martes, 17 de febrero de 2015

TIEMPO INVERTIDO


             Hay momentos en la vida en que sin saber ni cómo ni porqué sentimos que todo se da la vuelta, como si el tiempo se invirtiera. Aunque más temprano que tarde todo vuelva a la normalidad. Es una sensación que me acompaña desde mi llegada a América del Sur. Una sensación compartida por los ojos oscuros y morochos de los que en su infancia pasearon por las calles que hoy considero mías.
Esas calles y veredas son una parte más de mi vida desde el primer minuto, desde que llegué y me sentí un porteño más al escuchar sus voces, al sentir sus calles, al probar su comida, al sufrir su humedad fiera y su sol cegador. Las sufro y disfruto como requiriendo en mi más profundo ser embeberme de cada rincón de esa ciudad. Ciudad que ya conocía de pasada antes de llegar, por la música, por el cine, por la literatura y por los comentarios enamorados y fieles de su gente, porteños que conocí en otros lugares del mundo. Urgencia por otra parte irrevocable, para aprender, para saber y conocer elementos, ecos, o impresiones necesarias y hondas. Entendiendo,  comprendiendo así, más a fondo algo que de otra forma no hubiera ni atisbado. Algo que me obliga a tomar aire a menudo, pero que a la larga sin duda traerá más benéficos que lágrimas. Porque todo esfuerzo bien llevado conlleva un premio.
El tiempo está invertido en Buenos Aires, al igual que invertido es el transcurso de sus estaciones. Como invertido es la circulación de sus colectivos por la arteria principal que cruza la ciudad de sur a norte. Como sirviendo de burla a esas hordas inglesas que en su día intentaron asaltar la ciudad para apropiársela y se quedaron a la puerta. Porque una vez más el tiempo invertido dio la razón a los soñadores y a los porteños, y colocó la victoria de su lado. Por eso hoy la Plaza San Martín sigue siendo un lugar de reunión donde se habla español y se piensa en castellano, aunque durante muchos años se condujera en la ciudad al estilo inglés. 
            Porque eso es el progreso, al menos el progreso personal, mucho más fructífero que el industrial o el económico. El progreso adecuado ha de ser en beneficio propio y común, como la serenidad y el buen hacer. Que el tiempo invertido se reconvierta en vertido y en aprovechado, en aprendizaje y en juegos ciclópeos. En lanzamiento de piedras futuras y saltos entre el cielo y la tierra, al más puro estilo cronopio. Mientras de fondo, sin duda, como en una película de cine mudo en blanco y negro, sonará la voz de Gardel y el bandoneón de Troilo, y la imagen se fundirá en negro dejando de fondo un paseo por unas islas paradisíacas, o por una avenida enorme y ruidosa con un obelisco al fondo.

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