Los que me conocen
suelen decir que me apunto a un bombardeo, que me meto en cualquier lugar que
tenga algo que enseñarme. Debe de ser verdad, porque me han comentado lo
mismo gente inconexa entre sí, de distintos países y en distintos idiomas. Bien es cierto que no tengo reparo en entrar en cualquier lugar, en probar
cualquier comida o en escuchar cualquier teoría. Pero, como cualquiera, solo suelo volver
con frecuencia a los lugares que me hacen sentir cómodo.
Éste es uno de ellos. Apenas llevo un mes asentado en
Buenos Aires y desde los primeros días lo frecuento, es lo que por aquí se
denomina comedor piquetero, o almorzadero de trabajador. Encontrarse hoy uno de
ellos en las grandes ciudades es mucho más complicado que hace unos años, pero
en según qué lugares siguen sobreviviendo. Y lo hacen por el bien de mucha gente.
En Buenos Aires aún se respetan estos comedores de trabajadores,
sobre todo en los barrios de la zona este de la ciudad. En San Telmo por
ejemplo, es algo normal y hay varios. Y como algo lógico a la hora de la
comida, un día entré en el que se abre en la calle Chacabuco esquina México. Desde
aquel día rara es la semana que no acudo a sus mesas varias veces. Más allá de
la comida, poder charlar y conversar con gente de la ciudad, que vive lo bueno
y lo malo de ella y del país es una pastilla analgésica. Un plus social
necesario para alguien que no es natural del país. Un volver a poner los pies
en el suelo.
La comida no se sirve en elegantes platos, ni en cuidadas
bandejas de diseño. Los platos son de duralex,
de los que usaban nuestras abuelas hace muchos años. Pero la ración de la
comida es amplia, casera y sobre todo es barata. Sobre la barra del fondo una
mujer hace las labores de cajera. Junto a ella se encuentra la caja de metal con llave, una
de esas cajas de metal a modo de pequeño cofre de seguridad. Algo que todo hemos visto
por nuestras casas, con documentos o con dinero. Una mísera caja de caudales. En el mostrador se sujeta con
papel celo una tabla de cartón donde están escritos los platos y sus precios. Éstos van desde los treinta pesos hasta un máximo de cuarenta y cinco. Una sopa de verdura
y de pasta, un plato principal a elegir, pan, agua y una pieza de fruta. Un almuerzo
amplio y barato, que es lo mejor que puede tener un comedor piquetero. Un comedor
al que se acercan a diario trabajadores de la construcción, comerciantes
cercanos, estudiantes, jubilados con una pensión mínima y gente a la que le
cuesta llegar a final de mes.
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