Practicante
una hora antes el centro de la ciudad, lo que los porteños denominan
micro-centro, aparece blindado. Desde la calle Lavalle hasta San Juan, y desde
Colón hasta más allá de la plaza del Congreso. Todo cortado y atiborrado de policía
federal, policía metropolitana, prefectura y milicos. Caminar a esa hora por
Corrientes es inmiscuirse de lleno en medio de un caos total, centenares de
personas caminando tras apearse de los colectivos que no avanzaban entre la
maraña de coches. Un brutal atasco, que en esos momentos se apodera de la avenida de los restaurantes, de las
librerías y de los teatros.
Al llegar al cruce de Corrientes con Callado la calle ya
está cortada totalmente. Desde ella, centenares de personas se encaminan hasta
el que en ese momento es el centro de la ciudad y de la información. Muchos de
ellos acompañan su caminar con banderas argentinas. Ese día nadie lleva otra
que no sea la del país, nada de enseñas de partidos políticos, de diferentes ideologías.
Lo de hoy es un grito por y para Argentina, donde todas las ideas y creencias
están incluidas. Curiosamente la gente lo respeta a pies juntillas. Solo rompe
la homogeneidad un cartel naranja con la palabra justicia, escrita en negro y
mayúsculas.
El centro de Buenos Aires se comienza a cubrir de negro,
el cielo parece que va a caerse sobre nuestras cabezas. El viento hace avanzar
rápidamente las nubes blancas y las suplanta por las plomizas. Son las cinco de
la tarde en mitad del verano austral, pero al comenzar a avanzar por 9 de
julio tengo la sensación de que prácticamente es de noche. Justo en ese
momento veo las primeras unidades móviles de la radio y la televisión. Junto a
ellas, se levanta impávida una plataforma de madera. Allí dos técnicos se
afanan en colocar un tejadillo de plástico para proteger las cámaras de una
inminente lluvia. Los vendedores de paraguas comienzan a aparecer en las
esquinas, oportunos como siempre, justo en el momento en el que la primera gota
de agua cae sobre mi brazo izquierdo. Treinta minutos antes de que comience la
concentración pidiendo justicia para Argentina, para el fiscal muerto en extrañas circunstancias, se puede caminar tranquilo y
sin agobios entre 9 de Julio y Plaza de Mayo. Mucha gente va llegando a la
avenida desde todas las calles adyacentes, saliendo a borbotones de las bocas
del Subte y del apeadero principal de colectivos junto al Obelisco. Se van
juntando grupos de conocidos que charlan animadamente, o que observan el
devenir del resto de personas, que al igual que ellos se dirigen había la plaza
rematada por la cúpula verdosa del Congreso de los Diputados.
Minutos después comienza
a llover amplia, ampulosamente, como llueve en el verano argento. Poco a poco las gotas
se van haciendo más gruesas, los goterones de las cornisas empiezan a molestar
al caer sobre la cabeza, y la ropa ya comienza a calarse, volviéndose pesada y
pegajosa. Quince minutos antes de la hora marcada la tormenta rompe en un
fuerte chaparrón sobre las ahora vacías calles del centro. Los centenares de
personas que hasta hace un segundo ocupaban toda su extensión se ocultan bajo
los toldos y los salientes de oficinas y restaurantes. Con dificultad alcanzo
la entrada del Subte y me dirijo hacía la parada de Congreso. Son las seis de
la tarde cuando salgo a la plaza, la cubren miles de paraguas de diferentes
colores y desde las calles que confluyen en ella se ven avanzar otros cientos
de ellos. Un joven en mitad de la calle, con el agua corriéndole por la cara y el cuerpo, vende banderas de Argentina a
gritos. La gente va recogiendo la suya a veinte pesos. Un poco más adelante otro tipo vende pilotos de plástico de usar y tirar de varios colores. La gente los va haciendo suyos, intentando paliar al menos que la mojadura se convierta en pulmonía.
Son
poco más de las seis y veinte de la tarde cuando la gente rompe el silencio en
un fuerte aplauso que dura varios minutos. Intento avanzar hacia la cabecera de
la concentración, para ello me desvío por Alsina, pero no lo consigo. Primero porque hay casi tanta gente en la calle secundaria como en
la principal, y segundo porque cuando la marcha comienza en la plaza del
Congreso, la avenida de Mayo y la Plaza de Mayo están tan abarrotadas que es imposible
diferenciar el principio del fin de la marcha. Los aplausos y el griterío aumentan a cada paso. Retumba
el centro de la ciudad, entre la lluvia, cuando la gente va pasando ante el
número 760 de la avenida, frente a la plaza. Es el lugar donde están las oficinas
del AMIA, el lugar donde trabajaba el fiscal Alberto Nisman hasta hace un mes,
cuando lo encontraron muerto en su casa.
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