sábado, 7 de marzo de 2015

TARDE DE MUSEOS


           Entro en uno de los museos más céntricos de la ciudad de Buenos Aires, se encuentra en la plaza de Mayo, enfrentado a la casa del gobierno, la Casa Rosada. El edificio que alberga el museo de la Revolución de Mayo es el antiguo cabildo de la ciudad. En su interior, y también en su exterior, en un día de lluvia se produjo el que fue posiblemente el punto de inflexión que llevó a Buenos Aires, no sin problemas, luchas, contubernios, traiciones y mucha sangre, a pasar de ser la capital del virreinato del río de la Plata a convertirse en la capital de la futura República de la Argentina.

            Su interior se divide en diferentes salas de pequeño tamaño que no cuentan con demasiadas piezas en su interior. Sobre todo en la planta baja, donde solo se pueden observar pinturas de los integrantes de la primera Junta de Gobierno entre mapas y pinturas de la ciudad, pudiendo apreciar los enormes cambios que se han producido en ella en los poco más de doscientos años transcurridos desde el hito histórico del 25 de mayo de 1810. En la parte alta me sorprende al entrar una vieja imprenta donde supuestamente se imprimieron los primeros documentos de la Junta porteña, las primeras cédulas documentales y las esquelas de invitación a los cabildos abiertos. Al fondo un escudo de plata en honor a la victoria de las topas y de los ciudadanos bonaerenses contra las dos invasiones inglesas de principios del siglo XIX. En la última sala, la del cabildo, se puede observar la mesa, con su cruz por supuesto, y los ostentosos sillones tapizados en rojo, en ellos apoyaron sus posaderas supuestamente los miembros de la primera Junta. Allí discutieron los pormenores y desde allí se empezaría a fraguar el nuevo estado independiente.

            Al finalizar la visita salgo por la puerta trasera, siguiendo el recorrido obligatorio que te hace pasar por una zona de recuerdos, y sobre todo por un café-restaurante del propio cabildo. Esta zona de restauración, extraña y atestada de vigilantes de seguridad, se expande por todo el viejo patio del edificio. Cruzo la plaza de Mayo zigzagueando entre los colectivos atascados en el cruce con Hipólito Yrigoyen con San Martín, encaminándome después hacía la parte trasera de la Casa Rosada, casi sobre el Paseo Colón. Al cruzarla me doy cuenta de lo mucho que había mudado el lugar. No solo en los edificios, que en su mayoría son de mediados del siglo XX, sino en su estructura. En la mitad de la plaza, donde hoy está la Pirámide de Mayo, una enorme arcada que hacía las veces de mercado dividía la plaza en dos. Era la ya tristemente desaparecida recova de la plaza.

La hoy conocida plaza de Mayo bonaerense fue en época de las colonias y la emancipación estaba dividida en dos mitades, casi simétricas, por la conocida como recova que antes nombraba. La parte más cercana al río recibía el nombre de plaza del Fuerte, y la zona que quedaba del lado de la ciudad, junto al Cabildo se conocía como plaza de la Victoria. Incluso la propia casa de gobierno actual no tenía el tamaño actual, sino que eran dos edificios independientes que antes había sido un fuerte en forma estrella, al más estilo colonial. Tras ese edificio en forma de estrella, y ya años después donde la ciudad se abría al río de la Plata, se levantaría un edifico semicircular neoclásico que hacía las veces de la primera aduana de la ciudad. La Aduana Taylor.



          Sobre esta vieja aduana, o más bien entre sus cimientos y los del viejo fuerte, se abre el museo más moderno de la ciudad: el del Bicentenario. Fue inaugurado en 2011 para albergar la historia de los últimos doscientos años de la ciudad en particular y del país en general. Al bajar las escaleras modernas que me llevan a las bóvedas de ladrillo del fuerte pienso en cómo sería tener hoy el río donde estaba, escuchar los ruidos de su fauna primitiva, olisquear sus plantas, codearme con sus habitantes originarios. En definitiva, algo que siempre me planteo cuando me lanzo a investigar o a estudiar sobre una época, sobre un personaje, sobre un país o una ciudad nueva para mí. La incógnita de cómo debía ser todo en un periodo concreto de la historia, algo lo que me produce una desazón bastante amplia al creer, siempre con razón, lo imposible de la empresa que pretendo: la restauración total de cada uno de los detalles, de las sensaciones, o de las necesidades de cada cual en esos momentos. Algo que es prácticamente imposible incluso para los que como yo nos dedicamos al mundo de la historia.

            El edifico ecléctico guarda en su interior dos sorpresas, una buena y otra mala. La mala es la parte derecha, donde se cuelgan sobre las partes hondonadas de la pared cuadros casi actuales de diferentes formatos sobre la historia argentina que se entremezclan con carteles de salida de emergencia y cajas de mangueras y extintores. Al lado izquierdo, sin embargo, entre las bóvedas del antiguo fuerte se divide la historia de Argentina en periodos históricos de grandes cambios, o en bloques temporales que abarcan unos quince años cada uno. Presentando la época histórica con vídeos donde se narra el avance de los acontecimientos y las vicisitudes de los personajes que los sufrieron, rodeado todo de vitrinas con las pertenecías de algunos de ellos. Parece un tanto caótico por la cantidad de información conjunta, seguida y apelotonada que presenta. Pero si se sabe llevar con parsimonia, si se tiene tiempo para visitarlo varias veces puede resultar un lugar bastante didáctico y pedagógico, al menos en la parte que se refiere al siglo XIX, y la primera mitad del siglo XX.


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