Uno de los grandes descubrimientos que he hecho en el
tiempo que llevo en Buenos Aires ha sido el barrio de Barracas. Cuando llegué
me lo describieron triste, desgajado, maltrecho y olvidado. Recuerdo como
alguien me lo redactó como gris. A pesar de todo, no tardé mucho en internarme
en sus calles. Recuerdo haber llegado a una de las avenidas principales, la de
Montes de Oca, que guarda parques y edificios refundados, construcciones que
han ido refloreciendo del viejo barrio estancado y hundido conscientemente por
políticos y empresarios, para dar después un pelotazo urbanístico, como he explicado en alguna ocasión.
Entré
desde San Telmo avanzando por la calle Caseros, una de las calles más bellas de
la ciudad-al menos para mí-, con edificios del siglo XIX, palacios pequeños o
grandes casonas que se alargan casi hasta el final de la calle, como en el caso
de la mansión de los leones, que tiene una curiosa historia detrás, que si no
les importa dejaremos para otro día.
Lo
cierto es que tal vez por las malas críticas que había oído del lugar, o tal
vez porque realmente es un lugar bello, me sorprendió gratamente, y todo eso
solo paseando por la zona anterior al barrio profundo, antes de cruzar bajo los
puentes de la autovía 9 de Julio, la que parte el barrio a la mitad, y que
sirve de frontera antinatural entre el viejo y el nuevo barrio de Barracas, el que
está cerca de la modernidad, y el que sigue anclado en el barrio clásico,
canchero y arrabalero, que le da un toque que el resto de la ciudad ha perdido
totalmente. Un punto que a los que nos gusta la tradición, nos llena de alegría
descubrir entre calles que han visto y oído tanto a lo largo de los años.
Caminando entre sus calles no solo descubrí cafés
antiguos, atados a la memoria, que sirven para recordar lo que fue y lo que es
el barrio, la mejor manera-la única tal vez- de que no se pierda el norte y que
se sepa de donde se viene, y por ende conseguir atisbar en el horizonte a donde
se quiere llegar. Pero también descubrí que el barrio es un lugar lleno de
color. Hay muchas calles que tienen sus edifico pintados de colores vivos, como
se puede ver entre California y los puentes de la autopista, también totalmente
decorados, o en los viejos edificios de la avenida general Iriarte, y que
albergan las antiguas parrillas y los centros culturales de la comuna, donde
jóvenes y no tan jóvenes acuden a celebrar y a compartir. Otro de los grandes
lujos de un barrio a la antigua usanza, en mitad de una gran ciudad, cada vez
más grande y más antipersonal.
Estos
colores que llenan la parte más oeste del barrio son de muchos tipos, más
clásicos y mucho más modernos. Uno de los colores decorativos más antiguos más antiguos
del barrio, son los que decoran la fachada neoegipcia de la logia masónica
número 74, la de los Hijos del Trabajo de la calle San Antonio. Muchos más
modernos son los colores chillones que desde hace no mucho cubren la vieja
fábrica de fósforos del barrio, y que ahora rebautizada como Central Park, alberga en sus locales
tiendas de ropa deportiva a bajo coste, mientas que en sus interior diáfano
deja espacio para los estudios de artistas argentinos. Uno de ellos era Pérez
Celis, fallecido en 2008 y autor de los colores de la fachada, un tipo que
además de esta obra al aire libre, también dejó su sello en el cercano barrio
de La Boca, pues fue el que decoró por fuera la cancha de La Bombonera.
Por
último, un poco más lejos de los dos anteriores, se encuentra el pasaje Lanín,
un espacio artístico a cielo abierto. Un lugar perdido, olvidado, que hasta
hace no mucho era solo un espacio sucio bajo las vías del tren Roca, hoy es un
espacio listo para que los jóvenes artistas puedan exponer su trabajo y darse a
conocer. Fue Marino Santa María el que recuperó este espacio, pero la obra de
Santa María no queda solo en este espacio interior, sino que él fue el que
colocó la calle Lanín en el mapa artístico de la ciudad de Buenos Aires, cuando
hace años decoró todas las fachadas de la calle con colores vivos, alegres y
formas sinuosas. Haciendo que la parte del barrio que ocuparon las viejas fábricas,
hoy abandonadas, reciba un nuevo hálito de vida, un soplo que sirve para
reflotar un barrio que nuca debió haber perdido su esencia.
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