciudad. Salir pronto de casa un domingo, para tomar un subte y un colectivo al menos, o dos o tres colectivos para que te lleve hasta la zona oeste de la ciudad, casi al borde de la provincia, al lado de la zona de La Matanza. Lugar de contrastes.


            Junto al parque Alberdi, que ya a primera hora muestra su propia feria, independiente a la de Mataderos, más enfocada al turismo y el folklore. El parque muestra una feria barrial, una feria para los niños y la gente del lugar, tiene un cierto toque añejo, parece como si los juegos, las barracas de tiro al muñeco, de manzanas con caramelo y pedazos de tartas caseras, acabaran de descolgarse de los recuerdo de la ciudad, como si de pronto al bajar del colectivo entraras en el túnel del tiempo, y salieras en los años setenta u ochenta. Al fondo del parque, varias personas van montando poco a poco, y mediante mantas extendidas en el suelo o la hierba, un mercado de esos de segunda mano, donde puedes encontrar desde ropa usada, a libros de segunda mano e incluso prótesis de piernas y brazos. Me recuerda mucho a los mercados de pulgas, que aparecen los fines de semana en el extrarradio de París, o a la feira da ladra lisboeta, que cada sábado y martes monta su particular museo de los horrores, y los recuerdos rotos, detrás del Panteón Nacional en Alfama. Supongo, que algo así sería el rastro madrileño de Cascorro, cuando era eso, el rastro, y no un mercadillo más, que es lo que es ahora, salvando de la quema algunas pequeñas galerías o puestos de antigüedades. 


            Más adelante, en la misma vereda de la calle Lisandro de la Torre, se levanta el antiguo cabildo del barrio, con su bella galería porticada o recova, pintada toda en un color rojo, rosáceo, muy parecido al que muestra a la otra punta de la ciudad la casa de gobierno. En el centro de la plaza y ante la escultura dedicada al Resero, allí donde nace la perpendicular calle Corrales, se levanta un escenario por el que van pasando diferentes grupos de folclore nacional, y del resto de los países colindantes con la Argentina. En esta ocasión, muchos grupos peruanos y bolivianos, pues se celebraba la fecha del Éxodo Jujeño.

            Alrededor del escenario muchos puestos de comida ambulantes, que ofrecen los productos típicos argentinos, más allá de la carne de ternera y del choripán; empanadas salteñas y jujeñas, locro criollo o tamales, regado todo por vino patero y sifón. Un poco más allá los dulces típicos, tortas, sopa paraguaya, flanes, facturas y mucho dulce de leche. Todo ello entre puestos de queso, encurtidos, palomitas y salames. Al girar la esquina de Corrales para volver al meollo del asunto, te espera el Bar Oviedo, el más antiguo del barrio, lleno de murales tangueros, una barra de madera vieja y bella, hundida en el centro por el paso de los años y los clientes, un paso que se puede observar casi en el espejo poco lucido  del fondo. Al final de la calle, casi a la altura de la cancha del barrio, donde juega de local Nuevo Chicago, comienza la demostración de unos gauchos de ciudad, que corren con el caballo llevando a cabo un juego similar al de las cintas. Tras observarlos un rato, vuelvo sobre mis paso, y por uno de los laterales de la recova rosácea entro en el museo del barrio, allí entre un batiburrillo de cosas; radios, gramófonos, animales disecados, carros de gauchos, uniformes de policía y carteles mostrando los cortes de la carne, me empapo del antes de aquel lugar. La historia del barrio, de sus mataderos y sus frigoríficos que dieron trabajo y esplendor a sus habitantes. Algo que se ha perdido, y que de no ser por el mercado dominical, hubiera dado con el barrio en el mayor de los olvidos. 


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