martes, 8 de septiembre de 2015

BARRACAS EN COLOR



               Uno de los grandes descubrimientos que he hecho en el tiempo que llevo en Buenos Aires ha sido el barrio de Barracas. Cuando llegué me lo describieron triste, desgajado, maltrecho y olvidado. Recuerdo como alguien me lo redactó como gris. A pesar de todo, no tardé mucho en internarme en sus calles. Recuerdo haber llegado a una de las avenidas principales, la de Montes de Oca, que guarda parques y edificios refundados, construcciones que han ido refloreciendo del viejo barrio estancado y hundido conscientemente por políticos y empresarios, para dar después un pelotazo urbanístico,  como he explicado en alguna ocasión.

            Entré desde San Telmo avanzando por la calle Caseros, una de las calles más bellas de la ciudad-al menos para mí-, con edificios del siglo XIX, palacios pequeños o grandes casonas que se alargan casi hasta el final de la calle, como en el caso de la mansión de los leones, que tiene una curiosa historia detrás, que si no les importa dejaremos para otro día.


            Lo cierto es que tal vez por las malas críticas que había oído del lugar, o tal vez porque realmente es un lugar bello, me sorprendió gratamente, y todo eso solo paseando por la zona anterior al barrio profundo, antes de cruzar bajo los puentes de la autovía 9 de Julio, la que parte el barrio a la mitad, y que sirve de frontera antinatural entre el viejo y el nuevo barrio de Barracas, el que está cerca de la modernidad, y el que sigue anclado en el barrio clásico, canchero y arrabalero, que le da un toque que el resto de la ciudad ha perdido totalmente. Un punto que a los que nos gusta la tradición, nos llena de alegría descubrir entre calles que han visto y oído tanto a lo largo de los años. 


               Caminando entre sus calles no solo descubrí cafés antiguos, atados a la memoria, que sirven para recordar lo que fue y lo que es el barrio, la mejor manera-la única tal vez- de que no se pierda el norte y que se sepa de donde se viene, y por ende conseguir atisbar en el horizonte a donde se quiere llegar. Pero también descubrí que el barrio es un lugar lleno de color. Hay muchas calles que tienen sus edifico pintados de colores vivos, como se puede ver entre California y los puentes de la autopista, también totalmente decorados, o en los viejos edificios de la avenida general Iriarte, y que albergan las antiguas parrillas y los centros culturales de la comuna, donde jóvenes y no tan jóvenes acuden a celebrar y a compartir. Otro de los grandes lujos de un barrio a la antigua usanza, en mitad de una gran ciudad, cada vez más grande y más antipersonal.

            Estos colores que llenan la parte más oeste del barrio son de muchos tipos, más clásicos y mucho más modernos. Uno de los colores decorativos más antiguos más antiguos del barrio, son los que decoran la fachada neoegipcia de la logia masónica número 74, la de los Hijos del Trabajo de la calle San Antonio. Muchos más modernos son los colores chillones que desde hace no mucho cubren la vieja fábrica de fósforos del barrio, y que ahora rebautizada como Central Park, alberga en sus locales tiendas de ropa deportiva a bajo coste, mientas que en sus interior diáfano deja espacio para los estudios de artistas argentinos. Uno de ellos era Pérez Celis, fallecido en 2008 y autor de los colores de la fachada, un tipo que además de esta obra al aire libre, también dejó su sello en el cercano barrio de La Boca, pues fue el que decoró por fuera la cancha de La Bombonera.

            Por último, un poco más lejos de los dos anteriores, se encuentra el pasaje Lanín, un espacio artístico a cielo abierto. Un lugar perdido, olvidado, que hasta hace no mucho era solo un espacio sucio bajo las vías del tren Roca, hoy es un espacio listo para que los jóvenes artistas puedan exponer su trabajo y darse a conocer. Fue Marino Santa María el que recuperó este espacio, pero la obra de Santa María no queda solo en este espacio interior, sino que él fue el que colocó la calle Lanín en el mapa artístico de la ciudad de Buenos Aires, cuando hace años decoró todas las fachadas de la calle con colores vivos, alegres y formas sinuosas. Haciendo que la parte del barrio que ocuparon las viejas fábricas, hoy abandonadas, reciba un nuevo hálito de vida, un soplo que sirve para reflotar un barrio que nuca debió haber perdido su esencia. 



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