lunes, 10 de agosto de 2015

UNA HISTORIA DE VEDA ELECTORAL



            De nuevo ayer se llevaron a cabo otras elecciones en Buenos Aires, en este caso unas PASO, o lo que viene a ser lo mismo unas primarias, para ir recortando el número de pretendientes que buscan hacerse con la presidencia de la nación en los próximos meses de octubre y noviembre. Son curiosas estas primarias-nada que ver con las españolas-, pues no solo se presentan los partidos, sino que también lo hacen varios representantes por cada uno de ellos, es decir los votantes-cualquier votante sin necesidad de ser afiliado- pueden votar a un partido para ponerlo en la final por la carrera presidencial, pero a la vez que echan la boleta para su partido favorito, pueden elegir si en esa papeleta, está la cara de uno u otro de los candidatos que esas siglas presentan a las primarias. De esa forma, el candidato que más votos reciba por los votantes del partido que representa, pasará a encabezar la lista final de dicha formación. Todos los votos que se den a ese partido, aunque sean a diferentes candidatos suman en la misma hucha final, la cual debe llegar a un punto y medio por ciento de los votos escrutados para que el partido pueda pasar a la votación siguiente, que se llevará a cabo en doble vuelta. Siempre que ningún candidato consiga el cincuenta y uno por ciento de los votos en la primera vuelta.

            Pero eso es lo normal de cualquier elección de cualquier país, aunque los métodos y las formulas sean más o menos complicadas en unos que en otros. Lo que más me llama la atención de las numerosas elecciones que he vivido en Argentina, es la veda electoral que entra en vigor horas antes de que se abran los colegios electorales. Ya lo he comentado alguna vez, el día de elecciones están toralmente prohibido los actos multitudinarios, sean culturales o deportivos, se suspenden los mercados de la ciudad, las ligas deportivas, e incluso los cines y teatros cierran sus puertas y suspenden sus espectáculos durante la veda. Lo cual imagino repercute en los sueldos de los trabajadores que ese día no rinden, que maldita la gracia con la cantidad de vedas que llevan en lo que va de año. Otro punto curioso es que no se puede vender alcohol-ni consumirlo en lugares públicos-, desde doce horas antes de que se abran los colegios y hasta tres horas después de que se cierren. Lo que no evitó, que ayer el primer votante que se presentó a ejercer su derecho en la ciudad de Rosario lo hiciera como una cuba.

 

            Es una ley extraña, al menos seguramente si lo vemos desde la perspectiva europea, donde lo único que se prohíbe durante veinticuatro horas antes de la votación es la propaganda electoral. Pero lo de la veda electoral y la prohibición del consumo y venta de alcohol viene de viejo en América, concretamente en Norteamérica. Ya a finales del siglo XIX, los Estados Unidos se vieron obligados a aplicar la veda electoral la noche antes de las elecciones, esta veda además de hacer referencia a la imposibilidad de consumo de alcohol, se extendía a la prohibición de portar armas por la calle durante el tiempo que ésta estuviese en vigor.

 

Pues como se imaginarán, lo que solía empezar como una reunión de correligionarios seguidores de un partido o de un candidato, en la que se brindaba por la victoria de su representante, solía acabar como el Rosario de la Aurora cuando se vaciaban más botellas de cerveza y bourbon de las recomendables, y salían a relucir los revólveres de uno y otro bando. Es decir, que cada noche anterior a las elecciones estadounidenses, en varios lugares del país se abría una sucursal de Puerto Hurraco. Y por eso las autoridades tomaron medidas drásticas, llenado las calles de alguaciles que vigilaban que estas leyes se cumplieran a rajatabla, procediendo a la detención de individuos y clausura de locales que no las respetaran. Pero no todo iba a ser persecución y coacciones, pues en premio por su buen comportamiento durante la noche anterior, a todo aquel que acudía a votar en las elecciones de la última parte del siglo XIX, se le premiaba con una copa de licor. Esto al final hizo que los partidarios de uno u otro partido, buscaran y llevaran a votar a todos aquellos mendigos o alcohólicos que habitaban la ciudad, prometiéndoles un trago a cambio de que votaran a quien ellos les dijeran. Incluso les hacían votar varias veces en diferentes lugares, haciéndoles pasar por otros individuos de su misma cofradía a los que no habían localizado, o no se habían dejado sobornar. Pero los pucherazos o los fraudes electorales son harina de otro costal.

 

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