sábado, 30 de mayo de 2015

FRUICIÓN PORTEÑA


            Hoy en día ya no hay problemas para mantenerse informado de lo que ocurre en tu país, en tu comunidad, o incluso en tu ciudad por muy lejos que estés.  Internet lo ha facilitado todo en ese sentido. Cuando ocurre algo, rápidamente puedo leer la crónica al minuto solo encendiendo el ordenador. En esos momentos siempre vuelve a mi cabeza de forma recurrente la anécdota que alguna vez escuché ─o leí en alguna entrevista─ a Eduardo Mendoza. Cuando el escritor catalán vivía en Nueva York trabajando de traductor en la ONU, y para conseguir algún periódico español ─siempre atrasado─, tenía que ir hasta un pequeño quiosco de Times Square y esperar a ver si ese día había tenido suerte, y podía hacerse con un ejemplar de Diario 16, Pueblo o de La Vanguardia. 
Pero estos estos avances, útiles a todas luces, también han traído aparejados a la comodidad cosas más sucias y turbias. Las redes sociales lanzan miles de informaciones que en muchos casos son falsas, antiguas, no están confirmadas o sondeados con profesionalidad: en fin, que en vez de informar, desinforman. Lo mismo ocurre con las informaciones sesgadas o partidistas que se toman en la red con el mismo valor que la información de una agencia internacional, o de un periodista que llega a las fuentes y se juega la cara para dar una información veraz. La información verídica y real está ahí sin duda, pero entremezclada, embarullada entre la inquina que sienten algunos tipos y tipas contra una u otra persona, que son lanzadas a la red con intención de medrar y conseguir algún beneficio, o simplemente para vomitar su odio y resentimiento contra un mundo que no atisba a comprender, porque nunca le ha interesado hacerlo. 

Sihay algo diferente entre la información presentada en papel y la que se muestra en las redes sociales eso son los comentarios que hacen los supuestos lectores. Los que aparecen bajo en enlace, y que en la mayor parte de los casos son frases que se escriben sin leer con detenimiento la nota informativa, e incluso sin leer una sola palabra de ella. Además esa zona está atiborrada de personas maleducadas, que buscan el insulto fácil, el choche con el contrario y en muchas ocasiones utilizando una ortografía tan pésima que da dolor leerles. No son pocos los que solo buscan el morbo, la descalificación, entrar a pegarse navajazos inguinales cibernéticos con el vecino, en muchos casos sin dar la cara, usando seudónimos o perfiles falsos. Los valientes.

Acusan a unos y a otros, y preparan la hoguera y la pira inquisitorial a la vuelta de cada noticia. Los comentarios serios, serenos y sensatos de personas que leen las noticias, que se informan en varios medios y que saben con quien se juegan los cuartos, se embarran con tipos que lo único que buscas es volcar toda su frustración en las redes sociales. La coherencia y la educación se difuminan entre el vandalismo virtual. Entre el analfabetismo más basto. Como si de verdad pensaran que su sinrazón, sus insultos y su falta de educación y de cultura les hace ser mejor personas, o más populares en su grupo de amigos de red o de pandilla de barrio. Otros solo son radicales o trolls que buscan insultar al de la idea contraria, que solo es capaz de defender a un partido, a una ideología hasta los extremos más disparatados, sin pararse a pensar que tal vez al que debería exigir con esa indolente actitud la defensa de sus derechos, es al político o la partido que defiende con tanto ahínco sentado cómodamente en el sofá de su casa. Convirtiendo entre todos ellos las redes sociales en un monte Gólgota de pantalla liquida, donde se cree tener derecho a crucificar a cualquiera por sus ideas o gustos, sin pensar la repercusión que esa caza de brujas puede tener sobre ciertas personas, que reciben todo el odio de un grupo de kukuxklaneros de portátil y teléfono inteligente ─a veces lo único inteligente─. Destrozando con estas actitudes la verdadera intención con la que nacieron las redes sociales. Pero ya saben, el ser humano es así, cualquier cosa que le das ─que nos dan─, por buena que sea la destruimos en cuestión de tiempo. Y sino fíjense lo que estamos haciendo con el Planeta. 

            Por  eso a veces me llena de alegría bajar a tomar café a un barcito de mi barrio en Buenos Aires, y entre las viejas revistas dominicales y los periódicos del día del país, encontrarme algún dominical español, aunque sea atrasado, poder leer noticias y opiniones de escritores o intelectuales, sin que me salten los comentarios radicales, cainitas, intolerantes y vomitivos que atestan las redes sociales y las publicaciones digitales. 

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