lunes, 22 de junio de 2015

LUNA PORTEÑA


             A veces vivir en una gran ciudad, con numerosas luces, brillantes anuncios y coloridos carteles publicitarios nos evade de la contemplación, o del atisbo de elementos que siempre están ahí, componentes del mundo que nos acompaña a diario sin que nosotros nos inmutemos por su presencia, aunque a veces la polución y la contaminación lumínica nos los hurte por un tiempo indeterminado.

            Hacía tiempo que no veía la luna y el astro que brilla con gran intensidad bajo ella ─me comentan que seguramente pueda ser Venus, la astronomía no es mi fuerte─, en ocasiones porque paseo mirando a las personas, las veredas, los edificios y los negocios abiertos ante mí, como si no existiera nada más allá del fin de lo creado por el género humano, otras porque las múltiples contaminaciones que nacen y se reproducen sobre una ciudad tan descomunal como es Buenos Aires las ocultan.

            Pero anoche mientras volvía a casa cruzando el centro de la ciudad, justo en la intersección de la Diagonal Norte, con Corrientes y 9 de Julio, volví a verlas, tal vez volví a mirar al cielo, tal vez la tranquila situación que vive el domingo el centro de la ciudad invitaba a dejar el suelo, apartar las múltiples publicidades a un lado y levantar la vista sobre la bóveda celeste ─o negro azabache de la noche─, y ver sobre la punta del Obelisco la media sonrisa marmolea de la luna, acompañada del fulgente resplandor de la estrella más brillante de la noche.
            Supongo que hay veces que por muy importante que sea la ciudad en la que vives, por muy famosa que sea la avenida por la que caminas o  el barrio en el que habitas, es necesario evadirse del ruidoso desorden creado por el ser humano y por su locura, para fijarse en el caos perfecto y ordenado del universo, el cual nos observa y mantiene, aunque nosotros en ocasiones valoremos más los anuncios de un refresco de cola, o de un coche alemán que se reflejan sobre el Obelisco y los edificios de la avenida Corrientes.

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