Un sacerdote amigo de mis
abuelos me comentaba hace unos meses algo sobre Quinquela Martín, un tipo
serio, sobrio, inteligente y afable. Decía que en su casa-estudio con vistas al
Riachuelo y al trasbordador de La Boca solo había -además de los utensilios de
pintura- una cama de madera y un parco crucifijo de madera. Coincidieron en
muchos asados-me decía-, y nunca comía nada, solo tomaba whisky con hielo.
Quinquela
Martín solía afirmar medio en broma medio en serio, que el inventó La Boca, y
un poco así fue, la visión onírica del barrio porteño, el de los colores
abarrotando las calles y las paredes de las humildes casas, nació de su cabeza,
no existían, eran de color metálico o metálico oxidado, como siguen siendo hoy,
si te separadas de la zona turística y entras en el barrio de verdad, donde
viven las personas ajenas al negocio del turismo y el suvenir.
Por
suerte su labor no ha sido olvidada, tal vez los mejores museos del continente
no atesoren un gran número de sus obras, que no aparezcan en los principales
manuales de arte, o que los coleccionistas asiáticos no se maten por cubrir de
guita sus obras, pero están ahí, y en Buenos Aires en , y en La Boca en
particular es un mito que se aparece sonriente en cada esquina. Por muchos que
se lo nieguen es cierto que el inventó La Boca, y que La Boca agradecida le
inventó a él, y lo hizo inmortal. No hace mucho, no recuerdo si en la fiesta
del barrio o en una efeméride del pintor, los jóvenes, niños y no tan niños, se
dieron cita en los alrededores de la escuela Pedro de Mendoza para pintar el
barrio, para decorar la zona donde vivió Quinquela con los colores con los que
él vio y representó el barrio. Un bonito homenaje de su gente que aún se atisba
hoy en el suelo y algunas paredes después de muchos meses. Junto a la escultura
que lo mantiene erguido y presente, tanto física como intelectualmente, pues a
su figura se añade la siguiente leyenda: A
todo hombre que sueña le falta un tornillo. Este tornillo no los volverá
cuerdos; por lo contrario, los preservara contra la pérdida de esa locura
luminosa de la que se sienten orgullosos.
Tumba de Benito Quinquela
Martín en el cementerio de la Chacarita.
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