miércoles, 9 de septiembre de 2015

LA CASA DE LOS LEONES


              Está al principio de la calle Larga, al menos así se denominaba a la actual Manuel Montes de Oca cuando el barrio de Barracas bullía de vida y actividad, y su población estaba cargada de trabajo que nacía a la vera del Riachuelo. Cuando todas los frigoríficos o barracas de carne y cuero se situaban allí. Eran los años grandes para el barrio, durante el siglo XIX, cuando en los alrededores de la calle Larga se levantaban fábricas alimenticias que se harían famosas en todo el país, creando productos que fueron clásicos-algunos lo siguen siendo aún hoy-, pero que con el tiempo se perdieron, como se perdió el viejo barrio; bizcochos Canale, galletas Bagley o chocolates El Águila.

            Pasear por Montes de Oca es como hacerlo por un paseo de nostalgias, un paseo cargado de historia, de vidas y de sueños. Los edificios históricos se amontonan, como la iglesia de Santa Lucía o la cercana Casa Cuna, hoy hospital infantil. Aunque algunos se sujetan de mala manera, a punto de caerse siempre, pero también siempre manteniéndose como buenamente puede, sobreviviendo. Una metáfora más del barrio.


            Como todo viejo barrio de una ciudad con mucha historia y muchas vidas, el antiguo Barracas cuenta con algunas leyendas e historias curiosas. Leyendas que como suele ser costumbre se apoderan de los edificios más llamativos, los más viejos y por supuesto los más interesantes de la zona. Este es el caso de la famosa Casa de los Leones, junto a la vieja Casa Cuna, casi a un paso de la calle Caseros y sobre la vieja estación general Roca de Plaza Constitución. En ese punto aparecería Eustoquio Díaz Vélez -hijo de un héroe militar que había luchado contra los ingleses en las invasiones de 1806 y 1807, y contra los españoles durante la guerra de la Independencia-, un tipo que gracias a las ingentes cantidades de tierras que poesía al sur de la provincia de Buenos Aires, donde llevaba a cabo actividad de hacienda y ganadera, se había labrado un capital que podía igualarse a los Anchorena o a los Alazaga, de los que hemos hablado en algunas ocasiones. 


         Sería en 1880 cuando Eustoquio compró la mansión de estilo francés por su cercanía con el puente Gálvez-actual puente Pueyrredón-, por aquel entonces único puente que cruzaba el Riachuelo, y que le daba rápida salida a sus terrenos del sur. La zona por aquel entonces quedaba lejos de la ciudad, Eustoquio temeroso de sufrir algún robo o asalto en la oscuridad de la noche, decidió usar su amplio jardín para soltar unos animales que protegieran la casa y a la familia. Lo lógico hubiese sido que comprara grandes perros, como acostumbraban a hacer los demás dueños de casonas o quintas. Pero Estoquio, que parece ser era bastante excéntrico y extravagante, hizo que le trajeran tres leones. Los animales eran liberados durante la noche, y se les mantenía en jaulas durante el día, o cuando celebraba fiestas en la casa, evitando así que se produjera alguna desgracia.

            Una de las hijas del dueño comenzó a mantener una relación con un joven, hijo de una familia también dedicada a las haciendas y el ganado. Eustaquio y su mujer Josefa, vieron la relación con buenos ojos, y cuando los jóvenes decidieron caerse, los padres organizaron una enorme fiesta en la casa de Montes de Oca. Como en cada noche que había fiesta, los leones fueron guardados en sus jaulas para preservar la integridad de sus invitados, pero un error humano dejó una de las jaulas mal cerrada, lo que proporcionó que uno de los leones escapara.

            En el momento que el novio tomaba la palabra para agradecer la fiesta a sus futuros suegros, y explicar lo afortunado que se sentía de haber conocido a su hija, el león saltó desde unos matorrales y lo atacó. Mientras todos miraban horrorizados la escena, Eustoquio corrió en busca de una de sus escopetas de caza, para después de cargarla abatir de un certero disparo a la fiera. Para entonces ya era tarde, el novio había muerto bajo las garras del animal. La familia del novio culpo a Eustoquio de la muerte de su hijo por tener animales salvajes en casa, algo que también hizo su hija. Nunca le perdonó a su padre la muerte de su amado, y al no poder curar su dolor decidió acabar con su vida. Desde ese día Eustoquio cayó en una profunda depresión, dejó de visitar sus haciendas y se encerró en su casa.


            En mitad de la depresión Eustoquio decidió sacrificar a los animales, pero llevado por la locura o por el cariño que sentía hacía ellos, optó por sustituirlos por esculturas casi a tamaño natural. Es curioso como una de las esculturas, la que se encuentra justo a la entrada de la calle, representa a un león atacando a un hombre que intenta defenderse sin conseguirlo. A día de hoy, en el lugar que se sigue manteniendo en pie y en perfecto estado de visita, pero en su interior no vive una familia, sino que se ha instalado la Fundación para la vivienda y trabajo. Las historias actuales cuentan que los que allí trabajan suelen escuchar en ocasiones una especie de gritos o llantos, que podrían pertenecer al novio de la  hija de los Díaz Vélez.

            Lo cierto es que los leones están en el jardín, que uno de ellos se encuentra tacando a un hombre, y tal vez pueda ser cierto lo de que los que allí trabajan escuchen llantos y gritos. No puede olvidarse que el edificio está junto al hospital infantil del barrio. Lo que sin duda no puede ser cierto, es que los gritos pertenezcan a aquel novio muerto de forma trágica en la fiesta de compromiso de la joven pareja, pues el matrimonio Díaz Vélez jamás tuvo ninguna hija, sino que sus dos únicos descendientes fueron varones. Evidentemente al no haber hija, no hubo novio, ni cena de compromiso, y es poco probable que un caserón de Buenos Aires, por muy rico que fuera su dueño pudiera tener sueltos por su jardín animales salvajes y carnívoros. Pero que sería una ciudad como Buenos Aires sin leyendas y mitos. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario