Caí en ello días
después de llegar. Durante los primeros días los veía extraños. En realidad los
escuchaba irritado, y en muchos momentos los olía. Son unos gigantes metálicos
que aparecen aparcados en los laterales de las grandes avenidas, diseminados
por toda la ciudad. Por todos los barrios y zonas, casi sin excepción.
Me preguntaba que pintaban allí esos mastodontes
mecánicos, fabricas colosales de polución y de contaminación sonora. Su estruendo
continuo imposibilita llevar a cabo ningún tipo de conversación cuando te
mueves por las cercanías de sus dominios. Así, a simple vista les calculé unos
cuatro metro de alto, y entre seis y doce de largo, dependiendo del remolque y
de la zona.
Los miraba un tanto atónito cuando me cruzaba
con ellos en mis primeros días, mientras paseaba la ciudad, pero después de un
tiempo vino a mi mente una noticia que llegó a los periódicos y a los
telediarios matutinos españoles hace algo más de un año. Ahora lo recuerdo
bien, era diciembre de 2013 cuando inundaron nuestras pantallas con imágenes y
noticias sobre los largos cortes de luz que estaba sufriendo la ciudad de
Buenos Aires. Era un verano de altas temperaturas, con un calor superior al
esperado y el consumo en hora punta-hora pico que dicen aquí- hacía que se
recalentara el cableado. Eso, claro, repercutía en los generadores de las
subastaciones que sobrecargados mandaba al traste la instalación eléctrica de
zonas o barrios enteros. Recordaba a la gente protestando en las calles de su
barrio, con carteles donde se podían leer las horas, e incluso los días que
llevaban sin luz. Recuerdo ahora a un
comerciante, al dueño de un supermercado, mostrando todos los productos
congelados y refrigerados echados a perder. A una mujer, dueña de una parrilla,
que protestaba porque su negocio llevaba varios días cerrado. La carne que
tenía para trabajar durante todo la semana se le había podrido en la cámara. Un
quilombo de los grandes. Un papelón.
Pronto
comenzaron las acusaciones de ida y vuelta, la empresa acusaba al gobierno de
haber congelado el precio de la luz, lo que les imposibilitaba a ellos invertir
el dinero necesario para la mejora de la red. El gobierno, por su parte, acusaba
a la empresa de la desidia y del olvido en que tenían las instalaciones de la ciudad.
El caos llenó las calles de barricadas, protestas y fuegos, hasta que en un
momento se decidió comprar electricidad a la vecina República del Uruguay. La solución fue
comida para hoy y hambre para mañana, pues no habían terminado las fiestas de
navidad y de nuevo Argentina era noticia por lo mismo. Otra vez la electricidad daba la
espalda a la mayoría de los barrios porteños, casi siempre los mismos; Boedo,
Almagro, Caballito, Mataderos, Villa Crespo, Belgrano, Palermo… De nuevo los de
siempre pagaban los platos rotos. Pero la gente se echó a la calle a protestar
en serio, horas después de que la luz se fuera de las casas se encendió la
calle. Hogueras en las esquinas de casi todas las cuadras, barricadas de vecinos
indignados cortaban las arterias principales. Desde el centro hasta la zona del conurbano.
Finalmente
se decidió buscar una solución temporal que finalizara con todos los cortes.
Esa solución fueron los mastodónticos contenedores, con transformadores en su
interior, que ahora reinan en las grandes avenidas bonaerenses. Estos mamotretos
que venían para unos meses pero que ya llevan más de un año. Ahí siguen, inmóviles,
produciendo una enorme contaminación atmosférica al quemar el gasoil, la nafta,
además de la contaminación acústica ya indicada. Por no olvidar el gasto
excesivo, pues estos ciento noventa y ocho enormes cajones metálicos que ocupan
todo el Gran Buenos Aires gastan al día ocho veces más de lo que debería gastar
una buena instalación eléctrica.
Fuente Foto: La Nación. Protestas en Almagro, diciembre de 2013. |
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