sábado, 22 de agosto de 2015

VILLA FREUD


            Escribió Manuel Vázquez Montalbán en su novela Quinteto en Buenos Aires: Nada más que en Buenos Aires podría haber una barrio de psicólogos, y lo llaman, cómo no, Villa Freud. Uno de los primeros pensamientos que tiene el bueno de Carvalho nada más aterrizar en Buenos Aires, en busca de un primo que había vuelto desde España para buscar a su hija robada durante la última dictadura argentina. Después se iría a buscar un buen restaurante en la costanera, para dar rienda suelta a su mejor cualidad después de la de descubrir entuertos; disfrutar gastronómicamente de la ciudad.

            Parece broma, una ironía o un sarcasmo de los muchos que introduce Vázquez Montalbán en sus novelas de Carvalho. Pero en este caso, no es así, el lugar existe, aunque no es un barrio o villa oficial, no viene reflejada en el mapa-la mayor parte de villas, sobre todo las más pobres y extensas tampoco aparecen-. Villa Freud es en realidad una pequeña parte del barrio porteño de Palermo, ocupa menos de un quilómetro cuadrado, y su epicentro es la plaza Güemes, encuadrada o encajonada entre la calle Honduras, la avenida Scalabrini Ortiz, la avenida Santa Fe y la avenida Coronel Díaz, y rematada por la iglesia del viejo colegio de Guadalupe.

            Como imaginarán, que la zona lleve el nombre del padre del psicoanálisis no es producto del azar. Hoy ya no es para tanto, y el lugar es una plaza más del viejo Palermo, del Buenos Aires de Borges, ese Buenos Aires que yo personalmente no veo por ningún lado. Supongo que lo habrá devorado el nuevo tipo de vida que se ha instalado en la zona, norteamericanizándolo todo, con colores, carteles enormes y establecientes de comida rápida y café aguado. Pero ese lugar, esa plaza, un poco después de los años sesenta del siglo pasado y en adelante, la zona se convirtió en el lugar elegido por un enorme número de practicantes del oficio del psicoanálisis, y de la psicología. En aquellos años se tenía la idea de que Argentina había un psicólogo por cada seiscientos cincuenta habitantes, mientras que en Buenos Aires la cantidad era de uno por cada ciento veinte. Y claro, la gran mayoría estaban instalados en este quilómetro cuadrado de la ciudad.

            Además de ello, el barrio ayudaba a avivar la leyenda, pues comenzaron a abrir diferentes establecimientos que hacían referencia al psicoanálisis y al propio Freud. Llamando la atención sobre todos ellos, los cafés Sigi y Freud, decorados y ambientados con fotos, libros e imágenes del austriaco. En su interior, se llegaron a realizar sesiones grupales de terapia para psicoanalizar a los clientes de los cercanos gabinetes. Hoy los cafés han desaparecido, también los amantes del psicoanálisis se han ido diluyendo y muchos de los negocios fueron cerrando, y al final, han quedado los psicoanalistas que hay más o menos en cada barrio, tal vez alguno más. Lo que para la medía del país son más que suficientes.

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