sábado, 18 de julio de 2015

18 DE JULIO DE 1994


Murales colocados en la estación de la memoria (Estación de Subte Pasteur-AMIA).
              El atentado que sufrió la sede del AMIA (Asociación Mutual Israelita Argentina) en la mañana del día 18 de julio de 1994, pasó a la historia como el atentado más sangriento de la historia de Argentina, y la mayor matanza dentro de la comunidad judía desde el fin de la Segunda Guerra Mundial. El atentado, después de bastantes años, se perdió entre los numerosos recovecos y claroscuros de la memoria colectiva internacional ─posiblemente también en la de una amplia cantidad de argentinos─. Pero su nombre y sus hechos volvieron a saltar a la platea mundial el pasado enero, cuando Alberto Nisman, uno de los fiscales encargado del caso original junto a Marcelo Martínez Burgos, apareció con un tiro en la cabeza en su apartamento de Puerto Madero. Supuestamente, un día después iba a presentar ante el Congreso de la Nación nuevas pruebas que incriminarían a la presidenta del país, y a otros personajes importantes del gobierno nacional en aquel aciago hecho. El asunto aún no se ha resulto, a pesar de que ha llenado miles de páginas y de horas de radio y televisión en la prensa nacional e internacional. Sinceramente, no creo que nunca sepamos la verdad ─como por otro lado siempre suele ocurrir en estos casos─. Hay demasiados intereses ocultos y maquiavélicos en el submundo político, en uno y otro bando. Demasiada porquería para barrer debajo de una misma alfombra. 

            No creo que sea necesario que explique aquí, en profundidad, lo ocurrido desde que se dio la noticia de la muerte del fiscal argentino. Con solo escribir el nombre del fiscal en cualquier buscador general, o de un medio de comunicación aparecerán centenares de informaciones sobre vídeos filtrados, acusaciones cruzadas, falsificación o contaminación de pruebas, extraños acuerdos entre el gobierno nacional y el país acusado del atentado, presuntas irregularidades ministeriales y policiales. Veneno, basura y putrefacción de las altas estancias de una sociedad enferma de odio y resentimiento. Vendettas normalmente privadas que, cuando salen a la superficie, llaman mucho la atención porque afectan a gente poderosa, acostumbrada por otro lado a moverse entre el lodo, y la putrefacción del poder político y  económico de un país tan acostumbrado a sufrirlo como lo es Argentina.


Aspecto que presentaba la AMIA antes del atentado del 18 de julio de 1994.
            Eran las nueve y cincuenta y tres minutos de la mañana, cuando la calma de una pequeña y estrecha calle del barrio porteño de Balvanera ─a unos metros de donde se levanta el hospital universitario de la ciudad, y la facultad de medicina─, se vio perturbada por la enorme explosión de un coche bomba frente a la sede de la AMIA. La gran onda expansiva que nació del interior de un camión, o volquete, situado en la puerta de la mutua israelita, derribó el edificio por competo, dejando el solar convertido en una gran montaña de escombros perlada de cadáveres y heridos. El balance final tras la barbarie fue de ochenta y seis muertos y más de trescientos heridos.



Aspecto de la AMIA y la calle Pasteur en el centro de Buenos Aires tras el atentado.
             Tras muchos años de investigación, de búsqueda de pruebas, y de cientos de testimonios y declaraciones, en octubre del año 2006 la justicia argentina acusó formalmente al gobierno iraní como culpable de la preparación y financiación del atentado, y al grupo terrorista libanés Hezbolá de llevarlo a cabo. En seguida el gobierno iraní se lavó las manos, y quiso quitarse de encima las miradas inquisitoriales de la comunidad internacional, pidiendo la detención y extradición de los fiscales y el juez argentino culpables de esa acusación. Un año después, la Interpol haciendo oídos sordos a las peticiones iraníes, ratificó la sentencia de la justicia argentina, y pidió la extradición de ocho funcionarios del gobierno iraní, a los que se les acusaba de ser los ideólogos de la masacre de la calle Pasteur, para ser juzgados por un tribunal argentino.



Imagen actual que presenta la antigua sede de la AMIA en la calle Pasteur.
           Veintiún años después ningún sospechoso de aquel atentado ha sido detenido. La hipótesis que más fuerza tomó desde el primer día, fue que el atentado era una respuesta del gobierno iraní, una venganza, después de que el gobierno argentino suspendiera el acuerdo de trasferencia de tecnología nuclear que mantenía con Irán. La línea de investigación, también apunta a que el atentado fue llevado a cabo por Ibrahim Hussein Berro, un militante de Hezbolá ─reconocido por alguno de los supervivientes, y que falleció en la explosión─. El grupo terrorista libanés ha negado siempre su participación en el hecho, a pesar de ello, el terrorista kamikaze tiene una placa conmemorando su actuación en el atentado al sur del Líbano.

            Las versiones han ido cambiando después de la desclasificación de algunos documentos llevado a cabo en los últimos años por WikiLeaks. Desde entonces, se abren un par de hipótesis diferentes a la oficial. La primera de ellas acusa del atentado al gobierno de Siria, tomando el atentado de la AMIA como una venganza contra el gobierno de Carlos Menem, después de que éste suspendiera el proyecto de venta de reactores nucleares a Siria y del proyecto Cóndor, que después fue vendido a Egipto. La otra pasa por las manos de la policía bonaerense, pero cuando Juan José Galeano, el juez que llevaba la causa fue destituido ─acusado por Néstor Kirchner de incompetente por no solucionar lo que él consideraba una deshonra nacional─, la rama de la investigación que abrazaba la idea de una conexión local, sospechando que los terroristas podrían haber tenido alguna relación y una ayuda dentro de la policía bonaerense, fue abandonada y cerrada.

Reloj que marca el día y la hora exacta del atentado. Situado en la remodelada estación del subte Pasteur-Amia. El espacio cuenta desde hoy con un espacio para la memoria.
            El día 18 de julio de 2014, cuando se cumplieron los veinte años del atentado más grave de la historia de Argentina, una gran multitud se juntó ante el lugar donde ocurrió todo ─hoy convertido en un punto de homenaje, con los nombres de los fallecidos aquella mañana─, de nuevo se exigió la captura y el juicio de los acusados del atentado, así como la ruptura del memorándum de entendimiento Argentina-Irán, existente desde el año 2013. Hoy, 18 de julio de 2015, veintiún años después, la ciudad homenajea de nuevo a las victimas renombrando la estación de subte Pasteur, como Pasteur-Amia, e inaugurando en su interior un espacio para la memoria de los fallecidos y heridos. Un recorrido que finaliza con la decoración de ambos andenes, mediante ilustraciones contra la violencia, realizadas por parte de los principales dibujantes argentinos. En el centro de la estación, un reloj mostrará para siempre la fecha y la hora en la que el coche bomba rompió de la tranquilidad de un país, poco propenso a tenerla.

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