sábado, 8 de agosto de 2015

EL CID DE CABALLITO


             Si les hablo de la relación entre el Cid Campeador, Buenos Aires y Nueva York muchos me dirán que estoy loco, o que me he pasado a la literatura de ciencia ficción, pero no es el caso. Rodrigo Díaz de Vivar, su historia más bien, ha conseguido unir estos puntos tan lejanos en el mapa, al que deberíamos sumar la ciudad andaluza de Sevilla.

            A parte de la enorme y potente escultura del Cid que se levanta en Burgos, junto al río Arlanzón, hay varias más en diferentes ciudades, pero tal vez las más importante tras la burgalesa, sea la que se levanta entre la avenida que lleva su nombre y la calle Palos de la Frontera de Sevilla, a unos metros de la Plaza de España de la capital hispalense.

            Y ahí empieza el embrollo, porque la escultura de Sevilla, resulta que tiene dos hermanas gemelas, es decir trillizas. Una colocada en Buenos Aires y otra en uno de los extremos de la isla de Manhattan de Nueva York. Son exactamente iguales, la única diferencia es su basamento, los pedestales quedaron a merced de los políticos locales y no de la escultora que realizó las efigies del héroe castellano.

            La escultura es obra de la artista estadounidense Anna Hyatt Huntington, una de las artistas más prolíficas e importantes del siglo XX americano. Anna estaba casada con Archer Milton Huntington, el hispanista y arqueólogo-entre otras cosas-, americano, que en 1904 fundó la Hispanic Society of America en Nueva York. La que a la postre será una de las mayores instituciones para estudiar el arte y la cultura Española, portuguesa e Hispanoamérica del mundo. El museo guarda enormes obras de autores españoles, tales como La duquesa de Alba vestida de negro de Goya, El conde duque de Olivares, o El cardenal Astalli de Velázquez, o la serie de murales de Sorolla titulados Las Regiones de España, además de obras de Murillo o Zurbarán. Aumentando la colección con obras arquitectónicas medievales, como sepulcros o capillas románicas llevadas piedra por piedra desde España-en aquellos años no había ninguna ley que protegiera el patrimonio, y claro, nos esquilmaron-. Lo que se complementa con todas la obras almacenas en el cercano The Cloister Museum, un museo formado a partir de elementos arquitecticos y decorativos, llevados hasta allá también piedra por piedra desde diferentes abadías medievales europeas. Lo que hace que en lo alto del Fort Tryon Park, se recorte una silueta más típica del Mediodía francés que del este de los Estado Unidos.

La estatua del Cid recién inaugurada en Caballito, aún con su pedestal original.

             Aparte, la Hispanic Society cuenta con una biblioteca en la que se encuentran doscientos cincuenta incunables de la literatura española. Estuve allí hace años, junto a un grupo de mi universidad. El museo de la Hispanic Society estaba cerrado por obras de remodelación, muchas de sus obras había sido cedidas para exposiciones temporales, y los murales de Sorolla estaban de gira por diferentes museos de España. Pero el director, al ver que habíamos cruzado medio mundo para visitarlo se apiadó de nosotros, y nos llevó a un lugar donde no suelen pasar las visitas; la sala de documentación de la biblioteca de la institución. Desapareció el tipo, y al poco regreso con tres cajas de seguridad, acolchadas y selladas que colocó en la mesa, las fue abriendo lentamente y nos las mostró con sumo cuidado, en su interior había tres de esos incunables. El primero era un libro de horas, con las páginas negras y el texto escrito en letras de oro, las otras dos; la editio prínceps de La Celestina y la primera edición de El Quijote. Salimos sin haber visitado el museo, pero casi más contentos que si lo hubiéramos visto. Y ahí, a la salida, justo frente a la puerta lo vi, me percate de él, algo que antes no había hecho. Frente a mi había una escultura del El Cid Campeador.
            Ahí estaba la segunda de la trilogía, exactamente igual que la de Sevilla, la que la escultora Anna Huntington había realizado para la exposición Iberoamérica que se celebró en 1927 en la ciudad. Después, dejaría una copia exactamente igual en la Sociedad que había fundado su marido, y la tercera decidió regalarla al pueblo de Argentina, para que fuera colocada en algún lugar de Buenos Aires. El Cid llegaría en barco a la capital porteña y permanecería durante un año en los galpones del puerto, hasta que el 23 de octubre de 1935 fue inaugurada en el barrio de Caballito, justo entre la intercesión que forman las avenidas Honorio Pueyrredón, San Martín, Gaona, Ángel Gallardo y Díaz Vélez, un lugar de enorme tránsito y de gran importancia comercial.
            La escultura sigue ahí, aunque ha recibido varias remodelaciones, en una de ellas se cambió su pedestal original por uno más simple, pero que a pesar de ello sigue siendo el más alto de los tres, con doce metros de alto. Ahora tiene bajo sus pies jardines y fuentes, pero permanece en el mismo lugar, sobre las piedras que se hicieron traer específicamente del pueblo burgalés Vivar del Cid, donde supuestamente nación el guerrero.
Más tarde llegarían las demás esculturas que hay diseminadas por el mundo, todas ellas similares a las tres llevadas a cabo por Anna Huntington; en 1964 se levantará junto a la Gran Vía de Valencia una réplica, realizada por el escultor Juan de Avalos. El mismo modelo del Cid y de Babieca, también podremos encontrarlo en mitad de las ciudades norteamericanas de San Diego y San Francisco.
 

 

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