sábado, 21 de febrero de 2015

CORTES DE LUZ


             Caí en ello días después de llegar. Durante los primeros días los veía extraños. En realidad los escuchaba irritado, y en muchos momentos los olía. Son unos gigantes metálicos que aparecen aparcados en los laterales de las grandes avenidas, diseminados por toda la ciudad. Por todos los barrios y zonas, casi sin excepción.
            Me preguntaba que pintaban allí esos mastodontes mecánicos, fabricas colosales de polución y de contaminación sonora. Su estruendo continuo imposibilita llevar a cabo ningún tipo de conversación cuando te mueves por las cercanías de sus dominios. Así, a simple vista les calculé unos cuatro metro de alto, y entre seis y doce de largo, dependiendo del remolque y de la zona.

            Los miraba un tanto atónito cuando me cruzaba con ellos en mis primeros días, mientras paseaba la ciudad, pero después de un tiempo vino a mi mente una noticia que llegó a los periódicos y a los telediarios matutinos españoles hace algo más de un año. Ahora lo recuerdo bien, era diciembre de 2013 cuando inundaron nuestras pantallas con imágenes y noticias sobre los largos cortes de luz que estaba sufriendo la ciudad de Buenos Aires. Era un verano de altas temperaturas, con un calor superior al esperado y el consumo en hora punta-hora pico que dicen aquí- hacía que se recalentara el cableado. Eso, claro, repercutía en los generadores de las subastaciones que sobrecargados mandaba al traste la instalación eléctrica de zonas o barrios enteros. Recordaba a la gente protestando en las calles de su barrio, con carteles donde se podían leer las horas, e incluso los días que llevaban sin luz. Recuerdo ahora  a un comerciante, al dueño de un supermercado, mostrando todos los productos congelados y refrigerados echados a perder. A una mujer, dueña de una parrilla, que protestaba porque su negocio llevaba varios días cerrado. La carne que tenía para trabajar durante todo la semana se le había podrido en la cámara. Un quilombo de los grandes. Un papelón.
Pronto comenzaron las acusaciones de ida y vuelta, la empresa acusaba al gobierno de haber congelado el precio de la luz, lo que les imposibilitaba a ellos invertir el dinero necesario para la mejora de la red. El gobierno, por su parte, acusaba a la empresa de la desidia y del olvido en que tenían las instalaciones de la ciudad. El caos llenó las calles de barricadas, protestas y fuegos, hasta que en un momento se decidió comprar electricidad a la vecina República del Uruguay. La solución fue comida para hoy y hambre para mañana, pues no habían terminado las fiestas de navidad y de nuevo Argentina era noticia por lo mismo. Otra vez la electricidad daba la espalda a la mayoría de los barrios porteños, casi siempre los mismos; Boedo, Almagro, Caballito, Mataderos, Villa Crespo, Belgrano, Palermo… De nuevo los de siempre pagaban los platos rotos. Pero la gente se echó a la calle a protestar en serio, horas después de que la luz se fuera de las casas se encendió la calle. Hogueras en las esquinas de casi todas las cuadras, barricadas de vecinos indignados cortaban las arterias principales. Desde el centro hasta la zona del conurbano.
Finalmente se decidió buscar una solución temporal que finalizara con todos los cortes. Esa solución fueron los mastodónticos contenedores, con transformadores en su interior, que ahora reinan en las grandes avenidas bonaerenses. Estos mamotretos que venían para unos meses pero que ya llevan más de un año. Ahí siguen, inmóviles, produciendo una enorme contaminación atmosférica al quemar el gasoil, la nafta, además de la contaminación acústica ya indicada. Por no olvidar el gasto excesivo, pues estos ciento noventa y ocho enormes cajones metálicos que ocupan todo el Gran Buenos Aires gastan al día ocho veces más de lo que debería gastar una buena instalación eléctrica.
Fuente Foto: La Nación. Protestas en Almagro, diciembre de 2013.

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