martes, 30 de junio de 2015

BIBLIOTECA NACIONAL



           La Biblioteca Nacional de la República Argentina es uno de los puntos de cultura e investigación más importante del país. Un lugar al que acudo a menudo para llevar a cabo mi trabajo en tierras argentinas. La actual Biblioteca recibe el nombre de Mariano Moreno, uno de los cabecillas intelectuales de la revolución de Mayo de 1810, que sería el comienzo de la independencia del antiguo virreinato español. Tras esa revolución, se creó una biblioteca en el cabildo de la plaza de Mayo. Desde que en ese temprano año se inaugurara la primera Biblioteca Nacional, esta ha dado muchas vueltas y ha sufrido innumerables cambios, muchos de ellos relacionados con los múltiples golpes de Estado, y gobiernos de facto sufridos en el país del Cono Sur.

            Primero se trasladó desde el cabildo a la calle México, creando un espacio donde se pudiera dar cabida a la innumerable cantidad de volúmenes que iban completando estanterías, creando así una sala de lectura pública para todos aquellos que quisieran visitarla o utilizar sus fondos. Pero ya durante la segunda parte del siglo XX, la Biblioteca Nacional volvió a quedarse pequeña, y en 1960 se decidió utilizar el espacio que había dejado libre el antiguo palacio presidencial levantado entre la avenida del Libertador y avenida las Heras. El lugar, estaba abandonado y destruido después que los militares expulsaran del poder al general Perón. Durante el bombardeo de la plaza de Mayo en 1955, el cual se cobró cuatrocientas víctimas para obligar al presidente a dimitir y dejar paso a los militares, también se bombardeó este lugar, pues era la casa del por entonces presidente. Cuando un año después el militar Pedro Aramburu usurpó el poder a la Junta Militar, alzándose en único jefe del gobierno decidió derribar el palacio ya bombardeado. Su odio hacía Perón y todo lo que él significaba era muy marcado, y no quería consentir que nada que recordara su gobierno o a su persona permanecería en pie, evitando que sus seguidores lo tuvieran como un símbolo del poder derrocado y prohibido mediante decreto por la nueva ley.


           A pesar que la ley para la construcción de la nueva Biblioteca Nacional estaba aprobada, y el proyecto elegido tras un concurso público desde 1960, la primera piedra de la nueva Biblioteca Nacional de la República Argentina no se colocaría hasta 1971. Las obras fueron suspendidas en 1980 tras la llegada de la dictadura militar de ese año, autodenominada como Proceso de Reorganización Nacional. Las obras continuaron en 1982, pero a finales de la década  debieron detenerse de nuevo, pues no había dinero para continuar con la construcción. Finalmente la nueva Biblioteca Nacional fue inaugurada por el presidente Carlos Menem en 1992, después de que en 1990 el gobierno argentino recibiera una fuerte inyección de dinero por parte del gobierno español para poder finalizar la obra.

            El proyecto sufrió muchos caminos según iba avanzando en su construcción, eliminaron elementos decorativos, y sustituyeron materiales de alto coste por otros más baratos pero de peor calidad. Finalmente se decidió apartar a los arquitectos que habían ganado el concurso público, siendo sustituidos por un arquitecto del estado ─cobraba menos, y seguramente pondría menos pegas cuando el gobierno decidiera cambiar el proyecto dependiendo del gasto─. Estos cambios, y sustituciones de última hora han hecho que el edificio que mejor representa la arquitectura brutalista de la ciudad de Buenos Aires, parezca que está a medio terminar. Cuando se inauguró se trajeron los antiguos muebles de la vieja biblioteca de la calle México ─que pasaría entonces a convertirse el Centro Nacional de la Música─, las viejas mesas inclinadas con lámparas clásicas de tulipas verde oscuro, y las sillas de madera tapizadas con cuero rojo, se siguen usando en la sala de lectores del piso cinco, lo cual choca a la vista en un primer momento en comparación con el resto del mobiliario, pero deja un regusto a la historia del lugar y de su contenido. 

            La plaza delantera se usó de jardín o parque abierto, bajo él se encuentran los contenedores de libros ─más de tres millones de tomos─, y de revistas y periódicos ─medio millón─. Con el paso del tiempo esa zona ha servido para cerrar cuentas, y crear homenajes. Allí hay una enorme escultura de tres metros dedicada a Eva Perón ─que pasó la última parte de la enfermedad y falleció en la desaparecida casa del jefe de la nación─, un poco más arriba han colocado un busto de Juan Domingo Perón, en reconocimiento por su ayuda al avance de la cultura, y como recuerdo al último gobernante que vivió en el viejo palacio presidencial. También en las pequeñas plazas ajardinadas más cercanas a la entrada se han homenajeado a escritores patrios. Desde luego las que más llaman la atención son la de Jorge Luís Borges, que además fue director de la Biblioteca Nacional desde 1955 a 1973, y la de Julio Cortázar, inaugurada en agosto de 2014 como homenaje al centenario de su nacimiento. 

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