Paso casi todos los
días por la Plaza de Mayo, unas veces por obligación, otras por gusto. Es un
lugar curioso, donde se mezclan edificios modernos con otros clásicos y con
mucha historia como el viejo Cabildo, la catedral metropolitana, los edificios
de los siglo XIX y XX, el banco de la Nación Argentina o la famosa Casa
Rosada. Ayer pasé de nuevo por ella. Era un día festivo. Aunque la imagen fantasmagórica
que mostraban las solitarias calles del centro dijeran lo contrario, se
celebraba el carnaval. Guiaba mis pasos desde la cercanía del Río de la Plata
hasta la Avenida de Mayo en busca de un café, pero algo llamó mi atención.
Junto a la vereda del antiguo Banco Río estaban estacionados dos coches de
policía, pero no los habituales, modernos con parachoques blindados y rotativos
futuristas de azul eléctrico, sino unos coches de los años setenta. Dos modelos
idénticos de Ford Falcón en perfecto estado, pintados en negro y azul celeste, con el escudo del cuerpo en dorado sobre las puertas delanteras. Remataban
los autos con dos rotativos cilíndricos, individuales y de color rojo intenso, similares a los usados por la policía franquista en su última época, y en la
primera parte de la democracia.
A su lado, en la mitad de una calle empedrada, embutidos entre dos mastodónticos edificios de la segunda mitad del siglo pasado, me topé
con decenas de personas de otra época. Sus ropas de colores ocres con
estampados imposibles, y los pantalones de marcadísima campana me llevaron
inmediatamente a otro periodo histórico no muy lejana en el tiempo, pero que
ahora vemos como el pleistoceno. Entre ellos había decenas de mujeres con faldas
oscuras de tela lisa y blusas también estampadas al estilo de aquellos años. Algunas se cubrían con americanas cortas, cobrizas y pesadas. Todas se tapaban la
cabeza con el característico pañuelo blanco que lucieron las originales Madres
de la Plaza de Mayo, cuando comenzaron a reunirse pidiendo la aparición de sus hijos
y nietos en aquellos negros años setenta. Tiempos en los
que estas mujeres aprendieron a no olvidar, algo peligroso en los años en que
la amnesia venía impuesta desde el gobierno.
Los
coches aparcados junto a la vereda de la izquierda eran verdaderas joyas; un
Peugeot Diyon color mostaza, un Fiat 1550 gris, un Dodge Coronado color champán,
un Fiat Europa Blanco, un Seat 1430 azul…
La gente de producción los movía a gusto para cubrir planos, mientras
otros les cambiaban las matriculas pintadas a mano imitando a las de los años
setenta, que pegadas sobre las actuales con cinta americana hacían que el engaño pareciera más real. En la pared continua,
junto a una mesa de grabación, cables de cámaras y cajas de comida, siete u
ocho extras con ropa que ya comenzaba a atisbar el estilo ye-ye toman mate,
charlando o consultando sus modernos teléfonos móviles, esperando el momento de
entrar en escena durante unos segundos de gloria. Un dulce momento anacrónico en mitad de la
ciudad.
Graban Llámenme
Francisco, basada en la vida de Jorge Bergoglio, el primer Papa
latinoamericano de la historia. La producción italo-argentina cuenta la vida
del nuevo pontífice, desde los años sesenta hasta el momento de ser elegido
Sumo Pontífice. Según me cuenta uno de los regidores, la película se estrenará
en las próximas navidades y dejará a la vista no solo vivencias de la vida de
Francisco, sino también partes de la historia de Argentina como la dictadura
militar, los crímenes contra miembros de la iglesia o el movimiento peronista.
Cuando decido seguir mi caminata en uno de los parones de la grabación, vuelvo a dejarme
caer sobre el lateral de la Plaza, donde siguen detenidos los antiguos coches
policiales. Allí a modo de falsa contención se encontraban cuatro policías, al
viejo estilo argentino. Trajes negros de corte clásico, porra larga a la
derecha y rematados por una gorra de plato. Daban el pego perfectamente, incluso
resultaba un tanto incomodo pasar junto a ellos. Recuerdos de otra época que no
quisiera vivir. Mientras ojeaba los viejos autos policiales pasó a toda
velocidad uno de esos coches blindados de la policía federal actual, los policías
que van en su interior se fijan en ellos, en los actores, y frenan en seco.
Ambos agentes se bajan de un salto y, tras la cara de sorpresa primera,
comienzan a sonreír y a saludar a los falsos policías. No pudieron remediarlo,
y como otros muchos de los presentes pidieron fotografiarse junto los coches y los
actores de uniforme. Decorados, que para lo bueno y lo malo, ya son parte de la
historia de un país.
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