sábado, 28 de marzo de 2015

WHIPALA


            Desde hace bastante tiempo hondea en la esquina de la avenida 9 de Julio con la de Mayo, en el centro neurálgico de la ciudad  Buenos Aires. Es de enorme tamaño, de mayor amplitud que una sábana de cama matrimonial. Se sustenta de una de las farolas y de uno de los innumerables semáforos de la avenida que divide en dos la parte baja de la ciudad rioplatense. Un poco más allá, a unos metros, justo a los pies de donde se levanta la estatua en homenaje al Hidalgo más conocido de la Mancha, el caballero de la Triste Figura, aparece su campamento. En un primer momento solo eran unas pancartas, pero con el tiempo se ha ido ampliado y haciéndose más o menos grueso, fuerte.

            Justo tras la bandera que hondea al borde de la vereda hay dos mesas hechas de palés de aglomerado, donde se muestran y venden collares y pulseras realizadas a mano por miembros del grupo que protesta pacíficamente.

       El Whipala es un estandarte conocido como símbolo del pueblo Aimara, un pueblo precolombino, originario de América del Sur, que se reparte por los actuales países de Perú, Bolivia, Chile y Argentina, aunque en realidad es un emblema general de todos los pueblos andinos. Los pueblos indígenas que durante tantos siglos han sido masacrados, perseguidos y expulsados de su tierra, pueblos que tras tantos problemas siguen luchando por su territorio. Y sobre todo luchando contra las empresas, como Monsanto, que están destruyendo las selvas del norte argentino, y del sur brasileño a base de plantaciones de soja transgénica.

            Es un símbolo curioso, colorido y cercano a la naturaleza. Por mucho que uno se empeñe -nos empeñemos- en destruirla, hay pueblos que siguen sintiendo verdadera devoción por la Pachamama. Sabiendo que lo verdaderamente importante es la tierra y no el dinero. Pues cuando se sequen los ríos y hayamos extinguido los animales, solo entonces nos daremos cuenta que no podremos comer billetes. Por ello, su bandera muestra en pequeños cuadrados los colores del arco iris que los pueblos andinos consideran el todo de la tierra. El rojo, la tierra (aka-pacha). El naranja, la sociedad. Con amarillo, energía y fuerza (ch´ama-pacha). El verde, las riquezas naturales de la flora y la fauna. El azul, como espacio cósmico e infinito (araxa-pacha). Y el violeta, la expresión social y poder comunitario. Todos ellos cruzados en diagonal por cuadros blancos (jaya-pacha), el tiempo y la dialéctica, el arte, el trabajo, y la reciprocidad entre los pueblos originarios y Gaia. 


La lucha está servida desde hace mucho tiempo, y las acusaciones vuelan de un lugar a otro. Los indígenas ─los pocos que quedan en el país─, denuncian que los gobiernos expropian sus tierras echándolos de sus pueblos y destruyendo sus aldeas. A la vez el gobierno, los acusa de no ser tan pacíficos como se muestran, y de querer el poder sobre tierras que han ocupado ilegalmente. La polémica está servida yo, como muchos, por más que leo y pregunto no encuentro el más simple atisbo de quien puede llevar, o no la razón. Posiblemente los dos, y también posiblemente ninguno. No sé a quién pertenecen las tierras por las que combaten, por las que se disparan y por las que muere gente. Casi siempre miembros de los pueblos originarios. Pero desde luego, tirando de historia y observando las barbaridades que estas tribus, o pueblos, han sufrido por culpa del “hombre blanco” a lo largo de los siglos, viendo lo que se está  haciendo con las selvas, con las reservas y los paraísos naturales para conseguir más y más dinero, me cuesta bastante, en ocasiones, hacer caso a según qué acusaciones, esgrimidas por los gobiernos poderoso a sueldo de las grandes empresas.


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