Julio Cortázar
A veces me
planteo si el día a día, si la nueva vida caótica, de prisas, carreras y necesidad
del aquí y ahora nos cercena los sentidos. Si nos coarta la necesidad de ser. Si el pensar
solo en la necesidad de ganar dinero para pagar el departamento o la pieza, las facturas, o pagar
las vacaciones de verano. Vacaciones en playas abarrotadas de gente como
nosotros, que se estresan durante todo el año en la misma ciudad, con la misma
gente que ahora se estresa en la misma playa. Porque no hay arena para extender
la toalla, o porque el chiringuito está abarrotado de la misma gente, que
abarrota a diario el restaurante a la puerta del trabajo.
A veces pienso que la velocidad con
la que vivimos no nos deja vivir. Nos hace obviar por simples las verdaderas
e importantes cosas que se nos cruzan, que se nos presenta en la vida. Que detrás
de los atascos, de los cláxones salvajes, de las carreras para coger el metro o
el autobús hay necesidades más básicas que ignoramos. Tal vez con razón, tal vez
con ignorancia, de que eso es lo que al final de nuestras vidas nos ayudará a
salvar las naves. A mandar a Caronte a tomar por donde se rompen los calderos.
O a lo contrario, a ser nosotros mismos los que vayamos de su mano, con una antorcha
en la otra, y prendamos fuego a los diminutos paquebotes que han de salvarnos
de la desidia, del olvido y del ostracismo.
No he podido dejar de pensar en ello después de pasar en hora punta por el barrio de las oficinas de la ciudad, de
los edificios modernos de cristal y ventanas enormes por las que nadie mira. Donde
gente trajeada y sudorosa, corre, siempre corre, entre coches y quioscos de
prensa en busca de algo que tal vez ni siquiera ellos sepan lo que es.
Malhumorados y sin hacer caso a la ciudad, a las personas, a las vidas que se
mueven a su alrededor. Como si para llevar a buen término su trabajo, su misión,
sea necesario gritar y mirar mal al que pasa a su lado. Como si fuera necesario
estresarse, vivir ajetreado para ganar dinero, cada vez más dinero, para poder
comprar y pagar más cosas. Como si no se
dieran cuenta de que esas cosas que mueren por tener: el mejor coche, la casa
más grande, las vacaciones más exclusivas, no las pagan con dinero, sino que
las pagan con su vida. Porque cuanto más dinero necesitan ganar más horas de
su vida necesitan ocupar en sus trabajos. Los cuales les obligan a correr
malhumorados, a gritar a sus semejantes, a mirar mal a los que nos cruzamos en
sus importantes pero vacíos caminos.
Y en ese preciso momento, en ese instante, vino a
mi cabeza como un salvavidas en forma de poema una obra de Julio Cortázar que a
su manera dice lo mismo, y que seguramente esos que huyen de sí mismos en busca
de dinero, nunca podrán comprender.
Para leer en forma interrogativa.
Has visto,
verdaderamente has visto
la nieve, los astros, los pasos
afelpados de la brisa...
Has tocado,
de verdad has tocado
el plato, el pan, la cara de esa mujer
que tanto amás...
Has vivido
como un golpe en la frente,
el instante, el jadeo, la caída, la
fuga...
Has sabido
con cada poro de la piel, sabido
que tus ojos, tus manos, tu sexo, tu
blando corazón,
había que tirarlos
había que llorarlos
había que inventarlos otra vez.
Julio Cortázar.
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