domingo, 17 de mayo de 2015

EL OMBÚ DE RECOLETA


           Algunos se refieren a él como bellasombra, aunque la mayoría lo conoce como el ombú del parque de Vicente López. Lo cierto es que no sé si es realmente un ombú u otra especie diferente, pues por lo normal que resulta encontrarse este tipo de especie en muchos de los parques porteños se ha podido denominar ombú a este también, por generalización del asunto. Lo cierto es que yo sigo dudándolo, pues se parece más bien poco al que el gobierno de la ciudad taló en seco hace unos días en la plaza Roma, justo detrás de Luna Park. Ese si era un ombú de verdad, un santo y seña de la ciudad, un buque insignia del patrimonio ecológico de la urbe que por la desidia del gobierno de la capital, su pésimo cuidado y el abandono de la plaza en general, ha acabado desapareciendo de la memoria colectiva. No pude evitar recordar el mismo fin que sufrió el famoso drago del callejón del Tinte en Cádiz. Una enseña de la ciudad desde hace más de doscientos años, que se vino abajo por su altura y el viento mortal que asola la capital gaditana en los días de levante. El viento lo tumbó, pero la desidia y la falta de tacto y de conocimientos de botánica del consistorio lo remataron, y con él un parte de la historia de la ciudad. Lo mismo que ocurrió con el ombú de plaza Roma de Buenos Aires.
            El supuesto ombú de la plaza Vicente López, en mitad del barrio de Recoleta, al menos sigue vivo y coleando, o más bien dando y regalando sombra a todo aquel que quiere acercase a su tronco y descansar un rato del sol porteño, que a pesar de estar casi en el invierno austral, aún sigue haciendo de las suyas. El lugar nunca está solo. Por la mañana los jubilados leen la prensa y charlan sobre fútbol y política mientras llega la hora de comer, por la tarde las parejas de abuelos pasean a su alrededor, y lo niños recién escapados de los colegios corretean sin rumbo. Las primeras parejas de jóvenes enamorados aparecen a su vera a última hora de la tarde, justo cuando los grupos de amigos que acaban de salir del trabajo, se junta en pequeños grupos para compartir mate y bromas. 

            Los fines de semana no cambia, de hecho aumenta la afluencia de personas. Los sábados por la tarde se juntan bajo sus ramas frondosas un grupo de gente muy curiosa, de esos que llaman tribus urbanas. Chicas y chicos jóvenes, que visten de negro, con logotipos un tanto satánicos en sus camisetas, con el pelo teñido de colores llamativos, rosas, violetas, verdes… y que portan cadenas y pinchos a forma de ornamento decorativo en las muñecas y el cuello. Son un grupo animado y respetuoso, los observo desde un banco del parque mientras leo un rato entre el sol y la sombra. Algunos toman cerveza, otros mate, y los hay incluso bebiendo zumos y compartiendo una bandeja de facturas. Todos ríen y charlan alegremente, algunos escuchan música con sus teléfonos y bailan o lo intentan. 

            Junto al grupo más nutrido está el viejo ombú, los chicos andan alrededor de un banco de piedra sobre el que han dejado sus pertenencias. Algunos se sientan en él de vez en cuando, pero normalmente apenas lo usan salvo para apoyar sus objetos. Al poco se acercan hacía ellos tres señoras mayores, de unos setenta años, quizás más. Avanzan hacía el grupo de chicos lentamente, en un momento dado parece que alguno de los jóvenes del grupo las reconoce o las ve llegar, y pide a sus compañeros que recojan sus pertenecías y dejen sentarse a las señoras. Todos los hacen, olvidan durante unos segundos su cerveza, su conversación y a sus amigos y se centran en dejar expedito el banco. Después se apartan un poco. Dejan espacio a las señoras, y éstas se lo agradecen con una sonrisa y unas palabras agradables. Las mujeres comienzan a charlar de sus cosas, mientras, a su lado unos jóvenes a los que muchos considerarían extraños por sus pintas o por su actitud disfrutan de su música y de la tarde bajo en ombú de Recoleta. 

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