viernes, 29 de mayo de 2015

CESTEROS


Vendedor ambulante de chipá en línea de ferrocarril Gral. Roca.
             Son unos personajes ruidosos, pero también necesarios en según qué momentos del día. Gritan ofreciendo y desmenuzando las cualidades fantásticas y extraordinarias de sus productos. Los suelo ver casi siempre en los mismos lugares, uno de ellos es la puerta de la facultad de humanidades de La Plata, donde realizo mi estancia de investigación. Se reparten entre las calles del nuevo campus, a las afueras de la ciudad, en la zona conocida como El Bosque. Un lugar con reciente y negra historia, la que llegó en la última parte del siglo pasado, cuando aparecieron los militares y desaparecieron los estudiantes. Muchos de ellos militantes y pertenecientes a la universidad de La Plata, la ciudad que más bajas sufrió durante la purga lasciva de los milicos. El asunto merece un aparte para él solo, que seguramente algún día trataremos, pues el nuevo campus se levanta en las parcelas que ocuparon los antiguos cuarteles, donde se llevaron a cabo las detenciones y las torturas sistematizadas.

            Como ya les digo estos vendedores ambulantes suelen ser gente joven, que se colocan entre las intersecciones de las facultades, siempre en la calle y a la vista de todos, tanto desde la calle como desde las ventanas de las aulas. Portan enormes cestos de mimbre, como hacían las antiguas vendedoras del Buenos Aires del siglo XIX. Entre trapos gruesos de colores vivos esconden sus productos para que mantengan el calor, la mayoría vende empanadas, bocadillos de milanesa o pebetes de salami ─salame dicen aquí─, y queso, panes rellenos de queso, jamón o verdura. Otros, sobre todo a primera hora de la mañana, ofrecen facturas y churros rellenos de dulce de leche o cubiertos de chocolate, algunos incluso las dos cosas. Se da la curiosidad que las universidades son bastante diferentes a las europeas, ya he contado lo politizadas que están, y lo normal de las intervenciones en mitad de las clases ─teniendo derecho ellos a hacerlo y tú obligación a permitírselo─, de grupos enalteciendo una idea o defendiendo una ideología. Pero también son diferentes en cuanto a la distribución de las cafeterías y las zonas de ocio. No son pequeños restaurantes como en el caso Europeo, no cuentan con cocinas ─al menos la mayoría─, solo con una barra para cafés e infusiones y un pequeño quiosco con bebidas frías, galletas dulces y saladas, y por supuesto chocolates y alfajores. En el campus de la Universidad Nacional de la Plata solo contamos con un edificio de comedor, un bloque anexo sin apenas ventadas, pintado de blanco como todos los edificios de la universidad, y colocado a varias cuadras de la zona de aulas y oficinas. Es por ello que estos vendedores ambulantes, pertrechados con cestas de mimbre y comida casera a buen precio, se vuelven necesarios cuando el hambre aprieta.


            El otro lugar donde son útiles y necesarios los cesteros, y donde se entremezclan vendedores de todo tipo de productos, de toda clase de catadura y jaez es el ferrocarril general Roca, que une la capital de la provincia de Buenos Aires con la Capital Federal. De nuevo ofrecen a gritos sus productos, que la gente sobre todo a la hora del almuerzo les quita de las manos, vaciando sus clásicas cestillas en cuestión de minutos. Algunos ni siquiera tienen que recorrer el tren completo para vender toda la mercancía. De nuevo empanadas y pan caliente, aunque aquí se introducen cambios, aparecen vendedores de tutucas ─maíz inflado azucarado al estilo de los famosos cereales de la rana rapera, pero mucho más naturales y sabrosos─, chocolates, turrones y sobre todo chipá, una especie de rosquilla enorme realizada a base de almidón de mandioca, queso duro, leche, huevos, manteca y sal. La palabra es un término que proviene de la lengua indígena guaraní. Un producto nacido en la frontera entre Paraguay, Argentina y Brasil ─allí se denomina pão de queijo─, cuyo consumo se ha hecho muy popular por todo el país como tentempié a mitad de la mañana, o como acompañante para el mate. 
            Estos cesteros que entre semana hacen su negocio con estudiantes y trabajadores, aparecen los fines de semana en los lugares de la ciudad donde se juntan la mayor parte de turistas. No es extraño ver caras conocidas, cuando los sábados o los domingos te das un paseo entre puestos y turistas de plaza de Francia, o por el mercado de San Telmo. Cada uno se busca la vida como buenamente puede, y éstos lo hacen ofreciendo productos típicos, baratos, y recién hechos.

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