martes, 14 de abril de 2015

EL ARTE DEL SUBSUELO


            Entrar en el metro, o en el subte, no es una de las cosas más agradables del mundo, sobre todo a según qué horas y días. Pero a pesar de los apretones, del calor asfixiante de los andenes, y del frio antártico del interior de los vagones, es un mal necesario, sobre todo en ciudades mastodónticas. Aunque en Buenos Aires deja bastante que desear en cuanto a sus dimensiones y conexiones. 

Suelo  hacer trasbordo a menudo en las estaciones cercanas a plaza de Mayo, entre Catedral y Perú, o entre Avenida de Mayo y Lima. Lo hago por cercanía, por comodidad, o simplemente por costumbre. Tal vez porque me gusta pasear por sus angostos pasillos, donde siempre hay un chico tocando una vieja guitarra a la que exprime toda su música, mientras su voz rota, aderezada de tabaco negro, entona antiguos rocks. Pero sobre todo, porque a lo largo de esos tubos iluminados con fluorescentes tuertos, asoman sobre la blancura venida a menos de sus azulejos, dibujos, ilustraciones y homenajes. 

Es cierto que todas las ciudades con suburbano, brindan alguna de sus estaciones para las ilustraciones de artistas y dibujantes patrios o locales. Cuando veo las de subsuelo bonaerense, en las que se representan escenas típicas de la superficie, los problemas sociales y los pensamientos terrenales de sus habitantes. O las que homenajean a Quino, y a su personaje más internacional, la inteligente y crítica Mafalda, suelen venirme a la cabeza dos estaciones del metro de Lisboa.

Una de ellas está en la zona baja de la ciudad, es de las más nuevas, al otro extremo de la línea de metro que pasaba por mi casa, en Cais do Sodre. En todo el andén puede verse varias reproducciones del conejo de Alicia en el país de las maravillas corriendo. Un homenaje a todas las personas que a primera hora de la mañana corren para llegar en hora a su puesto de trabajo. Sobre las cabezas de los pasajeros estresados, y de los conejos del libro de las maravillas, una leyenda: Estou atrasado. Omitiendo en ambos lados, la última letra de la segunda palabra. Dejando claro que la gente pasa por allí con tanta prisa que ni siquiera se percata de esa amputación. 
La otra no es un dibujo, sino una frase pintada en azul sobre los azulejos claros. Está situada en una de las salidas de metro de Universidade. Allí según avanzas lento por un pasillo cuadrado, camino de comenzar un nuevo día en la facultad, puedes leer: Se eu nâo morresse nunca! E eternamente buscasse e conseguisse a perfeiçâo das coisas! A veces vale la pena unos minutos de agobio bajo tierra con tal de descubrir estos guiños que te alegran el día. 

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