sábado, 12 de septiembre de 2015

UN PASEO POR ROSARIO


           Fue un viaje inesperado, por la visita a la ciudad y por lo que me llevó allí. Llegué a la estación de ómnibus rosarina para un encuentro, aunque más bien pareció un recuentro. Al poco de bajar del vehículo conocí a mi prima, una prima tercera, descendiente de un familiar que se vino a la Argentina en 1912. Ciento tres años después la familia se reencontró de nuevo, y a pesar de no conocernos, de solo saber del otro desde una semana antes, el encuentro fue como volver a ver a una persona con la que has compartido mucho; tiempo, ideas, gustos, aficiones, pensamientos…

            Busqué el rastro de sus descendentes cuando llegué aquí, visite el archivo de la inmigración y el archivo de los mormones de La Plata-ellos guardan el mayor número de información de todos aquellos que vinieron desde Europa a buscar una vida mejor-, pero nada. Pero de pronto, un día sonó un timbrazo en una casa de un pueblo zamorano, unos días después un email voló desde Buenos Aires a Rosario, y en una semana, Rosario fue el lugar de encuentro para unir a las dos partes de la familia, la tercera generación. Nuestros mayores nunca se olvidaron, los que se vinieron a Argentina, recordando con tristeza sus raíces. Los que se quedaron preguntándose qué habría sido de sus parientes. Hace unos días por fin pudimos poner en relación las miradas de ambos lados. Un homenaje a nuestros mayores que no pudieron hacerlo.


            Creo que aún nos soy consciente de todo lo que esto ha significado para mi vida, para mi futuro, para mi relación con un país que ya antes de ello me había acogido con los brazos abiertos. Apenas fue un fin de semana, pero fue mucho más, fue un punto de partida que se fraguó a base de charla-volví casi sin voz-, de paseos por la maravillosa ciudad que se eleva junto al río Paraná, y del disfrute gastronomía del lugar. Me sentí integrado en el lugar, en su entorno, con su gente, volví agradecido, feliz, con ganas de más. Con ganas de recuperar para mí y para los mío, los ciento tres años perdidos entre la brisa del océano Atlántico. 

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