domingo, 22 de marzo de 2015

SERENDIPIA PORTEÑA


             Las palabras serendipia o serendipistismo son una de esas rarezas que te vas encontrando a lo largo de la vida. Serendipia no se usa en España, casi nunca, y habrá quién asegure que su uso se puede contemplar como una falta lingüística, una patada al diccionario hablando en plata. Pues el diccionario de la Real Academia de la Lengua Española no la recoge, ni siquiera en su última edición. Tampoco lo hace el diccionario Panhispánico de dudas. Cierto es que la academia viene discutiendo el tema de la idoneidad, o no, de palabra desde el ya lejano año 2012, barruntando si debe o no entrar en la siguiente edición de su diccionario. Lo cierto es que a día de hoy no sé cómo van las negociaciones de los grupos de trabajo de la real organización, pues las cosas de palacio, aunque sea en el palacio de las letras, van despacio.
            Serendipia es un neologismo que deriva de la palabra inglesa serendepity, procedente de un cuento que data de 1754 llamado Los tres príncipes de Serendip, creado por Horace Walpole. Pero a pesar de su origen, o tal vez por eso, la palabra de marras se usa muchísimo en el mundo latinoamericano. Es muy normal encontrársela en novelas, incluso aparece en ensayos y libros de historia que la usan de forma normal. Aceptada. Tal vez sea porque el español de Latinoamérica está vivo, fluye entre fronteras y evoluciona de una manera que tal vez el castellano de España no hace.

            Aunque en España la usemos poco, si es conocida, aunque sea tan solo de vez en cuando. Es una palabra que me parece preciosa al pronunciarla y sobre todo al aplicarla en su acepción completa: Hallazgo, o descubrimiento afortunado e inesperado que se produce cuando se está buscando otra cosa distinta. Es decir, a diferencia del azar detrás de la serendipia está el trabajo.

Hasta uno de los buques insignia de la literatura patria española la usaba en sus creaciones. No recuerdo en que libro de Francisco Ayala la encontré por primera vez, pero ahí está para la posteridad. El granadino pasó varias temporadas de su vida en Buenos Aires. Tal vez, casi seguro, después de leerla en alguna de sus obras la añadí a mi diccionario propio, y solo ahora comprendo a la perfección la necesidad de su uso. 

            La serendipia suele traducirse al castellano “de España”, como chiripa. Es decir, por un descubriendo casual. Lo cual es un típico error, pues la chiripa y la serendipia no tienen mucho que ver. La chiripa es eso, ir por la calle y encontrarte de casualidad la resolución de un problema, de una duda o la solución al hambre errante, porque ante tus narices pase volando un billete de cien pesos. Pero detrás de la serendipia hay mucho más.

Placa en honor al escritor español Francisco Ayala, en el edificio Calmer. Calle Defensa, 441. San Telmo.
           El sentido real de la serendipia es la del hallazgo afortunado e inesperado, pero no por casualidad, sino cuando se está buscando otra cosa. Es decir, cuando se está trabajando en algo concreto, y no paseando la calle mirando las palomas. Hablando claro, la chiripa le puede tocar a cualquiera, la serendipia solo se alía con quien la busca mediante el trabajo y el esfuerzo. Por ejemplo, Umberto Eco dice que el descubrimiento de América por Colón fue el más claro ejemplo de serendipia histórica, pues él buscaba las Indias y se topó con las Américas. Otro ejemplo es el del Principio de Arquímedes, que lo descubrió después de trabajar durante mucho tiempo en otros temas científicos, encontrándose con éste mientras tomaba un baño. Ya saben lo de ¡Eureka!...y tal.

            En la literatura y en el estudio histórico también ocurre. Un ejemplo es el de la novela Los Viajes de Gulliver de 1796, donde se habla que Marte tiene dos lunas. Algo que a la larga resultó ser cierto. Pero esto no se descubriría hasta 1877. Otro caso es cuando Morgan Robertson imaginó en 1914, dentro su novela Más allá del Espectro, unas máquinas voladores japonesas bombardeando territorio norteamericano. Algo que ocurrió realmente en Pearl Harbor veintisiete años después. Hasta que no lo lees en la obra, no te das cuenta de lo parecido de la descripción de Robertson con lo ocurrido aquel día de 1941.

            Recordaba todo esto el otro día mientras tomaba un café en la avenida de las Heras, justo a la espalda de la Biblioteca Nacional de la República Argentina. Fue durante un momento de descanso de la investigación que llevo a cabo allí. Buscando datos de varios diputados suplentes del antiguo virreinato de La Plata, di entre la embarullada caja de legajos con unas cartas de la época. Unas cartas que casi resultaban más interesantes y morbosas que la información oficial que tenía entre mis manos. Este testimonio me robó la atención por completo, llegando a pedir copias de los documentos que se podían reproducir y copiando a mano el resto de páginas que no podían duplicarse. Era una información que en este momento no me servirá de mucho, pero que en un futuro no muy lejano, espero me de alguna satisfacción. Siento no poder darles más información, pero todo llegará a su tiempo. Solo puedo adelantarles que ese día me tome un café con serendipia, uno de los mejores que se pueden tomar en la ciudad.

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