La pava comienza a
humear en la hornalla de la pequeña cocina, en su interior el agua está a punto de romper a hervir cuando la aparto. El líquido ya está listo para verter en el interior
del termo de color chillón que lo mantendrá en la temperatura justa para que
la yerba del mate no se queme, sea rendidor, y sabroso durante las próximas
horas.
El mate para los argentinos es algo similar al café para
los portugueses, o los italianos: una filosofía de vida. Una parte importante
del día a día del argentino de a pie. En un primer momento me pareció curioso,
pues es extraño ver una reunión de varias personas sin que ande un mate
rondando por el medio. Desde la toma de una infusión en casa, hasta una quedada
con amigos para pasar la tarde sentados en el parque de la esquina. No es extraño
pasearse por los bosques y jardines de Recoleta o de Palermo y encontrarse una
maquina expendedora de agua caliente para rellenar un termo, o un mate por un
módico precio. Nunca va más allá de los dos pesos.
El mate aparece en todas las escenas. Incluso venden bandoleras de cuero preparadas para portar a cualquier lugar todo lo necesario: mate, bombilla, yerba mate, termo con agua caliente y azúcar para los que no gustan del sabor amargo de la yerba. Hay toda una cultura a su alrededor, decenas de marcas diferentes de yerba: con palo, sin palo, refinada, natural, de sabores, suave, fuerte… Lo mismo ocurre con el recipiente, el mate. Los típicos son de calabaza, de diferentes formas, colores y tamaños, pero también abundan los de madera de algarrobo. Ahora van más allá, pues los hay de loza e incluso de silicona. Lo mismo ocurre con las bombillas que sirven para sorber el líquido. Existen rectas, abombadas, con la boquilla dorada para evitar quemarse los labios al beber, de alpaca o de acero inoxidable. Incluso de madera.
Yo cometí un error del principiante al mudarme aquí, no traje la cafetera italiana que suele acompañarme cuando viajo. Soy un adicto al café, y he de reconocer que la pequeña cafetera es una de las cosas que primero meto en mi maleta, justo después de algún libro y mi libreta de apuntes. Pero esta vez por desidia o tal vez por confianza no lo hice. Pensé que una ciudad de tan marcada tradición italiana, tan famosa por sus cafés y las tertulias en ellos, no solo servirían buenos cafés en sus locales, sino que no sería nada complicado encontrar una de esas cafeteras metálicas de rosca y filtro tosco, que por otra parte tan fácil son de encontrar en cualquier ferretería o tienda de la vieja Europa.
El mate aparece en todas las escenas. Incluso venden bandoleras de cuero preparadas para portar a cualquier lugar todo lo necesario: mate, bombilla, yerba mate, termo con agua caliente y azúcar para los que no gustan del sabor amargo de la yerba. Hay toda una cultura a su alrededor, decenas de marcas diferentes de yerba: con palo, sin palo, refinada, natural, de sabores, suave, fuerte… Lo mismo ocurre con el recipiente, el mate. Los típicos son de calabaza, de diferentes formas, colores y tamaños, pero también abundan los de madera de algarrobo. Ahora van más allá, pues los hay de loza e incluso de silicona. Lo mismo ocurre con las bombillas que sirven para sorber el líquido. Existen rectas, abombadas, con la boquilla dorada para evitar quemarse los labios al beber, de alpaca o de acero inoxidable. Incluso de madera.
Yo cometí un error del principiante al mudarme aquí, no traje la cafetera italiana que suele acompañarme cuando viajo. Soy un adicto al café, y he de reconocer que la pequeña cafetera es una de las cosas que primero meto en mi maleta, justo después de algún libro y mi libreta de apuntes. Pero esta vez por desidia o tal vez por confianza no lo hice. Pensé que una ciudad de tan marcada tradición italiana, tan famosa por sus cafés y las tertulias en ellos, no solo servirían buenos cafés en sus locales, sino que no sería nada complicado encontrar una de esas cafeteras metálicas de rosca y filtro tosco, que por otra parte tan fácil son de encontrar en cualquier ferretería o tienda de la vieja Europa.
Pero no fue así. Primero
los cafés de los locales dejan mucho que desear, como ya he dicho en varias
ocasiones. El café se sirve aguado, al estilo americano, sin cuerpo y sin
fuerza. Supongo que el asunto va en gustos, y aquí les gusta el café suave e insípido.
Y segundo, las ferreterías no venden cafeteras, así de claro. No-me respondían
siempre-, pregunte en los bazares, allí tal vez la encuentre. Pero no, tampoco.
Si las encontré en una casa de cafés para sibaritas, que las ofrecen a un
precio prohibitivo no solo para la economía local, sino también si lo comparamos
con el precio del mismo producto en España. Al final dejé de buscar y me
lancé a hacer lo que hacía el resto. Ya saben, el dicho castellano de donde
fueres haz lo que vieres. Además, como soy aficionado a las infusiones de todo tipo
desde hace muchos años, me enrole en los escuadrones afiliados a la filosofía
matera.
Por lo que mientras escribo esto tengo la pava al fuego,
esperando que el agua se caliente lo justo, entre setenta y ochenta grados.
Nunca debe hervir, pues al entrar en contacto con la yerba ésta se quemaría y
echaría a perder toda la infusión. Después, tras colocar la yerba y la bombilla
en su posición idónea para el uso y disfrute, solo queda cebarlo cada cierto
tiempo con el agua caldeada.
Los argentinos suelen
decir que lo mejor del mate es el diálogo que se lleva a cabo con conocidos
mientras se disfruta. Esa es la filosofía matera, que sirve para reunir a amigos y
familiares alrededor de una conversación y de un pequeño recipiente de
calabaza o algarrobo relleno de yerba seca.
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