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Murales colocados en la estación de la memoria
(Estación de Subte Pasteur-AMIA).
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El atentado que sufrió la sede del AMIA (Asociación
Mutual Israelita Argentina) en la mañana del día 18 de julio de 1994, pasó a la
historia como el atentado más sangriento de la historia de Argentina, y la
mayor matanza dentro de la comunidad judía desde el fin de la Segunda Guerra
Mundial. El atentado, después de bastantes años, se perdió entre los numerosos recovecos
y claroscuros de la memoria colectiva internacional ─posiblemente también en la
de una amplia cantidad de argentinos─. Pero su nombre y sus hechos volvieron a
saltar a la platea mundial el pasado enero, cuando Alberto Nisman, uno de los
fiscales encargado del caso original junto a Marcelo Martínez Burgos, apareció
con un tiro en la cabeza en su apartamento de Puerto Madero. Supuestamente, un día
después iba a presentar ante el Congreso de la Nación nuevas pruebas que
incriminarían a la presidenta del país, y a otros personajes importantes del
gobierno nacional en aquel aciago hecho. El asunto aún no se ha resulto, a
pesar de que ha llenado miles de páginas y de horas de radio y televisión en la
prensa nacional e internacional. Sinceramente, no creo que nunca sepamos la
verdad ─como por otro lado siempre suele ocurrir en estos casos─. Hay
demasiados intereses ocultos y maquiavélicos en el submundo político, en uno y
otro bando. Demasiada porquería para barrer debajo de una misma alfombra.
No creo que sea necesario que
explique aquí, en profundidad, lo ocurrido desde que se dio la noticia de la
muerte del fiscal argentino. Con solo escribir el nombre del fiscal en
cualquier buscador general, o de un medio de comunicación aparecerán centenares
de informaciones sobre vídeos filtrados, acusaciones cruzadas, falsificación o
contaminación de pruebas, extraños acuerdos entre el gobierno nacional y el
país acusado del atentado, presuntas irregularidades ministeriales y policiales.
Veneno, basura y putrefacción de las altas estancias de una sociedad enferma de
odio y resentimiento. Vendettas normalmente privadas que, cuando salen a la
superficie, llaman mucho la atención porque afectan a gente poderosa,
acostumbrada por otro lado a moverse entre el lodo, y la putrefacción del poder
político y económico de un país tan
acostumbrado a sufrirlo como lo es Argentina.
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Aspecto que presentaba la AMIA antes del atentado
del 18 de julio de 1994.
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Eran las nueve y cincuenta y tres minutos de la
mañana, cuando la calma de una pequeña y estrecha calle del barrio porteño de
Balvanera ─a unos metros de donde se levanta el hospital universitario de la
ciudad, y la facultad de medicina─, se vio perturbada por la enorme explosión
de un coche bomba frente a la sede de la AMIA. La gran onda expansiva que nació
del interior de un camión, o volquete, situado en la puerta de la mutua
israelita, derribó el edificio por competo, dejando el solar convertido en una
gran montaña de escombros perlada de cadáveres y heridos. El balance final tras
la barbarie fue de ochenta y seis muertos y más de trescientos heridos.
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Aspecto de la AMIA y la calle Pasteur en el centro
de Buenos Aires tras el atentado.
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Tras muchos años de investigación, de búsqueda de pruebas,
y de cientos de testimonios y declaraciones, en octubre del año 2006 la
justicia argentina acusó formalmente al gobierno iraní como culpable de la
preparación y financiación del atentado, y al grupo terrorista libanés Hezbolá
de llevarlo a cabo. En seguida el gobierno iraní se lavó las manos, y quiso
quitarse de encima las miradas inquisitoriales de la comunidad internacional,
pidiendo la detención y extradición de los fiscales y el juez argentino
culpables de esa acusación. Un año después, la Interpol haciendo oídos sordos a
las peticiones iraníes, ratificó la sentencia de la justicia argentina, y pidió
la extradición de ocho funcionarios del gobierno iraní, a los que se les
acusaba de ser los ideólogos de la masacre de la calle Pasteur, para ser
juzgados por un tribunal argentino.
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Imagen actual que presenta la antigua sede de la
AMIA en la calle Pasteur.
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Veintiún años después ningún sospechoso de aquel atentado
ha sido detenido. La hipótesis que más fuerza tomó desde el primer día, fue que
el atentado era una respuesta del gobierno iraní, una venganza, después de que
el gobierno argentino suspendiera el acuerdo de trasferencia de tecnología
nuclear que mantenía con Irán. La línea de investigación, también apunta a que
el atentado fue llevado a cabo por Ibrahim Hussein Berro, un militante de
Hezbolá ─reconocido por alguno de los supervivientes, y que falleció en la
explosión─. El grupo terrorista libanés ha negado siempre su participación en
el hecho, a pesar de ello, el terrorista kamikaze tiene una placa conmemorando
su actuación en el atentado al sur del Líbano.
Las versiones
han ido cambiando después de la desclasificación de algunos documentos llevado
a cabo en los últimos años por WikiLeaks. Desde entonces, se abren un par de
hipótesis diferentes a la oficial. La primera de ellas acusa del atentado al
gobierno de Siria, tomando el atentado de la AMIA como una venganza contra el
gobierno de Carlos Menem, después de que éste suspendiera el proyecto de venta
de reactores nucleares a Siria y del proyecto Cóndor, que después fue vendido a
Egipto. La otra pasa por las manos de la policía bonaerense, pero cuando Juan
José Galeano, el juez que llevaba la causa fue destituido ─acusado por Néstor
Kirchner de incompetente por no solucionar lo que él consideraba una deshonra
nacional─, la rama de la investigación que abrazaba la idea de una conexión
local, sospechando que los terroristas podrían haber tenido alguna relación y
una ayuda dentro de la policía bonaerense, fue abandonada y cerrada.
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Reloj que marca el día y la hora exacta del
atentado. Situado en la remodelada estación del subte Pasteur-Amia. El espacio
cuenta desde hoy con un espacio para la memoria.
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El día 18 de julio de 2014, cuando se cumplieron
los veinte años del atentado más grave de la historia de Argentina, una gran
multitud se juntó ante el lugar donde ocurrió todo ─hoy convertido en un punto
de homenaje, con los nombres de los fallecidos aquella mañana─, de nuevo se
exigió la captura y el juicio de los acusados del atentado, así como la ruptura
del memorándum de entendimiento Argentina-Irán, existente desde el año 2013. Hoy,
18 de julio de 2015, veintiún años después, la ciudad homenajea de nuevo a las
victimas renombrando la estación de subte Pasteur, como Pasteur-Amia, e
inaugurando en su interior un espacio para la memoria de los fallecidos y
heridos. Un recorrido que finaliza con la decoración de ambos andenes, mediante
ilustraciones contra la violencia, realizadas por parte de los principales
dibujantes argentinos. En el centro de la estación, un reloj mostrará para
siempre la fecha y la hora en la que el coche bomba rompió de la tranquilidad
de un país, poco propenso a tenerla.
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