sábado, 4 de julio de 2015

APERITIVO OBRERO



            Tal vez sea por adquisición o herencia italiana, pero en Argentina gustan mucho de los aperitivos fuertes antes de la cena o de la comida. A diferencia de lo que usualmente tomamos en España, en donde raramente vamos más allá de un vino, una cerveza o un vermut, aquí es muy normal abrir al apetito con licores de más graduación, al estilo italiano. Es bastante fácil ver en las cartas de los restaurantes cócteles con Gancia, Campari, Cinzano, e incluso el hasta hace no mucho desterrado Negroni. Pero la bebida alicorizada que se lleva la palma sin duda es el Fernet Branca, licor realizado a base de hierbas de sabor amargo. 

            Como supondrán estas marcas famosas tienen sus competidores en otras marcas menos conocidas, más baratas y también más populares. Incluso hay una bebida presentada en una pequeña botella de plástico de medio litro, en donde la marca blanca del Fernet ya viene mezclada con refresco de cola. Lo cierto es que no abunda mucho, casi solamente puede adquirirse en los supermercados regentados por asiáticos, pero existe, y es bastante normal ver sus envases abandonados por las veredas y portales a primera hora de la mañana. Es un producto barato, de alto contenido alcohólico y, por lo que he podido observar en todo este tiempo, sirve para calentar el espíritu de cartoneros y vagabundos que han de dormir en las calles porteñas. 

            Pero si hay una cosa más argentina que el Fernet es el sentimiento obrero. El sentimiento piquetero que renació tras la crisis del 2001 ─aquí nadie la llama corralito, comienzo a creer que como tantas cosas es un invento europeo─, una especie de suma social para defender al trabajador, al oprimido y al mismo tiempo sentirse parte de un todo, luchar por ese algo para conseguir ─intentarlo al menos─, que no vuelvan las vacas flacas que tanta hambre hicieron pasar a muchos argentinos, que a pesar de trabajar durante todas su vida de pronto se vieron avocados a la miseria. En el 2001 muchas personas honradas, trabajadoras, de familia obrera, de clase media, o como quieran llamarlo, pasaron de la noche a la mañana de tener una vida normal con su casa, su trabajo y sus sueños, a no tener nada. Pasaron las de Caín, y eso es una cicatriz, un estigma que no se borra tan fácilmente. Se siente cuando te mueves por barrios obreros, cuando charlas con asalariados, o cuando comes en un comedor piquetero, compartiendo charla y mesa con tipos que lo sufrieron en sus carnes, y que con más paciencia que esperanza auguran que en diez años volverá a ocurrir. Pienso en sus historias ─que un día decidieron contarme, que me gané escuchar─, cada vez que al hacer la compra en el supermercado del barrio paso junto a la estantería de vinos y licores, donde reposa esperando que alguien a lleve a casa la botella de Amargo Obrero. El Fernet piquetero.

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