viernes, 31 de julio de 2015

UN CAFÉ CON CORTÁZAR EN EL LONDON CITY


            Los libros van siendo el único lugar de la casa donde todavía se puede estar tranquilo,  escribe Julio Cortázar en una de las páginas de  Los Premios. Cuando leí esta novela por primera vez no conocía Buenos Aires, y por lo tanto no sabía de la existencia del café-más bien de la confitería- London City, que se levanta en una de las esquinas que se forman en la intercesión de la avenida de Mayo y Perú. Debo volver a leerlo, pues parece que el café en cuestión sale reflejado en sus páginas. Sé que parte de la acción trascurre en un café, pero al no conocerlo, y sabiendo de la imaginación de Cortázar no le di más importancia. Seguro que tras haber pasado tiempo entre sus cuatro paredes, ahora veré la novela de otra manera, cuando vuelva a caer en mis manos. Algo que será más pronto que tarde.

            El caso es que pasé ante su fachada al poco de llegar, está situado en un lugar privilegiado de la ciudad, y para visitar el centro porteño es indispensable pasar ante sus vidrieras. En una de las veces que caminé junto a él, mi mirada en vez de ir fijándose en los edificios y las personas del exterior, se giró y observó el interior. Una cafetería típica de Buenos Aires; con sus mesas de madera cuadradas, sus veladores, su típico suelo ajedrezado en blanco y negro por el que se movían rápida, y elegantemente más de una docena de camareros. Al fondo, en mitad del local, se levanta su pequeña barra en mármol y madera, sobria y elegante, donde resonaban los platillos del café y las jarras metálicas llenas de agua helada y sifón ligero.

            Según iba avanzando ante su fachada, me fijé que en la parte baja de la ventanas, en el lugar que aparece opacado mediante unos visillos claros, estaba ocupado por decenas de libros editados por la misma firma, que a pesar de las diferencias de grosores y de títulos, compartían una misma estética. En todos ellos aparecía una imagen en negro, como gastada, era Julio Cortázar, y las obras allí mostradas eran todos sus libros.  Al final, en la última vidriera de la avenida de Mayo, una mesa y una silla aparecían semi encerradas entre un par de biombos bajos, que las separaba sin ocultarlas del resto del local, sobre ella una taza de café con el nombre del lugar grabado en verde sobre la luz blanca, dos azucarillos y un cenicero de bronce desgastado. Junto a todo ello, y pegado al tablero de la mesa, una placa pequeña en color planteado, ilegible desde el exterior.
            No me detuve, pero rápidamente enlacé cabos, y al rato, en una librería de La Recoleta me topé con una publicación sobre cafés y confiterías del Gran Buenos Aires. No lo dudé, saqué el libro del viejo anaquel de madera y comencé a ojearlo en busca de las páginas dedicadas al London City, di con ellas casi al final del libro. Según contaba esa publicación, en una de las mesas de ese café del microcentro porteño Julio Cortázar escribió su tercera novela, y la primera por la que se interesó una editorial-aparte de unos cuantos libros de cuentos que ya había publicado- eran Los Premios. Comencé a comprender lo de la mesa apartada del resto, solo abierta a las miradas, como un relicario de café.
            La publicación terminaba asegurando que el café se encontraba cerrado en la actualidad. El dato me chocó, y esa tarde cuando me dirigí a llevar a cabo mi trabajo diario a la Biblioteca Nacional, decidí que antes de subir al sexto piso–donde se encuentra el gabinete de investigadores-, pasaría por la hemeroteca, situado en el sótano del edificio. Le comenté el asunto al encargado; un señor mayor, paciente y relajado, que buscaba información en el ordenador con las gafas caídas sobre la punta de la nariz, y con una mueca de tedio y cansancio ante las nuevas tecnologías, con los ojos entrecerrados y el labio superior recogido sobre la encía.
            Curiosamente, él era cliente asiduo al café -me comentó-, informándome que por suerte el London City no estuvo cerrado durante mucho tiempo, a pesar de que las informaciones primeras sobre su cierre dejaban poco espacio a la esperanza. Tras trastear un rato en una sala, apareció con unos cuantos periódicos de La Nación, fechados en agosto de 2013 y meses posteriores. Fue entonces cuando cerró, y durante meses nadie supo nada, solo se pintaron los vidrios de blanco y se clausuró. Pero meses después se colgó el cartel con la licencia de obras y se valló la esquina, pronto comenzaron las obras. Según las crónicas de aquellos días, el viejo café notable se iba a convertir en un restaurante más de la cadena Pertutti.
            Pero a veces ocurre el milagro, y los que tienen que ponerse a trabajar codo con codo para salvaguardar un pedazo importante de la ciudad lo hacen-el caso de la librería del Colegio fue otro a tener en cuenta-, y llegan a un acuerdo beneficioso y necesario. El ministerio de cultura porteño, la comisión de cafés y bares notables de la ciudad y los nuevos dueños del local, consiguieron que el café volviera a abrirse como estaba antes-desde 1954-, remozado y mejorado. Incluso se reinauguro en un momento muy especial, en agosto de 2014, cuando se cumplía el centenario del nacimiento de Julio Cortázar. Ese día además de inaugurarse el café, se llevó a cabo en la esquina de avenida de Mayo un homenaje al escritor. En el interior se colgaron para quedarse fotos del escritor de Los Premios, y pedazos de la novela en las que habla del café. En el exterior, pintaron grandes rayuelas para que se divirtieran niños y mayores.

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