miércoles, 1 de abril de 2015

EL GUARDIÁN DEL MERCADO


            No llevo mucho tiempo por aquí pero ya tengo archivados en mi retina una serie de personas. Un grupo de personajes típicos de las calles porteñas. A la mayoría los veo a menudo mientras salgo a pasear, o cuando me siento a tomar un café o a comer un tostado en las terrazas de los barrios del centro. La mayor parte son cartoneros, o personas que por unas u otras razones de su vida mendigan unos pesos por las calles, sentados en las puertas de los cafés o de los teatros. Pero otros son personas muy curiosas, que pasean las calles sin demandar nada. Realizando una labor que ellos tienen por necesaria, e imprescindible, para el buen funcionamiento de la ciudad. Tal vez lo sea.
            Hoy les traigo a uno de ellos, al que denominé siempre, desde la primera vez que lo vi, como el guardián del mercado. Está de forma perenne en su puesto, como si se encontrara en mitad de una guardia militar inacabable. Desde que paso por allí no ha faltado a la cita ni un solo día, llueva o pegue un sol de justicia. Siempre bajo la puerta de entrada del viejo mercado de abastos del barrio de San Telmo. En la cancela que lo abre a la calle Defensa. Enmarcado entre un restaurante turístico de parrilla, y una antigua y polvorienta tienda de vinos, con un banderín del Peñarol de Montevideo en la cristalera.

            El tipo en cuestión es un hombre alto, de edad amplia, pelo escaso y largo en la parte trasera, barba blanca y extensa, con prominente barriga que oculta baja una remera de fútbol. La última vez que lo vi llevaba la camiseta suplente del Boca Juniors, de color blanca con franja azul y dorada partiéndola por la mitad. Aunque normalmente lleva puesta la rojiblanca de la selección de Paraguay. Siempre sobre ella, asomando y reposada sobre su pecho, una doble medalla de la virgen de Luján, patrona del país.


           El hombre, un tanto torpe en sus movimientos, tal vez por la edad o por el exceso de peso, se coloca bajo el umbral de la puerta de hierro forjado pintada en color verde oscuro. Y lo hace desde el primer momento que el mercado abre sus puertas, y ahí permanece impávido, impertérrito, hasta que las cierra con la noche ya sobre sus espaldas. Repitiendo una y otra vez la misma cantinela a todo el que pasa ante él, o curiosea por la zona; visiten el mercado, hay que visitar el mercado. Visítenlo… No se lleva ningún benéfico por ello, nadie le paga nada, más allá de algún café o alguna empanada que le ofrecen los dueños de los barcitos, de las tiendas o de los puestos del interior. Pero él permanece estoico ahí cada día, defendiendo su mercado, e intentando que todo el que pasa por la calle Defensa conozca su interior y lo disfrute. Así que ya saben, si algún día pasan por ahí y lo ven, entren al mercado. Le darán una alegría al guardián del mercado de San Telmo.

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