sábado, 5 de septiembre de 2015

EL CUARTITO


            El lugar puede pasar desapercibido a simple vista, un local de pizzas y empanadas en una calle no muy ancha, y en un lugar poco frecuentado por el turismo y las grandes masas de gente. Pero El Cuartito sin embargo, puede considerarse uno de los mejores lugares para comer pizza de toda la ciudad de Buenos Aires. Está sobre Talcahuano, casi esquina con Marcelo T. Alvear.

            Paso a menudo por su puerta, tanto cuando paseo por el cetro de la ciudad, como cuando subo a llevar a cabo mi trabajo de investigación en la Biblioteca Nacional, y siempre; sin importar la hora ni el día, el local está lleno de gente charlando y disfrutando de una pizza situada normalmente en mitad de la mesa.

            Después de pensar varias veces en entrar y comer un día en su interior, hace un par de días lo hice, crucé la parte principal de la entrada, abarrotada de gente esperando sus pizzas y empanadas para llevar, mientras las personas de la cocina corren y se mueven tras la barra, mostrando sus movimientos entrecortados entre las estanterías metales que separan los dos ambientes. Paso al salón, me siento contra la pared de los ventanales para poder contemplar el local en todo su esplendor, ver moverse a los camareros y asomarme a las mesas de los comensales, ver su actuación. Les veo disfrutar de sus platos, me convencen sus caras de complacencia mientras vacían sus platos. Aún asiento en mi interior cuando se me cerca el camarero, un hombre de unos cincuenta años con una sonría en la boca, le hago mi pedido. No tarda ni un minuto en servirme la bebida, y unos minutos después cuando aún no he reparado en la mitad de las meses del local, el camarero aparece con mi pedido, de pronto el ambiente se cubre de un olor que me atrapa, la pizza recién hecha me llama, y la fainá, diferente a las comidas anteriormente, más basta a simple vista, más compacta, me sorprende gratamente al llevármela al paladar. Un sabor irrepetible.


        El local lleva abierto desde 1934, y desde entonces ha ido amontonado muchos recuerdos, algunos aún están sobre sus paredes; la mayor parte son recuerdos deportivos. Me doy cuenta, que estoy sentado prácticamente bajo una foto firmada de toda la plantilla del Futbol Club Barcelona de la temporada 1992-1993, foto firmada por todos y cada uno de los jugadores, y al otro lado, un viejo banderín del Estudiantes de la Plata. El resto son imágenes de futbolistas, pero también de boxeadores, esquiadores y atletas, cubriendo las paredes casi por completo. En un apartado, donde también aparecen mesas y comensales agradados por la comida, un mural en honor a Boca Juniors se apodera de la pared. Al fondo, rematando o presidiendo la sala, aparece la única foto que no pertenece a un deportista; una imagen blanca y negra de Marilyn Monroe.

            Salgo contento, con el estómago lleno, y dispuesto a volver en breve, antes de dejar la ciudad, apuntando mentalmente el lugar en mi lista de favoritos porteños, para volver y recomendar.



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